Comenzaré parafraseando a José Ortega y Gasset, filósofo y ensayista español, al decir: “Para el escritor hay una cuestión de honor intelectual en no escribir nada susceptible de prueba, sin poseer antes ésta”; y digo esto porque quienes conocen mis escritos saben que la objetividad siempre está presente en ellos por encima de mis emociones, parcialidad y cualquier conflicto de intereses. En política no ha sido la excepción. Sin embargo, en esta ocasión quizás viole esa tradición pero sin perder jamás la noción diferenciadora entre el analista académico y el dirigente político.

Nunca antes me había sentido inspirado al hablar con tanto orgullo sobre un líder político como el Dr. José Francisco Peña Gómez, como ahora lo hago por otro, guardando las diferencias de estilos y de los tiempos. Las declaraciones recientemente externadas en Nueva York, EE.UU. [04/04/2012], por el candidato presidencial del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), Hipólito Mejía, y publicadas en Diario Libre Digital por el corresponsal Miguel Cruz Tejada, me mueven profundamente a ello, y deberían hacerlo también a muchas personas de criterio sincero, patriota y objetivo más allá de cualquier afiliación política. Lo que escribo aquí podría ser ontológico si se quiere buscar la descripción en una palabra.

Para evitar malas interpretaciones y prejuicios que puedan sobrevenir a este artículo, a continuación transcribo los fragmentos insertos en DiarioLibre.com, donde Hipólito Mejía acusa al presidente Leonel Fernández y al Partido de la Liberación Dominicana de haber traicionado y corrompido la sociedad “al comprar la dignidad de hombres, mujeres y jóvenes con necesidades económicas…” (…), y advirtiendo de no hacerse cómplice de “quienes han contribuido a corromper y prostituir las conciencias de tanta gente buena que ha tenido que ceder ante las ofertas irresponsables de un hombre como Leonel Fernández, sin condiciones democráticas”.

Hipólito Mejía se ha convertido en un instrumento ineludible de una democracia auténtica, no sólo porque se parezca tanto al ciudadano común sino también porque él está absolutamente convencido de que su poder de decisión como primer mandatario de la nación residirá en una alianza estratégica con el poder ciudadano

Sin embargo, llaman nuestra particular atención las declaraciones donde el ex-presidente Mejía emite un juicio responsable y fuera del populismo tradicional dominicano de los últimos períodos electorales, al sostener que: “no habrá cargos para todo el mundo”, ni se repartirán los recursos del erario público para que dirigentes corruptos se hagan multimillonarios; y en cambio, asegura: “Lo que sí tendremos es un país con respeto para todo el mundo y en el que no haya que pagar un seguro para tener servicios de salud; un colegio para que los hijos tengan educación; comprar una planta o inversores para poder tener energía eléctrica; botellones para beber agua potable ni se tendrá que pagar a un guardián privado para vivir con seguridad”.

Sin lugar a dudas, afirmo que estas declaraciones demuestran un alto contenido político, una clara visión de estadista y un enriquecedor instrumento para el debate de la campaña electoral, y más aún, para el futuro democrático de la República Dominicana. Esta es la lectura que se extrae, contrario a los que en este país verdaderamente “no saben conceptualizar” [parafraseando aquí a un personaje de la política], y que solo engloban el discurso político dentro de las exuberancias estéticas del lenguaje sin considerar la esencia misma de su contenido. Éstos que practican esta fórmula, según ellos “axiomática”, para criticar o definir el político y estadista Hipólito Mejía, parecen nunca haber leído las teorías, métodos, enseñanzas y reseñas del  filósofo griego Sócrates[1], a quien se le atribuye haber trazado la pauta del pensamiento filosófico de su época y que luego su legado discursivo llano y espontáneo se convirtió en el sostén teórico de las doctrinas filosóficas de Platón y Aristóteles.

En ese análisis de contenido de aquellas como otras expresiones públicas de Hipólito Mejía, no solo podemos ver en términos muy sumarios las prioridades de su propuesta de gobierno, sino también la definición propia del ser humano hoy adornado por una candidatura presidencial, sus emociones, sus intenciones y visión como futuro gobernante ya experimentado. De ahí que podríamos destacar dos rasgos fundamentales: por un lado, el estilo del político (I), y por otro lado, la visión e intención del estadista (II). Ambos rasgos explican porqué Hipólito Mejía se ha constituido hoy en el instrumento de una democracia auténtica tan necesaria ahora ante la indignación del pueblo dominicano frente a una retórica cínica de sus gobernantes y al ver cómo la indulgencia es confundida con ignorancia. Veamos las razones que sustentamos para afirmar esto.

