Carta abierta a Federico Henríquez Gratereaux
Mi muy querido amigo Federico:
He leído tus artículos en los que mencionas el saltacocote, que en lenguaje cientìfico se llama “anolis baleatus”, una especie de largarto verde muy vulnerable, que figura en el listado de especies amenazadas, según el Ministerio de Agricultura de la República Dominicana.
Las principales causas de que estas y otras especies figuren en las listas de amenazadas son: destrucción, alteración y fragmentación de hábitats, crecimiento demográfico, desarrollo del turismo no planificado, comercio ilegal y elaboración de objetos artesanales. En algunas regiones de la República Dominicana, ciertas especies de reptiles son usadas en la medicina popular, sobre todo por los habitantes de las comunidades campesinas para curar afecciones de las vías respiratorias, como es el caso de lagartos y culebras.
Los reptiles como el saltacocote juegan un papel muy importante en el equilibrio ecológico de los ecosistemas, ya que actúan como controles biológicos de insectos- plagas que afectan cultivos agrícolas. Este es el caso de la boa de La Española (Epicrates striatus), que incluye en su dieta alimentaría especies de este grupo.
En Juan López, provincia Espaillat, como también en Villa Trina, de muchacho solía escuchar muchas historias sobre los saltacocotes, en una época que recuerdo con nostalgia, cuando los mayores acostumbraban a reunirse en la cocina en noches de frío, para tomar chocolate casero o jengibre, bajo el agradable calor del fogón de barro soportado por una meseta. Los chicos de entonces nos limitábamos a escuchar, sin derecho a opinar, porque en esas conversaciones se trataban también asuntos relacionados con “cosas de hombres”, en cuyo caso solamente una mirada imperativa significaba que nos fuéramos a acostar. Eran conversaciones de faldas y de política, en este caso con críticas al régimen del Presidente Perpetuo, Rafael Leonidas Trujillo.
Una de esas noches escuché que a “Juan que lo Queman” lo mordió un saltacocote, dejándole gusanitos en el cuello, y que no se le despegaba si no era con candela, en este caso con un jacho encendido, solución práctica pues para llevarlo al médico había que hacerlo en animales (mulos, caballos o burros), no siempre disponibles, en un trayecto de catorce kilómetros, desde Los Naranjos de Juan López hasta Moca. Esto es aparte de que los médicos de ese tiempo no tenían ni los conocimientos, ni los recursos tecnológicos que existen hoy día para hacer frente a ese tipo de eventualidades. Estamos hablando de hace más de 65 años.
El apodo del mencionado Juan provino de que cierta tarde, un marido celoso lo encontró follando a su mujer en un cafetal. El ofendido, silencioso, buscó una tea y se la introdujo a Juan por aquella parte del cuerpo que no recibe el sol. El hombre quedó loco, y los jovenzuelos del campo nos divertíamos cuando le voceábamos:
–¡Juan que lo queman!
Entonces él respondía:
–¡Que lo van quemando!
Hasta que murió después que un saltacocote lo mordió en el cuello, tirándosele desde una mata de cacao, lo que obligó a campesinos amigos a buscar un tizón de cuaba para despegárselo. Entonces se decía que en pocas horas, una persona mordida por un saltacocote moría rápidamente, pues la herida causada por sus pequeños y afilados dientes, más los gusanitos, producían una pudrición terrible.
No quiero que me creas esto que relato, pues nunca vi un saltacocote, pero sí escuché estas historias sobre ellos. Ignoro si el método de utilizar un tizón de cuaba encendido para que se despeguen después de morder, podría ser aplicado a algunos políticos nuestros, que suelen hacer lo mismo con los fondos del Erario Nacional. En ese sentido, los saltacocotes son “lagartos de tetas”, parafraseando la expresión de “un niño de teta”, al hacer comparaciones, generalmente en referencia personajes que sobresalen en la maldad o la astucia para robar bienes públicos. Ejemplo: “Fulano roba, pero comparado con Sutano es “un niño de teta”.
Hay que reivindicar a los verdaderos saltacocotes de nuestra maravillosa fauna, separándolos de los políticos que suelen ser más malos que ellos. Un abrazo, Federico.
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