En el gran proyecto de historia crítica e institucional del arte y la cultura que fue Historia de la cultura en la América Hispánica (1947), Pedro Henríquez Ureña conformó una cartografía histórica definida y solidificada por su alumnado, pero también por aquellos que han continuado su gran legado formativo, crítico e integrador.

La lectura de una obra-proyecto pide  un análisis y un seguimiento estimulado por su obra. Al examinar los diversos aspectos y ramajes de dicha obra podemos observar los caminos, fondos y formas integradoras de la misma, de suerte que los motivos, fuerzas y esperanzas de la misma, han creado y producido efectos intelectuales, visuales y sensibles al momento de pensar América en tanto que unidad espiritual y cultural.

De ahí que su historia cultural se proyecte como Historia del Arte, Historia de la Cultura, Historia de la Literatura, Historia Social e Historia Intelectual. Los intereses de nuestro autor han sido variados en el contexto de las humanidades y por lo mismo sus movimientos y fuerzas integradoras motivan una crítica y una historia de principios, núcleos formativos y ejes de significación constituidos por el movimiento mismo de la cultura y sus diferentes historicidades y socialidades.

Es por eso, que desde la época colonial se habla de florecimiento de las artes plásticas en pueblos y ciudades de América:

“Distingue a la época colonial el florecimiento de las artes plásticas.  Desde temprano vinieron a América arquitectos y pintores de España y de Portugal, a veces de Italia, o de Francia o de Flandes que practicaron o enseñaron técnicas europeas.  Se formaron con el tiempo grandes grupos o escuelas de artistas, y fueron muy activas las de México, Puebla, Guatemala, Bogotá, Quito, Lima, el Cuzco, Potosí y en el Brasil, San Salvador de Bahía, Recife de Pernambuco, Ouro Preto, Río de Janeiro.  El trabajo fue cuantitativamente enorme; millones de iglesias, de edificios oficiales, de palacios y casas de particulares, centenares de fortalezas, de puentes, de fuentes públicas, millones de cuadros religiosos, para las iglesias y para las familias, centenares de retratos, centenares de estatuas polícromas.” (Ver, pp. 54-55)

Al destacar cantidades de creaciones visuales, arquitectura y urbanismo en el contexto del arte público en América, el historiador destaca las influencias en cuanto a la productividad y el producto como determinación del valor o los valores artísticos y estéticos de dicha producción.  El juicio crítico sobre tal fenómeno, cobra valor cuando el historiador va más allá del dato y marca su doxa crítica:

“Buena parte de estas obras son de alta calidad artística.  Es asimismo importante el esfuerzo de las artes industriales, especialmente los muebles, los tejidos y los bordados, la alfarería, la orfebrería, los trabajos en hierro y en bronce.  Tanto en las vasijas de barro y en la vajilla de metal como en las alhajas, por ejemplo, se mantiene hasta nuestros días la herencia  de la época colonial, y hasta en formas artísticas como las calabazas (jícaras y mates) y las cajas de madera pintadas.” (Ibídem.)

Subyace en la cita anterior el concepto de Artes Plásticas y Artes Aplicadas, pero también el de artista y de artesano.  Las artes cualificadas dentro de las preceptivas artísticas y las preceptivas artesanales o artes aplicadas, surgen como praxis orientadas, para de esta manera puntualizar la época colonial como luminosa y productiva desde el punto de vista de la influencia española y europea en general.  Se conocen entonces pintores que fueron representativos en dicho tramado temporal:

“Entre los pintores se señalaron, en México, los miembros de las familia Echave y Juárez, Juan de Herrera, a quien llamaban “el divino”, como al poeta español de igual apellido (siglo XVII), y Miguel Cabrera (1638-1711), en Bogotá Gregorio Vásquez Arce (1638-1711),en Quito, Miguel de Santiago (+ 1673), en el Cuzco Juan Espinosa de los Monteros (siglo XVII), en Charcas Melchor Pérez de Holguín (siglo XVIII); entre los escultores, en Guatemala el Padre Carlos (siglo XVII) y Alonso de la Paz (1605-1676), en Quito Gaspar Zangurima (siglo XVIII) y Manuel Chilli, a quien llamaban Caspicara (siglo XVIII, y en Brasil Antonio Francisco Lisboa (1730-1814), llamado “el Aleijandinho” (el mutilado), que fue además gran arquitecto.” (Vid. p. 55)

El conocimiento panorámico de la creación artística de América y sus ecos continentales, conformó toda una ruta de creación e interpretación fundada por un concepto de fundación y origen justificado y explicado por nuestro historiador.  Este proceso se produjo tanto en La colonia, como en La Independencia de América.

Arte y arquitectura fueron y son los pilares de un despegue urbano, artístico y estético a partir de una conjunción de elementos, formas, técnicas, lenguajes, estrategias de trabajo artístico y productividad psicosensible:

“La arquitectura de tipo europeo aparece en los países dominados por España poco después del Descubrimiento. En los primeros edificios, los de Santo Domingo y Puerto Rico, se combinan las formas de la Edad Media (la estructura es ojival) con las del renacimiento (sobre todo en las portadas, con arcos de medio punto); es el “estilo isabelino”, que corresponde a la época de Isabel La Católica.  A veces hay reminiscencias del arte Múdejar.  Sucede al estilo isabelino el plateresco, así llamado porque su ornamentación hace pensar en joyas labradas por plateros; después, durante breve tiempo, el severo estilo clasicista al modo de Herrera, el constructor del Monasterio del Escorial en España: a este estilo pertenece la Catedral de México, el más importante de todos los monumentos de la época colonial (inaugurada en 1656)…” (Vid. pp. 55-56).

Pensar el arte dentro de la historia y sobre todo comprenderlo como rutario creacional, invita a un acercamiento en contexto y creación.  Las 27 ilustraciones que acompañan y refuerzan la primera edición hacen que el texto se vuelva liviano en su lectura.  Si a esto le agregamos la importancia de los índices, la bibliografía y el índice de ilustraciones, estamos ante un proyecto donde dichas fuentes de trabajo y referencias en cuanto al arte, la arquitectura, las artes aplicadas, la música y el teatro conforman un rutario de investigación plausible para su momento histórico.

Ciertamente, la forma compendiosa de la Historia de la cultura… revela su estructura de curso, tratado y archivo cultural, donde el espacio mismo del compendio es lo que permite desarrollar las estructuras, categorías y conceptos que explican el cuerpo inductivo que puede ser relacionado con el producto y la productividad en un marco cultural y artístico.

¿Cómo repensar hoy un proyecto viable de Historia del arte y la cultura, yendo más allá del encuadre planteado por PHU y que involucraría, además, un complemento o una continuidad de Las corrientes literarias en la América hispánica (1945 (1946)? ¿Cuáles núcleos proteicos de una obra se hacen visibles y legibles allí donde la reflexión cultural alcanza vínculos estéticos y creacionales marcados por los conceptos de memoria, horizonte y sociedad?