El estilo del político.- Basta con remontarse a la frase célebre “El estilo es el hombre mismo” pronunciada a mediados del siglo XVIII por Georges Louis Leclerc, Conde de Buffon, para poder entender el político Hipólito Mejía. Sus más recientes declaraciones, como otras, reflejan un ser humano que no tiene poses ni despropósitos, que es muy fácil de predecir en cuanto se refiere a sus intercambios sociales y políticos. El dominicano, característico por ser amante de lo simple, conecta con este estilo; no solo por ser su naturaleza, sino también porque ha visto cómo durante ocho años el discurso rebuscado de un presidente ha servido para tomar al ciudadano (a) de a pie como conejito de indias o de tonto inútil sin poder crítico ni ejemplarizador.

Esta característica del candidato presidencial del PRD, según mi juicio, lo hacen más atractivo ante el electorado, por cuanto refleja más allá del político sagaz y atípico, un individuo comprometido con quienes creen en él y con sus propios valores familiares, éticos y morales. Eso tiene particularmente importancia en estos momentos donde la instauración de una crisis de valores ha sido un denominador común de la gestión gubernamental del PLD, y donde la gente aspira a tener un presidente con verdadero rostro humano y al mismo tiempo, un político sincero y sin doble moral ni poses propias del marketing político. Sobre todo cuando ha sabido reconocer públicamente que una vez se equivocó al promover la reelección y ahora estar decididamente dispuesto a enmendar sus desaciertos propios de cualquier ser humano falible. Haber hecho este reconocimiento público –como bien señala Hatuey Decamps al decir “Hipólito hizo un mea culpa, pidió perdón por sus errores y se arrepintió de la reelección”– es un acto de nobleza que no se registra históricamente en los presidentes de la República Dominicana, y eso también, lo hace un político diferente.

De igual manera, hago propio de este análisis otra frase célebre de Ortega y Gasset, al decir: “El hombre es él y su circunstancia”[2], al mismo tiempo que hago acopio de una reflexión externada por la Dra. Milagros Ortiz Bosch en su programa radial “Milagros desde la Z”, al decir: “En política y en procesos de cambios sociales, el hombre ya no es quién es sino el que le exigen las circunstancias que les toca enfrentar; Hipólito Mejía no es la excepción por cuanto él no es él ahora sino un instrumento de la democracia en este momento histórico; usted podrá gustarle o no, estar de acuerdo o no con su estilo, pero él, como todo hombre de compromiso social y líder político, sabrá que, dependiendo de la manera cómo asuma este reto, la historia lo juzgará”.

Estas reflexiones aunque no exactamente transcritas recogen en esencia lo que el candidato presidencial del PRD representa hoy. Este servidor abanderado de la socialdemocracia, en lo personal, se siente identificado con ese estilo genuino que caracteriza a Hipólito Mejía, que a mi juicio, es la única forma posible en el estado actual de degradación de la imagen de los políticos dominicanos, de restablecer la credibilidad en el sistema de partidos y de revivir la pasión en los jóvenes por la política. Guardando la distancia, el presidente Barack Obama ha inaugurado esta tendencia de humanizar más el estilo del accionar de las clases políticas dejando el mensaje de no ver los presidentes y ministros de estado, como infalibles, inalcanzables y supremos respecto al ciudadano común. Hipólito es una auténtica expresión de ese estilo.

A esto se agrega el hecho estadístico latinoamericano de que los presidentes que han vuelto a postularse después de una gestión gubernamental seriamente cuestionada en otros tiempos, al volver a la presidencia, lo han hecho de manera ejemplar. Entiendo que este fenómeno tiene su explicación en la necesidad humana de conservación y reivindicación histórica que tienen los líderes de bien a quienes los pueblos confían un segundo mandato. El caso del ex-presidente peruano, Alan García, es una muestra histórica y fehaciente de ello.

La visión e intención del estadista.- Al margen del político, las expresiones de Hipólito Mejía, tal como han sido recogidas aquí, demuestran en su lenguaje llano una visión clara de los problemas que afectan gravemente a los dominicanos y dominicanas, tanto dentro o fuera de la geografía nacional, no solamente en el ámbito de las necesidades materiales como salud, educación, empleo, seguridad ciudadana y acceso a mejores estándares de desarrollo humano, sino también en cuanto a la revolución moral que se exige a todos los niveles de la sociedad dominicana. Quienes critican esta forma sencilla de abordar los problemas nacionales, son los mismos que se han hecho cómplices de frustrar las legítimas aspiraciones del pueblo dominicano que sueña con un mejor país pero con beneficios para todos, sin distinción de clases, credo político, religioso o estatus socio-económico.

