La sexualidad es un fenómeno existencial de vital importancia, ya que nos puede permitir altos niveles de satisfacción, nos une a nuestras parejas y es la función biológica que posibilita el perpetuar nuestra especie.

Durante siglos estuvo reprimida, la comunicación social procuraba ignorarla, llegando a los mayores niveles de hipocresía en la llamada Época Victoriana, donde socialmente se mostraba un puritanismo exagerado. La doble moral intentaba mantener una apariencia asexual en la vida pública, sin embargo, esa sexualidad reprimida provocaba una “epidemia” de crisis histéricas, donde la sexualidad se manifestaba inconscientemente como una erupción volcánica especialmente en mujeres que se sentían ahogadas por las férreas restricciones sociales. Freud puso esta realidad en evidencia y fue un verdadero escándalo, hasta que pudo ser gradualmente aceptado por la sociedad.

Los movimientos sociales del Homo sapiens a menudo no son guiados por la razón sino por la emoción, eso hace que dichos movimientos sean de forma pendular, pasando de un extremo radicalmente al otroؚ. En la actualidad se ha eliminado bastante la represión sexual, pero tendemos a desplazarnos hacia niveles de hipersexualidad. Como explicamos era de esperarse, pero vamos a analizarlo racional y no emocionalmente.

Por nuestros instintos animales, además del alimento, hay dos elementos que atraen fuertemente nuestra atención: el sexo y el miedo. Para manipularnos se tiende a presentarnos sutilmente alguna carnada con esa orientación, que suele funcionar bastante bien especialmente en las mayorías no pensantes. Más claro: para motivar la compra de un objeto, lo más práctico es crear algún miedo primero o convencernos de que ese objeto mejorará las posibilidades de aparearnos. Es una realidad, aunque no nos guste hablarlo tan claro. Se utiliza la figura de una mujer seductora para que compres: ropas, cosméticos, perfumes, joyas, autos, bebidas alcohólicas, refrescos, medicamentos, pasajes de avión, reservas en playas, incluso para que votes por un candidato político.

Que una persona disfrute grandemente del sexo, lo considere muy importante en su vida e intente dedicarle todo el tiempo posible, sin perjudicar a los demás, puede considerarse una sexualidad normal. Sin embargo, si el sexo se convirtiese en ideas obsesivas, afectara a los demás, impidiera realizar una vida equilibrada, generara crisis frecuentes, en fin, sea un tormento y no un placer, entonces sería evidentemente una patología.

Hoy en día la intimidad sexual se lleva a los espacios públicos como una forma de llamar la atención de grupos lo más numerosos posible, lo que se evidenciaría en el número de seguidores y de “likes”. Cuerpo, sentimientos y emociones se exponen a las redes sociales tratando de alcanzar algún reconocimiento.

Se publican unos ideales de modelos de belleza que pocos pueden lograr y cuando lo hacen, suele ser de forma temporal o con retoques artificiales.

La hipersexualidad en los medios afecta al individuo de diversas formas, una de ellas es generando grandes expectativas del sexo que lleva a las personas a subvalorarse, a creer que deben realizar verdaderas proezas en la cama y a sentirse deficientes si no llenan los elevados estándares promocionados. Esto produce un alto nivel de ansiedad, en hombres: especialmente en cuanto a su desempeño en el coito y en mujeres: en cuanto su apariencia física. En lugar de interesarse en complacer a su pareja lo que realmente interesa es impresionarla.

Lo anterior se traduce en ansiedad en torno a una actividad que debiera ser muy placentera. De ahí vemos proliferación de: medicamentos estimulantes, cirugías plásticas, sexo comprado, depresión, baja estima, soledad. Los estados de ansiedad no favorecen el proceso de excitación sexual, la pareja está tan tensa que él puede tener problemas de erección y ella, deficiencia en su lubricación y fobia a la penetración. La gran mayoría de casos de impotencia, anorgasmia, frigidez, vaginismo, eyaculación precoz o retardada, son simplemente altos niveles de ansiedad que repercuten sobre el sistema nervioso neurovegetativo provocando disfunciones sexuales. Tú no controlas tus órganos sexuales pero tu inconsciente sí, trata de no acumular tonterías en tu mente que te puedan afectar después.

Por otro lado, la hipersexualidad está teniendo un terrible efecto sobre los menores, quienes se inician en la vida sexual cuando su desarrollo físico, mental y su condición social no son adecuados. Vemos madres que visten de forma seductora a sus hijas como algo gracioso y padres que presionan a niños pequeños para que tengan novias. De tal forma no debieran extrañarnos: los embarazos de adolescentes, la pedofilia, jóvenes que abandonan sus estudios, prostitución infantil, enfermedades venéreas en niños, traumas psicológicos, incrementos en la mortalidad materna e infantil.

Los adictos buscan el placer de forma inmadura, esperando estar estimulados todo el tiempo y no aceptando que la vida tiene sus “altas y bajas”. El sexo también puede crear adición. La hipersexualidad se ha denominado como ninfomanía (en mujeres) y satirismo (en hombres), realmente es un trastorno que debe manejarse similar a la adición a las drogas, de manera que la sexualidad sea gratificante y no angustiosa. Aunque pudieran lograr tener más parejas sexuales, la sensación de vacío interior no cesa.

Tienes derecho a disfrutar de tu sexualidad y es parte de tu realización y alegría de vivir. Es preciso que la vivas tratando de no dañar a los demás y de complacer a tu pareja. Debes saber que el plan divino es que tu sexualidad sea motivo de felicidad y no de desdicha. Te hicieron creer que a Dios le molesta la sexualidad que él mismo te dio.

La sociedad según su cultura te dice abierta o sutilmente las claves de cómo puedes vivir tu sexualidad sin generar conflictos. Si lo hicieras sin respetar a los demás, te puede ocasionar: rechazos, soledad, riñas, cárcel o incluso muerte. Si no tomas el control de tu sexualidad, ella podría tomar el control de ti. Ser animal o ser racional, esa es la cuestión.