Eduardo VII, o, mejor dicho, Alberto Eduardo de Sajonia-Coburgo-Gotha, el hijo ocioso de la famosa e infamosa reina Victoria de Inglaterra, tuvo que esperar cincuenta y nueve años, dos meses y trece días para acceder al trono, y gobernó entre 1901 y 1910 con los títulos de rey del Reino Unido y los dominios de la Mancomunidad Británica y emperador de la India. En ese corto período jugó un papel estelar en la planificación de la primera guerra mundial.
Gerry Docherty y Jim MacGregor, en su “Historia oculta de la primera guerra mundial”, lo definen “como el arma más especial de la Élite Secreta”. Su “mayor contribución está en haber diseñado los muy necesarios realineamientos, e intentar el requisito previo de aislar (…) a Alemania. La responsabilidad última de la política exterior británica pertenece (…) al gobierno elegido y no al soberano, pero fue el rey quien sedujo tanto a Francia como a Rusia para alianzas secretas en el breve tiempo de seis años ".
Eduardo VII estaba emparentado con el monarca de Rusia (y también con el de Alemania) y eso facilitaba las cosas. Al primo Nicolás II, zar de todas las rusias, le endulzaron la boca con la promesa de un bocadillo que nadie pensaba darle: el control de Constantinopla y de los estrechos del Mar Negro. Él sería el primero en movilizar sus tropas contra Alemania (y contra los buenos consejos de Rasputin), pero el tiro le salió por la culata y cuando fue expulsado del trono y pidió asilo en Inglaterra se lo negaron. Lo consignaron prácticamente en manos de los bolcheviques.
Gracias a Eduardo VII y la Élite secreta de Londres surgió La triple entente, una alianza entre Inglaterra, Francia y Rusia a la que luego se unirían Bélgica, Japón, Rumanía, Grecia, Portugal, Italia, Estados Unidos, China… Del otro lado surgió una triple alianza entre Alemania, el imperio austro-húngaro y una indecisa Italia, que cambiaría de bando a última hora.
A raíz del surgimiento de La triple entente y de La triple alianza los vientos de la guerra soplaron y arreciaron en Europa y otras partes del mundo. Era algo de lo que todos hablaban y temían, algo que se veía venir. Sólo faltaba que se produjera un acontecimiento de cierta importancia para que estallara la guerra y el acontecimiento se produjo el 28 de junio de 1914 en Sarajevo y “proporcionó la excusa para la monstruosa manipulación”.
De hecho, la mayoría de los historiadores todavía están convencidos de que la guerra estalló a causa del asesinato del heredero del trono austrohúngaro en Sarajevo, así como muchos incautos creen que la guerra de secesión usamericana tenía por objeto la liberación de los negros esclavos, por los cuales se habrían sacrificado de una u otra manera tantos blanquitos.
Pero las cosas sucedieron de otra manera.
Un Asesinato Conveniente
Gerry Docherty y Jim MacGregor
Dos condiciones tenían que cumplirse antes de que la Élite Secreta pudiera comenzar su guerra. En primer lugar, Gran Bretaña y el Imperio tenían que estar preparados. En segundo lugar, a fin de amontonar la culpa sobre Alemania, ésta tenía que ser incitada para dar el primer golpe. El asesinato del heredero del trono austrohúngaro, el archiduque Franz Ferdinand, el 28 de Junio de 1914 proporcionó la excusa para la monstruosa manipulación. A menudo se lo ha citado como la causa de la Primera Guerra Mundial. Qué tonterías. En sí mismo fue sólo un asesinato político más en una época de tales asesinatos. La culpa era de un grupo de funcionarios servios que entrenaron, armaron y ayudaron a los asesinos, y una venganza austriaca era generalmente aceptada como una reacción válida.
Lo que hemos demostrado en nuestro libro "Hidden History" es que las conexiones vinculaban a los servios, el embajador ruso en Belgrado, el ministerio de Asuntos Exteriores en San Petersburgo y a la Élite Secreta de Londres. Austria exigió que el gobierno servio tomara acciones específicas contra los autores y permitiera la participación austriaca en la investigación. Servia se negó. Rusia, habiendo asumido el falso papel de protector, expresó su apoyo total a Servia.
En Londres, la Élite Secreta estimuló resueltamente los orquestados antagonismos hasta convertirlos en una crisis. Cuando Servia y Austria llegaron a un acuerdo entre sí en lo que debería haber sido un conflicto localizado, Rusia, con el pleno apoyo de Londres y París, comenzó en secreto a movilizar sus masivos ejércitos en la frontera Este de Alemania. Todos estaban conscientes de que una vez que comenzara la movilización general de un ejército, eso significaba la guerra y de allí no había vuelta atrás.
Alemania enfrentó la invasión a lo largo de su frente Este, y, a medida que el ejército francés se movilizaba hacia el Oeste, el Káiser repetidamente hizo valientes intentos para persuadir a su primo el Zar a que retirara sus ejércitos. Con pleno conocimiento de que Francia había prometido unirse a Rusia inmediatamente, y de que Gran Bretaña, sin admitir abiertamente su colusión, estaba en secreto comprometida a la guerra, el Zar se negó. El sueño de Rusia de tomar Constantinopla podría ser por fin realizado.
Arrinconada en una esquina y forzada a una guerra defensiva, Alemania fue la última potencia en Europa que movilizó su ejército. A fin de tratar con los franceses que se habían movilizado en secreto hacia el Oeste, el Káiser ordenó que el ejército alemán avanzara hacia Francia pasando por Bélgica. Él tenía pocas otras opciones.
Europa continental estaba en guerra.
La Élite Secreta miró y esperó. Aunque los preparativos conjuntos para la guerra habían estado llevándose a cabo desde 1905, ellos habían sido mantenidos tan secretos que sólo cinco de veinte ministros en el gobierno británico sabían de los compromisos británicos. Sir Edward Grey habló ante la Cámara de los Comunes el 3 de Agosto y prometió que no se tomaría ninguna acción sin la aprobación del Parlamento, incluso si aquella aprobación nunca fuera sometida a votación.
El punto crucial de su argumento estaba en la neutralidad belga, aunque él sabía demasiado bien que tal neutralidad era una grotesca farsa. Entre otros, el escritor estadounidense Albert J. Nock más tarde reveló que Bélgica había sido un aliado secreto pero sólido de Gran Bretaña, Francia y Rusia mucho antes de Agosto de 1914.
La ficción de la neutralidad belga proporcionó la excusa legal y popular para que Gran Bretaña declarase la guerra contra Alemania el 4 de Agosto de 1914. Sir Edward Grey, el leal sirviente de la Élite Secreta, mintió al Imperio británico para involucrarlo en la guerra.
(Gerry Docherty y Jim MacGregor, http://editorial-streicher.blogspot.com/2017/05/sobre-los-origenes-de-la-1-guerra.html).