Un aroma inunda la cocina mientras agito una gran cacerola llena de hojas, tallos y flores de una planta espinosa, de flores amarillas (Mexican poppy) que crece profusamente en nuestro césped en primavera. Me agrada el olor de las plantas hirviendo en la estufa. Eso me recuerda la primera vez que hice sopa desde cero para mi hija. Cuando el autobús la dejó en la esquina, ella vino a la casa y exclamó: ¡Vaya, aquí huele como en un restaurante”. La culpabilidad materna llenó mi alma cuando me di cuenta de que como yo trabajaba a tiempo completo, mi hija rara vez llegaba a la casa para encontrar una comida preparada en la casa.
Esta vez, la cacerola no tiene sopa de frijoles o un guiso, sino al contrario, está llena de una planta colorante. Por primera vez en 30 años, vuelvo a teñir hebras. Acababa de leer acerca de las plantas de la Florida que los crackers, sureños pobres, usaban para teñir hilos y ropas. Ya sabía que los nativos americanos de la Florida usaban plantas para colorear hebras, vestidos, pieles, tejidos y canastas; hasta sus cuerpos. Algunas plantas contienen colorantes naturales que pueden pasarse a las hebras y los tejidos.
Esta ocasión no era la primera vez que experimentaba con colorantes nativos. Hace 30 años, en Denver, Colorado, tomé hierbas y flores de un solar cercano, las herví en grandes recipientes para hacer colorantes naturales. Luego de esto teñí varias libras de hebras que usé para crear obras de arte de croché y ropa. Esta vez, en Ranchito he juntado material vegetal y flores tomadas de nuestro jardín.
En el pasado teñir con plantas era un proceso largo y laborioso. En esos días tenía que enviar un cheque a un suplidor en otro estado, que traía las hebras de Grecia y Nueva Zelandia. Esperaba de tres a cuatro semanas para recibirlas.
Ahora, sentada en mi cómoda casa en Ranchito, pido a Amazon dos madejas de lana natural por medio de mi computador. La lana natural u otros materiales naturales son mejores porque no contienen materiales sintéticos y, en consecuencia ligan mejor con el colorante. No compro mis hebras a comerciantes locales porque esas hebras, o son sintéticas, o las han tratado con productos químicos que pueden repeler o cambiar la forma en que la hebra absorbe el colorante.
Para que el colorante se adhiera a la hebra, uno tiene que añadir algunos productos químicos, que son mordientes, al baño de colorante. Por eso también pedí de Amazon un paquete de alumbre. Hace treinta años tenía que buscar en los almacenes locales y en las farmacias en Denver, con la esperanza de encontrar algún comerciante que tuviera alumbre o polvo de alumbre. Si no, tenía que pedirlo por correo.
La hebra se prepara para el colorante calentándola lentamente en un baño de agua con el alumbre u otro mordiente. El mordiente actúa sellando la solución colorante en la fibra y pelos de la hebra. Uno tiene que ser cuidadoso hirviendo la hebra lentamente y agitarla porque cualquier cambio súbito puede causar que la fibra en la lana se retuerza, se encoja y se vuelva un revoltijo de fieltro.
Las madejas que teñí hace 30 años eran lindas, de varias tonalidades de verde, amarillo, marrón, y curtido. A veces uno tiene bastante suerte y consigue colores más vibrantes en rojo o en morado. No obstante, a veces eso requiere el uso de mordientes más peligrosos en sales, tales como el cromo, el cobre, que despiden emanaciones tóxicas que son nocivas y pueden causar cáncer. Por eso prefiero quedarme con lo que es menos arriesgado: En una ocasión, siguiendo una vieja costumbre indígena, usé orina de bebé que tomé de la bacinilla de mi hija y la puse en un frasco hasta que se puso rancia. El teñido de ese día no fue placentero con el olor que despedía la mezcla. Quizá por eso los indígenas hacen sus teñidos al aire libre.
El recipiente en el que se cuecen las plantas de teñir, también puede afectar el color. Las cacerolas de hierro hacen el color más opaco, por lo tanto, es mejor utilizar un recipiente de porcelana o de aluminio, que son los que no afectan el color.
