El pensamiento estético europeo a partir de G.Vico se fundó teniendo en cuenta las diversas edades de la razón artística, filosófica y creativa. Los tratadistas de estética y de poética se ligaron, desde los inicios de la modernidad, a los historiadores de la literatura, a los poetas, pintores, arquitectos, teólogos, retóricos, editores, traductores, coleccionistas de libros raros y curiosos y más tarde a los estudiosos de saberes ocultos.

El reconocimiento de la belleza y de lo que se denominó “obra de arte”, era participativo de los estudios académicos que en la Europa moderna alcanzó un valor entre preceptivo y liberal.(Véase en este sentido Umberto Eco: Arte y belleza en la estética medieval, Ed.Lumen, Barcelona, 2012); ver, también, Umberto Eco. Historia de la fealdad, Historia de la belleza, Baudolino, El nombre de la rosa y otros textos en este sentido.

Al arribar al Siglo de las Luces, la política, la economía, la filosofía y la estética se activaron como dominios que fueron aceptados en el nuevo orden del pensamiento democrático de las luces y que contó con el apoyo del Estado-nación.

La concepción de la poesía lírica, la poesía épica y la poesía dramática hizo posible una organización conceptual donde la regla, el tratado, el protocolo, el apólogo y otras manifestaciones genéricas iban a influir en los diferentes puntos de la educación humanística. La edad moderna había comenzado con la edad de la razón.

René Descartes había escrito sus estudios sobre música, óptica, geometría, así como algunos argumentos sobre el mundo, el hombre, la astronomía, la mecánica celeste y la luz  la luz. Estos nuevos argumentos se fundamentaron en un desarrollo sensible de la razón y de la intuición.

En Holanda entre los siglos XVII y XVIII, las diferentes instituciones intelectuales llevaron a cabo un espíritu de reforma del conocimiento, pero también una visión en torno a las diversas visiones de la obra de arte. Este fenómeno iba a repercutir más tarde en sus artistas, poetas, teólogos, reformadores educativos y personalidades eclesiásticas.

La relación entre estética, cultura e historia señalaría para la historiografía artística del siglo XIX un tipo académico y artístico cuyos valores iban a poner en desarrollo una ciencia del arte ligada a una concepción del espíritu, que en la Alemania de los románticos y de las universidades  llegaría a los niveles más altos del pensamiento artístico y filosófico.

La estética se va conformando por lo que históricamente se ha denominado “filosofía de lo sensible o de la sensibilidad”. Se corresponde lo sensible con la dinámica orgánica y principalmente psicofisiológica. Percibir para A. Baumgarten es lo mismo que captar, intuir, reflejar, sentir o absorber elementos, partes o direcciones de un proceso sensorial. En la psicología estética de Baumgarten, los actos, sentimientos, sentidos y experiencias sensoriales se reconocen de forma  “sensible” en el contexto de la relación entre mundo, vida y naturaleza humana. Esto así porque toda autoridad sensible participa de la visión particular y general de la materia y la forma. En tal caso, la materia es la base de un producto percepto-sensorial.

En la Crítica de la facultad de juzgar, Inmanuel Kant reflexiona sobre la experiencia sensible, inmanente y trascendente como manera de explicar la razón práctica pero también la experiencia inmanente y la experiencia trascendente del juicio. Ambas experiencias concurren en los estados intuitivos, sensibles y formales de lo bello, lo sublime y la belleza. Estas experiencias se reconocen en la obra de arte entendida como obra de  los sentidos. El proceso estético se particulariza en un modo sensible de la experiencia humana. El concepto de belleza y la categoría derivada denominada “Bello-en-sí”; constituye aquello que se expresa en “lo sublime” del arte. La obra artística por excelencia justifica el orden visional e intuitivo.

En efecto, todo el argumento que le sirve de fundamento a la obra de arte tiende a reflejar que el organismo viviente “es” y existe en forma, sustancia, atributo, espacio y determinación. Lo que es trascendental tiene su función como proceso de sentido y significación sensible.

La concepción que hace de la obra de arte un registro o captación de experiencia de mundo, es aquella que puede ser percibida como armonía y orden, manifestantes de la experiencia estético-sensible. Se trata de cualidades fenomenológicas, psicovitales, estético-perceptivas y ontológicas que reordenan y reconocen toda entidad determinada por atributos, cualidades, contenidos y formas sensibles; aquellas cualidades fenoménicas, incidentes y consecuentes desde la intuición y del proceso “cognoscible” por los sentidos, se justifica en tanto que movilidad de la intuición creacional. Objeto y sujeto conforman en el proceso una dialéctica de lo viviente, de lo sensible y del mundo.

En su Filosofía del arte o Estética (verano de 1826), el filósofo alemán G. W. F. Hegel repropone las llamadas funciones de lo bello y sus formas, creando categorizaciones donde lo general y lo particular, lo inductivo y lo deductivo, lo lógico y lo histórico se unifican en el mundo de la obra de arte, como proyecto del mundo y de la historia. Así, la dialéctica de la vida, del sujeto y de lo viviente, se organiza como producto y como proceso en la obra de arte. Las manifestaciones que surgen del “mundo de la obra” las podemos encontrar en los llamados géneros artísticos y literarios como el Canto, la Danza, la Poesía Trágica, la Poesía Cómica, la Épica, la Lírica y otros que se registran en el concepto de estilo y de forma histórica.