La lectura es una cartografía hija de las interrupciones. En estos días que tengo el corazón ligero y noches en que la más breve chispa me hace detener o desviar la mirada, tiendo a hacerme la víctima, preparo el camino para la queja, y me angustio. Ese terreno es fértil para el cínico, al que conozco bien por lo que me duele. Ahora bien, si en la vida se sufre, en los barrios uno aprende que también hay que gozarse y ser relambío ante la tristeza. Lo dijo mejor que todos nosotres ese gran filósofo de la rima salsera, un símbolo de Aquel lado, Raulín Rosendo: “Uno se cura”.

Y la cura es la lectura (uy qué bonito me quedó eso… anótame esa ahí, Genoveva). Es por esto que recibo de manos de mi querido Abel este libro, El último lector, de Ricardo Piglia. Le confieso a ustedes que en mi afán mimético de hacerme un personaje de escritor, pensé en Piglia como una posibilidad a imitar. Lo conocí por primera vez en casa de Carmen Zeta en Puerto Rico. Allí devoré sus libros Plata quemada y Respiración artificial. Quedé prendado del tono diferente de narrar; una voz serena y arriesgada. Era como ponerle el mundo patas arriba a un lector que venía de una gran influencia del Boom, y a mí se me pareció más a la escritura de la Generación Beat, una literatura que yo recién acababa de leer en Nueva York.

Yo retomé mi asfixie con Piglia ya instalado aquí en Chicago y dando clases como profesor adjunto y como lector en varias universidades y escuelas e institutos. A veces llegué a dar cinco clases en cuatro lugares diferentes. En ese frenesí de atravesar la ciudad, yo escuchaba las conferencias que da Ricardo sobre Borges. Una serie de cuatro capítulos, para la Televisión Pública Argentina. Estas clases son maravillosas y altamente recomendables. Elevan la estatura de escritor de Borges, sí, pero también le quitan toda esa seriedad de panteón y cualquier presunción de que es una literatura “difícil”, a la que hay que tenerle miedo. Una de las tantas joyas del conocimiento que se desprenden de estas conversaciones de Piglia sobre Borges, es la teoría de que existen dos tipos de lectores: el lector tipo Kafka y el lector tipo Borges. Uno es el monje meticuloso y el otro el bibliotecario distraído, aparentemente relajado ante la idea de que los libros son infinitos. El común denominador de estas formas de lectura es claro está, el deseo.

Ricardo Piglia, El último lector

Estas ideas sobre las pulsaciones y los efectos de la lectura, están bastante aclaradas y ampliadas en El último lector. Puede decirse que lo escrito en este libro sirve de contexto para esas charlas de Ricardo Piglia en donde se pone de manifiesto una propuesta de lectura y se cuestionan textos que se contradicen o no existen. Me gustan estas teorías porque ponen los textos en relación con la vida, y no con lo real. En uno de los apartados de este libro, Piglia habla del lector adicto, convertido en un héroe trágico, “un empecinado que pierde la razón porque no quiere capitular en el intento de encontrar el sentido”. O sea, quien lee se entrega a la idea de que la consigna es descifrar un texto, el significado, y para ello se precisa de un toque de locura. “Hay una gran relación entre droga y escritura”, continúa Ricardo, “pero pocos rastros de una posible relación entre droga y lectura”. Aquí es solamente oportuno decir que uno de esos pocos casos es nuestro poeta Edwin Solano Reyes, en donde el joven escritor cuestiona las formas de lectura, sugiere incluso una forma de leer el propio texto. El poemario es bueno de por sí porque comienza con una sugestión y saca al lector de sitio porque, y la pregunta aquí cabe, ¿Cuántos lectores se endrogaron antes de leer el libro? ¿Cuántos lectores se preguntaron si podían leer el libro sin estar drogados? ¿Son dos libros en uno, o sea, un libro cuando se lee drogado, y uno diferente si no se lo está? Ante la posibilidad de que caigamos en cuentas o en un delirio matemático, el poeta nos sugiere que no nos preocupemos ya que los cálculos no tienen sentido: “A veces, incluso, calculo las paredes y no resultan cuatro. Busco y busco y veo zapatos desamparar sus pares”.

El último lector de Ricardo Piglia es un libro bueno y redondo. Lo recomiendo para aquel que quiera empezar a leer al argentino, ya que aquí se abren las ventanas y queda expuesta una manera luminosa del pensar. Para el fan de Renzi, este libro es una suerte de red en donde uno ve claramente cómo es que funciona la Máquina Piglia, se ven claramente sus engranajes y con los dedos puede acariciar los relieves del mapa que este querido maestro nos regala en su tinta.