La vida era más fácil antes de que comenzaran a gustarme las hierbas malas. La vida de mi jardín puede dividirse en dos períodos, la vida antes de las hierbas y después de las hierbas.
La vida antes de las hierbas. Este era el período cuando las hierbas eran algo salvaje y fastidioso que era necesario arrancar de la verdura de mi jardín y de los canteros de flores. Las hierbas eran una molestia que crecía en los lotes vacantes y a los costados de la carretera. Las hierbas malignas podían ser arrancadas, desenterradas o, bombardeadas con RoundUp u otro herbicida.
Una hierba a menudo se ha definido como “una planta indeseada en un entorno controlado por el hombre” (Wikipedia) o “una planta que no es valorada donde está creciendo y que por lo general es de crecimiento vigoroso” (Diccionario Merriam-Webster). El término se usa también para la planta que es considerada una molestia o para plantas nativas o no nativas que crecen y se reproducen enérgicamente.
La vida después de las hierbas. Entonces vino la revelación. Me di cuenta de que el término “mala hierba” no definía en realidad una categoría, era más bien una “elucubración sociológica”, lo que significa que no es un término que refleja ninguna realidad, sino una realidad creada por los humanos, por la sociedad. En otras palabras, el vocablo “mala hierba” no refleja una verdadera distinción física o de categoría científica, sino que se refiere a una planta que es considerada invasiva o extraña en un entrono creado por los humanos. Es un término subjetivo, en oposición a un término objetivo o científico. La hierba mala de una persona puede ser una simple yerba, flor o alimento para otra persona. El término “hierba mala” esencialmente confiere inclusión o aceptación en asunto de unas plantas; o exclusión y supuesta no aceptación a otras plantas. Es casi un término tribal; formas parte de esta tribu, o, eres una enemigo de la tribu.
Antes de mi revelación acerca de las hierbas, podía ir a mi jardín y arrancar todo lo que yo no había plantado antes. Después de la revelación, me esfuerzo para examinarlas y seleccionarlas antes de arrancarlas, haciéndolo una por una, preguntándome cada vez, ¿qué es esto? Podría ser útil preservarla, protegerla. La tarea devino larga y ardua; eso significa sentarme o arrodillarme durante horas, solo para tratar de ser inclusiva frente a todo nuevo brote interesante.
No obstante, tengo que admitir que me gustan las hierbas. Había olvidado cuánto realmente me gustan las hierbas. Probablemente todo comenzó cuando me enteré de que uno puede comer las flores de dientes de león (dandelion) y, que hasta puede hacerse vino con ellas. Fue en ese momento cuando comencé a experimentar con hierbas y a teñir hebras de tejer. Descubrí también que las hierbitas son sabrosísimas en ensaladas verdes.
Tengo un secreto, una relación íntima con las hierbas de mi jardín. Las reconozco al verlas, al olerlas y tocarlas. En los primeros meses de nuestra relación rehusaba usar guantes porque mucho en mi identificación depende del tacto sobre las hojas, los tallos. ¿Es el tallo suave, fino o grueso? ¿Es redondo, triangular o cuadrado? La raíz, ¿va derecha hacia lo profundo, o se esparce hacia los lados? ¿Tiene rizomas que se desplazan horizontalmente en el suelo, o extensiones y ramas que serpentean a lo largo de la superficie y coloca pequeñas raíces que semejan vellos.
Arrancar hierbas, es algo más que arrancar hierbas. Tengo que admitir que arrancar hierbas a mano produce cansancio y fastidio. Las piernas a mis 70 años de edad las tengo cubiertas de cicatrices de picadas de insectos, de arañazos de ramas de cambrón y ronchas. No son agradables a la vista; muy diferentes de las piernas que tenía a los 50 años que eran lisas, suaves y ligeramente bronceadas mientras me relajaba al sol. No he visto la playa en años, no la he visto desde que comencé con la jardinería y la limpieza de malas hierbas en las praderas de Okeechobee.
