En el imaginario de Hilario Olivo cabe el mundo, pues lo que propiamente plantea es su prosa misma, sus impulsos subyacentes, en el movimiento fijo de las proporciones. Igual que en el Origen, estas manchas son el resultado de la instantaneidad de la expresión, de la abstracción que encuentra su carnalidad. Las figuras manifiestas (animalia y genitalia, humanidad y demonología) parecerían estar conscientes de su crisis (literalmente) plástica: inconformes con sus formas, pero ineluctablemente matéricas. Es entonces que, buscando escapar del cuerpo que les ha sido dado, se retuercen sobre sí, se escogen o se expanden, aúllan, huyen… de la consistencia tridimensional, del punto de vista euclídeo, como astillando un molde, fracturándolo. Y lo que puede crujir es porque puede crear: por eclosión de ovas, por vagido, por big bang.
Las manchas viven cuando los cuerpos se intersecan con la luz. Aparece lo que siempre estuvo ahí, se deja ver, sin lapso. Es un evento y, como tal, debería suceder de acuerdo con el tiempo, extendido o instantáneo… pero ¡es tangible! Y para verlo hay que saltar de la mirada a la visión. Imagen como ojo, visión como videncia: por penetrante que resulte ser una mirada no taladra. Otra cosa muy distinta es ver: poner en evidencia la invisibilidad, haciendo que las manchas signifiquen. Imago mundi indómita de Hilario, el demiurgo en este caso, creador de criaturas al aire de su vuelo.
Como en el poema de Guillén, sus cuadros son “vaguedad resolviéndose en forma, en blancura de lienzo”. El tópico Ut pictura poiesis, de un Horacio sentencioso sigue vigente de algún modo aquí: aunque si bien no alcance a ser exacto que, “como la pintura así es la poesía” –y tampoco que la poesía sea pintura que habla y la pintura poesía muda, según Simónides–, es evidente que a estos cuadros se debe volver (la mirada) más de una vez, como a un texto poético de lectura infinita, para mostrarnos acordes con Mario Praz en el capítulo I de su Mnemósina, paralelo entre la literatura y las artes visuales (Monte Ávila, Caracas, 1976).
El propio Praz insiste, páginas adelante, en el paralelismo entre diversas artes desplegado desde la primera mitad del siglo XX, con su tendencia a la pluridimensionalidad: interpenetración de planos en la plástica y la arquitectura como si equivalencia de la intercalación de realidades en la narrativa y en los métodos de composición musical, además de los collages y pastiches verbales en poesía. Una omelet con todos los estilos que planta bien a Hilario Olivo en el propio epicentro de la plástica universal.
Grises, azules, puntos rojos, amarillos cuya gestualidad, cuando condensa, parece dirigida a la fusión del afuera y el adentro, a la eliminación de la distancia entre objeto artístico observado y observador, a la incorporación del espectador al cuadro. En fin: a ese eclipse de la distancia como supuesta aspiración del arte moderno que persigue generar “expresiones de impacto” de las que habla Daniel Bell, citado por Lipovetsky en La era del vacío: “el eclipse de la distancia entre la obra y el espectador, o sea la desaparición de la contemplación estética y de la interpretación razonada en beneficio de la ‘sensación’, la simultaneidad, la inmediatez y el impacto…”.
La interpretación de lo que hemos visto excede el borde, los marcos mismos –y con la misma tensión del bastidor–, porque exige ser complementado. Los seres suyos padecen, gestan, ríen o se extasían: no carecen de entidad. Pero ¿podrían, acaso, tener identidad? La observación detallada de lo que sucede entre las cuatro esquinas de cada cuadro suscita que lo observado acontezca en nuestras mentes, como un proceso de introyección orgánica –vale decir, más física que psicológica– que sigue el recorrido de la luz, hasta que impacta y se regresa, reversible, lo que trajo. Entonces, la respuesta es: sí.
Por eso dije prosa del mundo, por la manera en que la “imagen y semejanza” de Hilario como fautor, interventor (mejor que autor, demiurgo) de estas pinturas, implica aquellas cuatro nociones esenciales de semejanza que nos indicó Foucault: la convenientia, la aemulatio, la analogía, las simpatías. “Todo el volumen del mundo (dijo el francés en Las palabras y las cosas), todas las vecindades de la conveniencia, todos los ecos de la emulación, todos los encadenamientos de la analogía son sostenidos, mantenidos y duplicados por este espacio de la simpatía que no cesa de acercar las cosas y de tenerlas a distancia.”. El punto de vista antropocéntrico se impuso: yo es otro (Rimbaud), aunque esté codificado. Identidad especular o contraidentidad.
Así, de golpe, uno construye para sí las formas que proponen estas manchas. Y se hace parte de la pintura.
NOTA: La exposición “Entre manchas” (Tinta, 2021) de Hilario Olivo, inaugurada el 16 de noviembre 2021, se mantendrá abierta hasta el 5 de diciembre en Mesa Fine Art, Plaza La Lira II, Ensanche Piantini.