El hecho de asumir posiciones abiertamente “no-populistas” de no garantizar “cargos a todo el mundo” y de comprometerse a administrar el estado con probidad y austeridad de esta manera “tan clara y sencilla”, nos demuestran que estamos ante un presidente que mañana no podrá justificar el incumplimiento de sus promesas basado en la construcción retórica de giros inentendibles por la ciudadanía común, cosa a la que nos han tenido acostumbrado el presidente Leonel Fernández, el PLD y ahora Danilo Medina como candidato oficialista.

De igual manera, al tocar el tema altamente sensible de la democracia, Hipólito Mejía, deja clara la intención –por cuanto sus vivas expresiones así lo reflejan- que está decidido a gobernar para el pueblo, con el pueblo y por el pueblo. Aquellos que supuestamente “conceptualizan”, no se dan cuenta que detrás de esas expresiones llanas, exentas de floridez y de amplitud sintáctica, se esconde una verdadera intención y visión de Estado, y hasta un enfoque jurídico-político del ex-presidente Mejía aún sin ser jurista o experto en ciencias políticas. Hoy, por tanto me sorprendo, pues nunca antes pensé que la tesis de grado que presentara en el 2001 sobre la “Implementación de Instituciones Jurídico-Políticas de Participación Ciudadana en la República Dominicana” para optar por mi Licenciatura en Derecho, cobraría tanta vigencia en un debate público 10 años más tarde, y que mucho menos tendría que ser el ex-presidente Mejía su principal protagonista, a quien dicho de paso le enviara un ejemplar de la misma siendo el presidente constitucional de entonces.

Contrario a sus detractores, las expresiones antes señaladas demuestran lo visionario del pensamiento político de Hipólito Mejía al saber y advertir por anticipado al electorado a lo que él y el PRD se enfrentan al asumir la Presidencia de la República a partir del 2012 en un entorno de dominación de los demás poderes del Estado por el PLD. Estas actitudes y puntos de vistas del hoy candidato-estadista reflejan, sin lugar a dudas, madurez política, la sabiduría y convicción personales de que solo el poder ciudadano y la Constitución Política de la Nación podrán permitirle gobernar para las grandes mayorías.

Hipólito Mejía parece conocer en el fondo el alcance jurídico y político de las disposiciones contenidas en los artículos 2, 22, ordinales 2), 3) y 4), 97, 210 y 272 de nuestra Carta Magna, que a pesar de las deficiencias conceptuales y prácticas del ejercicio eficaz del poder ciudadano que en ellas pululan, abren las brechas legales y democráticas que permitirán al nuevo gobierno del PRD hacer las transformaciones que el país necesita, si como en efecto, es la voluntad política del estadista Hipólito Mejía de casarse con la gloria y el pueblo dominicano ante cuyo matrimonio no habrá ningún poder constitucional ni fáctico sobre el poder ciudadano y la soberanía residente en el pueblo. No subestimemos al estadista.

En conclusión, y como puede verse, estos mensajes exentos de floridez unidos al estilo atípico, sobrio y a la visión de estadista del candidato presidencial del PRD como ya hemos explicado, no nos dejan pensar otra cosa que reconocer que, en las presentes coyunturas históricas, Hipólito Mejía se ha convertido en un instrumento ineludible de una democracia auténtica, no sólo porque se parezca tanto al ciudadano común sino también porque él está absolutamente convencido de que su poder de decisión como primer mandatario de la nación residirá en una alianza estratégica con el poder ciudadano, la soberanía del pueblo dominicano y todas las fuerzas sociales que converjan hacia un cambio real en la forma de gobernar. Por eso sostengo la tesis que Hipólito Mejía es un instrumento impostergable de la democracia auténtica y con rostro humano a la que aspira el pueblo dominicano en los actuales momentos, de no ser así, a Dios que reparta suerte sobre el futuro de la democracia dominicana.

10 de abril, 2012 / 8:50 PM.

[1] Sócrates no escribió libros ni cobraba a sus discípulos, algo que sí hacían sus principales detractores, los sofistas (1). Tampoco presumía de sabiduría y toda su reflexión tenía el objetivo de buscar la verdad, siempre impulsado por la voz de un espíritu personal, el daimon. Extraído del artículo “El filósofo Sócrates: pequeña introducción”, publicado en:

http://www.homohominisacrares.net/php/articulos.php?num_revista=14&cod_articulo=123

[2] La frase original es: “Yo soy yo y mi circunstancia”, la cual ha sido adoptada en tercera persona por la literatura universal.