Un problema que es importante tomar en cuenta es el relativo a la descripción de los estilos arquitectónicos que hace Pedro Henríquez Ureña en Las corrientes literarias… y que cobra interés para el sujeto académico de hoy y de la segunda mitad del siglo XX en américa. A propósito del barroco hispanoamericano como concentración formal y artística Henríquez Ureña señala que:
“Hacia 1700 el barroco hispanoamericano es ya un ultrabarroco, equivocadamente llamado churigueresco, puesto que Churriguera sólo tiene con él muy escasa relación. Difiere tanto en esencia como en apariencia, del de España. El churrigueresco español tiende a hacer confusas las líneas estructurales: recuérdense el transparente de Narciso Tomé (1732) en la Catedral de Toledo, el Palacio del Marqués de Dos Aguas (1740) en Valencia, y la Capilla Real de San Pascual en Villarreal, provincia de Castellón. En el ultrabarroco de la América española las líneas estructurales nunca desaparecen bajo la extraordinaria profusión de adornos; por ejemplo, en los grandes altares dorados.” (Ibídem.)
La descripción del barroco en tanto que estilo arquitectónico en América Latina alcanza como valor constructivo y artístico su tensión como visión que señala PHU. La doxa del historiador sugiere un análisis de la evolución y el funcionamiento de una forma constructiva como discurso visual, predominante en el ámbito continental. Los detalles que son visibles en México, Brasil, Cuba, Perú, Bolivia y otros pueblos de América, aunque en algunos también sobresalen elementos asimétricos tales como fachadas, torres, altares, tímpanos, hornacinas, vanos, ventanales y balcones, permiten observar y comprender las estructuras y estrategias composicionales que se hacen legibles en el marco urbanístico-arquitectónico hispanoamericano.
La evolución estilística que acentúa PHU, destaca un orden visual situado en espacios eclesiales, castrenses y urbanos caracterizados por una profusión de elementos incidentes en el cuerpo constructivo y arquitectónico hispanoamericano.
Según PHU:
“La culminación del barroco en toda la América española, y señaladamente en México, entre 1700 y 1780, produjo un gran número de edificios en los que el lujo del adorno se hermana con la magnificencia de la estructura. Estos edificios influyeron en las formas arquitectónicas españolas; varios críticos españoles (Juan de la Encina, Francisco de Cossio, Enrique Díez-Canedo, Luis Bello) han comentado este reflujo, que se advierte notablemente en Andalucía. Se ha dicho que en México están cuatro de las obras maestras del barroco de todo el mundo: el Sagrario de la Catedral Metropolitana, el Colegio de los Jesuitas en Tepozotlán, el Convento de Santa Rosa en Querétaro y la Iglesia Parroquial de Santa Prisca en Taxco.” (Vid. p. 135)
Mientras que la América española “comienza a apartarse de España” en cuanto a los estilos adoptados y adaptados, el Brasil nunca se alejó de Portugal en cuanto a su arquitectura y modo de construir urbano:
“…el Brasil nunca se alejó notabablemente de Portugal en su hermosa arquitectura barroca. En los más apartados rincones del antiguo imperio portugués, de Río de Janeiro a Mozambique, de San Salvador de Bahía y Recife, de Pernambuco a Goa y Macao, sin excluir Madeira y las hechiceras Azores, hubo una clara unidad de estilo. Sólo se advierten, aquí y allí, divergencias menores, como las torres ovaladas de Minas Geraes, y detalles ornamentales como piñas o indios con plumas.” (Ibídem.)
La acentuación de diferencias en el arte de la arquitectura de la América española y la América portuguesa revela matices, elementos de forma y aspectos constructivos que ya para 1780 y con el advenimiento o vuelta a las estructuras clásicas de influencia peninsular y europeas en general, provocó la imposición del neoclásico académico hispanoamericano. De ahí que nuestro autor subraye la sustitución del barroco por el neoclásico:
“Después de 1780, el estilo neoclásico académico sustituyó al barroco. El cambio está brillantemente ejemplificado por el arquitecto mexicano Francisco Eduardo Tresguerras (1745-1833): de sus dos obras más famosas, Santa Rosa, en Querétaro, y la iglesia del Carmen, en Celaya, la primera pertenece al barroco típico mexicano, la segunda es neoclásica. El Carmen (1802-1807) es, según las explosivas palabras de Sacheverell Sitwell, “la última gran iglesia que se ha construido”. (Ibídem.)
Hay que señalar en el presente caso lo que fue la conjunción del presente en la época colonial, pero también las transiciones culturales y artísticas hacia la declaración de la independencia intelectual que en su período de gestación y expresión (1800-1830), nos lleva más tarde a lo que se plantea como romanticismo y anarquía entre 1830 y 1860, para luego entrar al fenómeno denominado “literatura pura”, marcado por Henríquez Ureña entre 1890 y 1920. Este fenómeno será coincidente con el marco de incidencia vanguardista y con la inminente crisis socioeconómica europea, donde ya se percibía el surgimiento de una nueva sensibilidad creadora e histórica.
La historia literaria, artística y cultural que construye y presenta PHU en Las corrientes literarias en la América hispánica, resume todo un recorrido cultural no sólo de la América de habla española, sino toda de la América continental. En dichas conferencias dictadas en la Cátedra Charles Eliot Norton de Harvard, nuestro autor propició y difundió su programa educativo, histórico y artístico-cultural como parte de un fundamento, desarrollo y evolución de las letras, las artes y el pensamiento cultural de la América española y de toda la América continental.