Un punto clave de esta novela es la relación entre el primismo, el contramismo y el antimismo, lo cual produce el efecto donde lo que se imagina como nacimiento, persona narrativa, espacio narrativo y ontología del personaje novelesco, confluye en la tensión mundo, larva, estado adánico, infancia, días y noches del personaje. Esta clave se hace visible y fantástica en el siguiente fragmento:
—Tú naciste justo cuando él cayó en el sueño la noche del día en que recibió la buena nueva de la paternidad y la mala nueva del soplo. El contramismo.
Dentro del huevo de angustia de las noches del primismo, de José él, empezaste a empollarte y dio curso la historia de tu nombre y apellido de ridiculez, donde tú eres la piedra y yo el río de palabras e ideas que se precipita en tu desespero.
Nacías. Tú, el promismo. Nacías. Tú, José tú. En cápsula, igual que Florany, aunque con forma ovoidea. Te envolvías cual gusano larvario que busca libertad en su estiramiento, y en cada estirón sólo asiste, cada vez más, a la angustia de sentir la atadura a su propia naturaleza cerrada en sí misma.
Naciste tú esa noche, como Adán: omitido de infancia. Naciste ya adulto con toda la experiencia de la vida de él, el primismo, sobre tus hombros. Y con ello, los días de tus noches.” (Pág. 19).
Los estratos de significación convergentes en este fragmento hacen legibles las claves de un existente cuya alteridad imaginaria y real, implican también un marco agónico naciente y sufriente en la visión unificante y memorial de un mundo indeclinable de fases y transcursos que evidencian la problemática obligatoria de nacimiento y muerte, de creación y destrucción del otro y de lo otro.
HIPNAGEDÓN es, en este sentido, un texto de múltiples problemáticas y acentos humanos visibles e invisibles. La cardinal principal de la novela es la relativa al mundo roto, al mundo desde donde se sale y adonde se entra, mundo fracturado, recualificado y decualificado, mundo que se enuncia desde posibilidades y alteridades que inciden en las relaciones de existencia, necesidad, visión individual y colectiva.
Esta novela de Eladio de los Santos García repropone todo un movimiento narrativo a partir de instancias claves de vida, relación y urdimbre ontológica en cuyas voces podemos advertir los diversos trazados de una aventura que asume la llamada novela alto moderna, del Caribe insular y Latinoamérica. Novela de gestos, novela de imágenes surreales, novela de gritos, novela de intencionalidades, novela de rumbos trágicos, dramáticos y tragicómicos, novela que quiere romper con su propio género, novela poética que insiste en narratividades abiertas. HIPNAGEDÓN quiere ser también provocación, santificación y profanación a partir de conjuntos significativos y significantes que se abren a una lectura múltiple, pero sobre todo coherente de sentido y representación.
Un aspecto que es importante destacar como forma de interpretación de miradas de los narradores y narratarios de la novela es el relativo al acto primigenio del nacer y que se teje como escenario de horizontes y de voces acentuadas como parte de una malatrinidad entendida en tanto que agonía de la aparición en el mundo de gestos y gritos de la existencia:
Y, al igual que Adán, abriste los párpados, despertaste dentro del mismo sueño de alguien superior a ti. Despertaste del letargo nombrado por la nada, por el sentimiento de la nada, por el sentimiento de que el todo se volvía a convertir en nada. Igual que Adán. Pero a diferencia de él no viste a tu alrededor el paraíso. No viste el techo azul con algodones corriendo detrás del aire, ni al horizonte acortinado de arcoíris, ni a los pájaros dibujando su vuelo en el viento. Tampoco viste ni oíste ríos susurrando su virgen alegría. No viste un alrededor que te cantaba coralmente con las voces de la naturaleza. Sólo viste la capota transparente y a la vez oscura sobre ti, arqueada. Hecha de la noche. Y en todos los lados la misma ovalación y la misma transparencia que se hacía angustia. En óvalo que no acaba nunca por mucho que lo mires, que lo recorras con la mirada, pues tu recién inaugurada visión ya se cansa, se agobia en ese antro oval. Y te das cuenta de que estás encerrado. Y vives la agonía de tu incipiente conciencia, de donde se erigirá toda la angustia de tu existencia, porque la conciencia constituye la base del propio dolor del ser. “Pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo ni mayor pesadumbre que la vida consciente”. Y tú, José, estás vivo, y lo sabes. Y también ya sabes que más que paraíso, estás en el infierno.” (pp. 19-20).
Lectura y postlectura argumentan a favor de un escenario ceremonial en cuyos efectos podemos encontrar un rutario múltiple de fijaciones individuales y colectivas. Las diferentes conexiones con los llamados estados de mundo y con los diversos contextos de visión que les sirven de base a los personajes, hacen legible las imágenes que conforman los tiempos y espacios de la novela.
HIPNAGEDÓN se inscribe como acento y tensión de un brote autorial propio de las últimas generaciones de novelistas caribeños y latinoamericanos, pero también de narradores underground desde cuyos espacios y tiempos enunciativos se hacen visibles también los diferentes mundos de la vida insular.