Para la antropología cultural, los mitos, leyendas, rituales y dramas sagrados tienen una significación vital en el orden de las sociedades arcaicas o premodernas, de las superestructuras artísticas y demás organismos imaginarios de la cultura. El origen de la obra de arte está marcado por la representación teatral, pictórica o escultórica de una intención creaadora que, paulatinamente, va tomando cuerpo en el orden mítico y planetario de las representaciones colectivas.
Las mitologías grecorromanas, así como las manifestaciones profanas y sagradas del cristianismo, pretenden convertirse en el fundamento de una creación eclesial y popular, donde el héroe mítico representa el orden transformativo y la posición cósmica y simbólica que narra los hechos esenciales, a la vez que produce todo un discurso y una actuación en el contexto de la religiosidad oracular, popular y las ceremonias sociales. Es así como el origen del teatro y el origen de las religiones antiguas, expresan y mantienen su significación junto al dios, al héroe y al hombre; las instancias míticas se pronuncian en un texto sacroprofano que amenaza muchas veces con la destrucción del mundo, la re-creación del universo o la fundación de un espacio, tal como podemos leer en Mircea Eliade (Tratado de historia delas religiones, El mito del eterno retorno, Lo sagrado y lo profano, entre otros).
La mitología del héroe, del drama del espíritu y de las pasiones, cobra su significación junto a la sustancia divino-mágica, aceptada por el hombre en la cultura pre-oriental e indoeuropea. (Véase Mircea Eliade: La prueba del laberinto, (1979(1980). Dicho proceso permite observar un campo iniciático y ritual a través de las variadas ceremonias místicas y simbólicas. El arte hindú, el arte tibetano, etrusco, sumerio y mesopotámico, entre otros, revelan el carácter religioso de tipo sagrado y de tipo profano que también puede observarse en el marco de la poesía religiosa originaria. Los templos sagrados, la pintura en bajorrelieve y el drama, existen en una creación mitopoiética, a través de la cual el héroe o el actuante se convierten, como diría Mircea Eliade (1970, 1983, 1990) en hierofante, chamán, hechicero, adivino y, en cualquier caso, sacerdote y actor comunitario. Esta relevancia en la cultura de los signos aspira a presentificar, desde el punto de vista de la interpretación, el fundamento de una creación abierta a la memoria colectiva. El espacio de los signos culturales, en este caso, se pronuncia en la entonación o el estado mágico de vivencia y éxtasis que remite a las etapas arcaicas de la imaginación colectiva y a las interpretaciones simbólicas de la oralidad y el mito.(Ver, de nuevo, Mircea Eliade: El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis, Eds. Fondo de Cultura Económica, México 1960(2013).
Para el historiador del arte y de las religiones, los símbolos, signos, sueños y misterios, facilitan, en un proceso mítico, la actuación junto a un estado de memorias simbólicas y artísticas unificadas en una imagen originaria o metáfora de la vida y de la muerte.
El significado de las metáforas, alegorías y comparaciones, alcanza una sustancia superior en el plano de los actos humanos creadores. Dichos actos, se imponen tanto en el arte, como en la religión, para que la identidad sea repetida en una visión extática de los participantes en el escenario ritual o en la iniciación mítica. En la india clásica y preclásica los misterios de la muerte permanecían secretos, aún a pesar de la innovación y de los efectos producidos por la representabilidad profana o sagrada. La serpiente Kundalini asimila todo un orden simbólico en el universo de las formas míticas y cósmicas, pero también, las divinidades adquieren un valor significativo en el arte como función uránica y teriomórfica . En la manifestatividad religiosa el orden humano se define en la kratofanía y en la hierofanía.
En algunas comunidades chipriotas, la escultura y la danza adquieren un contenido simbólico que expresa la verticalidad del hombre, el héroe triunfador y el movimiento de toda creación o dinámica antropológica y ritual. También, en el espacio de la cultura mediterránea existen comunidades cuya ceremonia de la casa instituye el comienzo y el fin de un siglo o de una era. Este hecho es estimado y cualificado por el teatro sagrado griego, pero además, por el teatro sagrado y popular en la Edad Media. En la pintura y la escultura del románico se perciben aquellas formas de la imaginación popular y de la religiosidad arcaica para expresar, desde el punto de vista temático, una ilusión constructiva cuya semántica especial invita a una interpretación y una particularización propia de la cultura y las narraciones comunitarias.
El registro estético y el signo de las creaciones figurales y neofigurales del pre-renacimiento y el post-renacimiento pretenden configurar una simbólica de las diversas representaciones sociales unitarias. De ahí que exista toda una relación entre el arte y la historia de las religiones como marco de investigaciones y propósitos de conocimiento de las diversas estructuras representativas de la cultura de los signos.