Karlheinz Deschner, el controversial autor alemán de una “Historia criminal del cristianismo” en once tomos, afirma que “El que no escriba la historia universal como historia criminal, se hace cómplice de ella.” Esto es particularmente cierto en lo que se refiere a la primera guerra o carnicería mundial, un acontecimiento que fue planificado al milímetro por una elite secreta inglesa, cuyos padres fundadores fueron Cecil Rhodes, William Stead, Lord Esher, Sir Nathaniel Rothschild y Alfred Milner.
En opinión de Karlheinz Deschner: “Los crímenes pequeños son objeto de persecuciones por parte de perros y policías. Los grandes son objeto de reverencia por parte de los historiadores”.
Algo parecido sostiene Elías Canetti cuando afirma que: “Para los historiadores, las guerras vienen a ser algo sagrado; rompen a modo de tormentas saludables o por lo menos inevitables que, cayendo desde la esfera de lo sobrenatural, vienen a intervenir en el decurso lógico y explicado de los acontecimientos mundiales.”
Por lo que se verá a continuación, hay poco de sobrenatural o providencial en la criminal conspiración que condujo al mundo a lo que hasta entonces fue el mayor derramamiento de sangre de la historia y armó al mismo tiempo el mecanismo de relojería que conduciría al estallido de algo todavía peor: la segunda guerra mundial
El Importante Papel Desempeñado por Alfred Milner
Gerry Docherty y Jim MacGregor
La principal figura en la Élite Secreta de alrededor de 1902 hasta 1925 fue Alfred (posteriormente vizconde) Milner. De manera notable, pocas personas han oído alguna vez su nombre. El profesor Quigley señaló que todas las biografías de Milner habían sido escritas por miembros de la Élite Secreta y ocultaban más que lo que ellas revelaban. En su opinión, este abandono de una de las figuras más importantes del siglo XX era parte de una deliberada política de secreto. Milner se convirtió en el líder indiscutido de la Élite Secreta.
A su regreso de Sudáfrica en 1905 él empezó a preparar al Imperio británico para la guerra con Alemania. Aunque no era un miembro del Parlamento, él se sentó en el círculo interior del Gabinete de Guerra Imperial de Lloyd George a partir de 1916 en adelante.
¿Qué había de tan precioso en Lord Alfred Milner que él ha sido prácticamente suprimido de la Historia?
Al incitar a los Bóers a la guerra, Milner mostró la fría objetividad que condujo dicha causa. La guerra era desafortunada, pero necesaria. Tenía que ser. Las propias ambiciones globales futuras de la Élite Secreta dependían de un resultado victorioso. Hacia Mayo de 1902 el oro de Transvaal estaba en sus manos al costo de 32.000 muertes en los campos de concentración. Aunque la Guerra de los Bóers finalmente terminó en victoria, llegó a un costo mayor que los 45.000 hombres del Imperio muertos o heridos. Gran Bretaña tenía menos amigos que nunca. Hasta aquel punto, a Gran Bretaña no le importaba. Vivir en un "espléndido aislamiento" y carente de tratados obligatorios con cualquier otra nación no había sido visto como una desventaja mientras ninguna otra potencia en la Tierra desafiara al Imperio.
Pero en los primeros años del siglo XX apareció un serio aspirante. Si la Élite Secreta debiera conseguir su sueño de la dominación mundial, el primer paso tenía que ser la remoción del advenedizo competidor alemán y la destrucción de su valor industrial y económico. Eso presentaba una considerable dificultad estratégica. Sin amigos en su aislamiento, Gran Bretaña nunca podría ella sola destruir a Alemania.
Como una nación-isla, su fuerza estaba en su todopoderosa marina. La amistad y las alianzas eran algo necesario. "Habría sido imposible para Gran Bretaña haber derrotado a Alemania por sí misma. Por lo tanto, necesitaba al numeroso ejército francés y al aún más grande ejército ruso para que asumieran la mayor parte del combate en el continente". Tuvieron que ser abiertos los canales diplomáticos y establecerse contactos con los viejos enemigos Rusia y Francia. Ésa no fue una tarea menor ya que el resentimiento anglofrancés había sido prevaleciente durante la década anterior, y la guerra entre ellos fue una posibilidad real en 1895.
Eduardo VII se puso al frente como el arma más especial de la Élite Secreta, rey cuya mayor contribución está en haber diseñado los muy necesarios realineamientos, e intentar el requisito previo de la Élite Secreta de aislar a Alemania. La responsabilidad última de la política exterior británica pertenece, de acuerdo a los precedentes, al gobierno elegido y no al soberano, pero fue el rey quien sedujo tanto a Francia como a Rusia para alianzas secretas en el breve tiempo de seis años. Los inmensos ejércitos de Francia y Rusia eran parte integral de la colosal tarea de detener el curso de Alemania.
Dicho de manera simple, la Élite Secreta requería que otros emprendieran gran parte de su sangriento negocio, ya que la guerra contra Alemania sería ciertamente sangrienta.
El tratado con Francia, la Entente Cordiale (Alianza Amistosa), fue firmado el 8 de Abril de 1904, marcando el final de una época de conflictos que había durado casi mil años. La conversación era de paz y prosperidad, pero las cláusulas secretas firmadas aquel mismo día alineaban a ambos países contra Alemania. La Élite Secreta entonces atrajo a Rusia a su red con una promesa que ellos nunca tuvieron la intención de cumplir: el control ruso de Constantinopla y de los estrechos del Mar Negro después de una guerra exitosa contra Alemania.
La Élite Secreta Controla Ambos Lados de la Política
La democracia británica, con elecciones regulares y cambios de gobierno, fue retratada como una red de protección confiable contra el gobierno despótico. Pero nunca ha sido así. Tanto los partidos conservadores como los liberales habían estado controlados desde 1866 por la misma pequeña camarilla que consistía en no más de media docena de familias principales, sus parientes y aliados, reforzados por ocasionales llegados con las credenciales "apropiadas".
La Élite Secreta hizo una forma de arte de la identificación del talento potencial y del poner a hombres jóvenes prometedores, por lo general de la Universidad de Oxford, en posiciones que ayudaran a sus futuras ambiciones. Con la desaparición del Gobierno conservador en 1905, la Élite Secreta ya había seleccionado a sus sucesores naturales en el Partido Liberal: hombres confiables y confiados, inmersos en sus valores imperiales. Herbert Asquith, Richard Haldane y Sir Edward Grey fueron los hombres elegidos por Milner.
Grey se trasladó al Ministerio de Asuntos Exteriores y Haldane a la Oficina de Guerra, y dentro de dos años Asquith era el Primer Ministro. La continuidad en la política exterior estaba asegurada. Una reorganización radical y completa de la Oficina de Guerra comenzó en preparación para la próxima guerra con Alemania. Cómo debe haberse reído la Élite Secreta, mientras tomaba champaña, con la noción de Democracia Parlamentaria.
(Gerry Docherty y Jim MacGregor, http://editorial-streicher.blogspot.com/2017/05/sobre-los-origenes-de-la-1-guerra.html)