Mis manos han sufrido tanto como mis piernas. Picadas de hormiga coloradas (Solenopsis), diminutos palitos enterrados, espinas grandes que penetraron profundo y, uñas cuarteadas con mugre incrustada. Últimamente encontré unos guantes para jardinería con superficie que me permiten sentir al tacto, un grado menos que los de cirugía. No hay cosa alguna que desanime a las osadas “hormigas caribeñas” para que no suban más allá de mis guantes, hasta las muñecas y, más aún hasta las mangas. Gracias a Dios que estas hormigas caribeñas no pican y, más importante aún, se comen a las que pican.
¿Por qué? Se pregunta usted. ¿Por qué tanto sufrimiento? Porque hacerlo produce un inmenso placer, no solo al final por el resultado, sino también por el trabajo en sí. Al mismo tiempo que deshierbo busco tesoros escondidos, porque las plantas son tesoros. Por ejemplo, con cuidado deshierbo entre las malas hierbas, pasto Bahía, ambrosías, los pegajosos cadillos y, los romerillos. En esos momentos es cuando descubro plantas para sazonar como el perejil de la tierra. Por ejemplo, libero la verdolaga de entre la prisión de otras hierbas florecidas.
Cuando deshierbo a mano en mi jardín, busco cuidadosamente para detectar las hojas que son ligeramente diferentes, flores diminutas, para identificar una planta desconocida, inesperada. Algunas de las que encuentro las reconozco, otras, trato de identificarlas. A veces cuando no sé de qué se trata las dejo tranquilas. La emoción viene cuando descubro una nueva planta nativa que antes no sabía lo que era.
En un sitio, por ejemplo, encuentro una elegante planta de rabo de gato (escorpio tale), que los mejicanos consideran que es buena para detener el sangrado nasal, las enfermedades de la encías, la disentería, la influenza, y, para problemas de la piel. Más adelante me topo con una variedad de un amaranto y me pregunto, ¿cómo vino a parar esto aquí? En ese momento pienso en las centurias de uso que tuvo el amaranto usado como grano en América del Sur y, en el pan alegría que se hace en México para algunos festivales.
Por todas partes encuentro retoños de plantas de la familia fabácea, que identifica a los frijoles y guisantes. Quizá es una planta del género Senna que tiene bellas florecitas amarillas. O se trata de una plantita de Tambalisa.
Mi esposo quiere que yo emplee a alguien para esta labor en mis canteros en Ranchito; William, que en ocasiones es mi jardinero en Miami, lo que sugiere es lo más eficaz y terrible, que es rociar estas hierbas con RoundUp, seguido esto de una devastación con un arrancador de hierbas. Por desventura tengo mejores soluciones que las que él me propone. Rehúso utilizar herbicidas químicos tales como el RoundUp. Evito ocasionarle daños a mis hierbas comestibles. Por otra parte, estos químicos los absorbe el suelo con las lluvias y van a la capa freática del suelo, lo que tiene efectos nocivos sobre la vida silvestre y los seres humanos.
En algunas ocasiones mi esposo y yo tenemos discusiones acerca del uso de herbicidas. A él le gusta la apariencia inmaculada de los árboles sin hierbas alrededor de la base de los troncos. He optado por esconder todos los herbicidas que él compra.
Se podría comparar la palabra “mala hierba” con otras palabras excluyentes que se usan en nuestras sociedades, tales como “inmigrante”, “forastero”, “extranjero”, etc.
Pregúntese, ¿quién constituye una mala hierba en su vida? ¿Cuál grupo de personas considera usted como indeseable o fastidioso? ¿Qué grupo diferente de personas está creciendo rápidamente en su entorno? Quizá, si usted se toma el tiempo, puede descubrir que esas “malas hierbas” en realidad tienen insospechados méritos o valores que podrían mejorar la calidad de vida que usted o su familia disfrutan en su comunidad.