Sé que tu mente se ha ido a tus hijos. Realmente de quien quiero hablarte es de ti. Somos hijos, siempre seremos hijos.

En algunas especies, los hijos nacen prácticamente con casi total independencia de sus padres, ya que inmediatamente nacen, se abren camino en la vida. Los mamíferos, nacemos con dependencia, precisamente por la necesidad de mamar. Algunas especies más y otras menos. El cachorro del Sapiens, se mantiene inválido y dependiente por largo tiempo. De hecho, requiere preferentemente el cuidado biparental, porque limita mucho a uno de los padres y el otro debe ocuparse más de proveer el sustento familiar. No siempre esto es posible, ya que a menudo vemos un solo progenitor ocuparse por completo de la descendencia. La Sociedad tiende a proporcionar apoyo ante esta responsabilidad tan importante.

Nuestra dependencia además de biológica, es psicológica o emocional. Especialmente hacia la madre. Durante nueve meses, ésta percibe a su cría como parte de ella. Aunque algunas madres solamente los identifican como hijos después de nacer y su presencia intrauterina lo consideran casi como si fuese un tumor.

Lo cierto es que desde tu vida en el vientre, tenías una comunicación estrecha con tu madre y ya sabías lo que significabas para ella (aunque al nacer no pudieras explicarlo). El principal sonido que escuchabas eran sus latidos del corazón y cuando se agitaba, tú te agitabas también. Apenas sospechabas que podrían existir realidades más allá de donde te encontrabas. Pero tu prioridad era descubrir y estudiar, las diferentes partes de tu cuerpo que se iban formando.

Al nacer, te sentiste morir. Habías perdido tu ambiente tibio, agradable y suave. De repente conoces el frío, los ruidos y manos fuertes te zarandean de un sitio a otro. Tuviste mucho miedo y confusión.

Comenzaste a ver luces y bultos moviéndose, luego viste que de algunas imágenes venían sonidos agradables, además de proveerte atenciones. En uno de esos “bultos” descubriste el olor de tu madre y al cargarte, volviste a escuchar los sonidos del corazón que escuchabas en el vientre. Y te calmaste.

Jung nos enseñó que en el inconsciente humano hay unos arquetipos universales. Simplemente explicaremos que son unos patrones conceptuales, en torno a los que se desarrolla nuestra mente. Presentes en todas las culturas. En este contexto, el arquetipo de Madre es vital para nuestra salud mental. Quien no haya conocido su madre, adopta una. Así sea la abuela, la madre iglesia, la madre patria, la Virgen María, etc., pero por su estabilidad mental, necesitará integrar la  madre a su existencia.

No funcionamos exclusivamente por instinto, nos guiamos también por las normas de la sociedad y para esos fines se requiere que asimilemos, valoremos y ejecutemos las enseñanzas de nuestros padres. La sociedad está tan consciente de eso, que cuando faltan los padres, de una forma “socialmente instintiva”, alguna persona o institución asumirá esas funciones. En casos excepcionales esta opción podría  no darse y las consecuencias tienden a ser lamentables.

“Honra a tu padre y a tu madre, como el Señor tu Dios te lo ha mandado, para que vivas muchos años y seas dichoso en la tierra que el Señor tu Dios te da” (Deuteronomio 5:16).

Analiza la relación con sus padres de: tus amigos, pareja, socios, empleados. Tendrás valiosas pautas de qué puedes esperar de ellos. No confíes en quien sea mal hijo. Jamás le des la espalda a quien haya traicionado a su familia. Recuerda que debemos ser: “mansos como palomas y astutos como serpientes” (Mateo 10:16).

A veces te sientes en total soledad, sin nadie que te aprecie, sin nadie con quien contar. En los peores momentos que recuerdes, siempre tuviste compañía y llegará el momento en que todo lo pasado se te explicará y lo podrás comprender. Tu vida no es un disparate y así como hoy comprendes por qué tus padres te obligaban a ir a la escuela o te ponían castigos, también tendrás respuestas de adultos.

Recuerda que nadie encuentra a un niño tan bello como su madre. Nunca podrás imaginarte cuanto le agradas a Dios. ¡Piénsalo!