Hace más de 30 años fui una artista y artesana profesional. Muchas de mis amigas también teñían sus hebras y las usaban para confeccionar esteras, estolas, suéteres y obras de arte. En esos años yo tenía un telar, una rueca, un huso navajo y muchos otros útiles de trabajo para las fibras. Podía escardar lana natural de un carnero, Cosía, hacía croché, tejía y hacía macramé. Mis trabajos fueron exhibidos en galerías de arte y hasta en museos en el sudoeste de los Estados Unidos.
En la actualidad mi interés ha cambiado. Solo quería ver los colores que podía obtener de las plantas del condado Glades, para compararlo con los que obtenía antes en Taos y Denver. También quería replicar los colores que los grupos indígenas y los pobladores originales del área conseguían con las plantas nativas. Para experimentar, seleccioné ocho plantas diferentes, las que han sido usadas, ya fuera por los indios o por los crackers. Utilicé las moras de los saúcos negros (Sambucus nigra), la “pokeweed” (Phytolacca americana), las cuales darían una coloración morada o rosada. Aparte cociné cuatro diferentes plantas que son conocidas por sus variadas tonalidades de amarillo: vara de oro (Solidago fistulosa), verdolaga (Portulaca oleracea), cardosanto (Argemone mexicana) y romerillo (Bidens alba). Utilicé altamisa (Ambrosia artemisiifolia), esto con el fin de obtener coloración verde. Mi selección final fue los capullos de la planta Lantana cámara, que se suponía que también daría una coloración púrpura.
Me agradan los baños de tintes porque hacen que toda la casa huela como que soy una mujer real. Me parece que regreso a mis raíces, las de mi familia, en los Ozarks, donde las mujeres recogían muchas flores, cortezas, hojas y cáscaras para preparar diferentes colores. Esos colorantes se usaban para teñir sus hebras y vestimentas, que en general eran hechas de algodón o lana. Mi abuela McPherson, aunque nació en los Ozarks nunca tiñó nada. A pesar de eso era diestra en todas las otras artes con las fibras, tales como cosiendo, haciendo croché, tejiendo y confeccionando edredones.
Recuerdo de modo vívido el olor de los teñidos de mis años en Denver. Algunos colorantes olían como té, otros como sopas, y algunos olían horribles. El alumbre, diferente de los mordientes fuertes, añadía solo un perfume ligero. Disfrutaba de la sensación de utilizar hierbas diferentes, que de otro modo desaparecerían con el fin de la estación.
Lo hice también porque deseaba que mi esposo viviera esta experiencia, porque él nunca antes había visto esto en República Dominicana. Un tiempo después leí que los taínos y otros indios de las islas del Caribe emplearon las plantas para colorear sus cuerpos y para teñir las vestimentas y otros objetos. Mi cuñada me confirmó que algunas mujeres en el campo dominicano en la actualidad todavía usan plantas para teñir. Una de las más populares plantas usadas en la República Dominicana para teñir es el café. En el pasado lo usé para colorear ligeramente una bata antigua de bautizo que tenía señales de moho encima. La lavé primero con cloro y luego la teñí con el café para que adquiriera esa coloración de blanco antiguo; eso en vez del blanco brillante del cloro.
Esta vez en Ranchito trabajé durante varios días preparado y tiñendo mis madejas de hebras. En la medida en que cada madeja salía del baño de tinte, lo colgué en los alambres que rodean nuestra galería trasera. Soñaba con exhibir más tarde un arcoíris de hebras de colores en nuestra sala de estar, como una muestra de mi proeza de mujer. Sí, al final obtuve un arcoíris, pero de amarillo, desde un insípido amarillo ligero hasta uno más aurífero, brillante.
Oh, oh, algo no funcionó del modo que anticipé. Sólo puedo adivinar qué salió mal. Quizá es el contenido del suelo que afectó el colorante en las plantas, o quizá fueron los metales en el agua que cambiaron las propiedades. Hasta el azul oscuro de los saúcos negros que tiñeron de azul mis dedos cuando sacaba las hebras, hasta eso desapareció. Luego aprendí que la mayoría de los tintes que existen en los Ozarks solo producen tonalidades de amarillos y marrones.
¡Qué frustración! Quizá lo trate de nuevo, cuando no esté ocupada arrancando hierbas y atendiendo mi jardín de hierbas. O, ¡quizás tenga que buscar por un bebé para recoger orina!