Toda sociedad y todo grupo humano se constituye y se identifica a partir de ciertos personajes cuyas acciones son elevadas al rango de hazañas heroicas y sus vidas son tenidas como ejemplares por la significación colectiva de los acontecimientos a que dieron lugar y que, regularmente, están conectados con la fundación de la comunidad política. En otras palabras, toda sociedad construye post mortis a sus héroes porque hicieron de sus vidas algo memorable al ofrecerlas por un ideal o por un proyecto colectivo fundador. Estos héroes solemos llamarlo “padres fundadores” o “padres de la patria” y constituyen un ente integrador de la colectividad en términos simbólicos y afectivos.

Ahora bien, el concepto ha evolucionado. El héroe lo es o bien por una acción extraordinaria, o bien por sus virtudes o cualidades excepcionales, o bien por su condición suprahumana (mitad humano, mitad dios). En la antigüedad tenemos ejemplos notables de estos seres cuasidivinos: Aquiles, Héctor, Sansón, Hércules, etc. La literatura infantil y juvenil han recogido las leyendas que se construyeron alrededor de estos hombres mitológicos y percibimos en ellos tanto las virtudes como los vicios. Estos héroes son personajes ambiguos que sirven de laboratorio a las pasiones y su catarsis.

La literatura medieval y mística está llena de ejemplos de personajes extraordinarios que modelaron sus vidas conforme a las virtudes cristianas. Las historias de santos y santas son una muestra clara de lo que constituyó para muchos un heroísmo: la identificación plena con Cristo. Hacer de mí otro Cristo constituyó el lema a seguir. Se elevaron las virtudes; las pasiones se doblegaron en estos personajes de carne y hueso.

En las sociedades modernas, la construcción de los Estados-nación estuvo adornada por gestas heroicas colectivas que posibilitaron el nacimiento de nuevas relaciones sociales y que, más tarde, inspirarían una de las grandes conquistas del hombre y la mujer actual: el reconocimiento de sus derechos y la obligación de ciertos deberes. Aunque el pueblo, el ideal, el partido se constituyeron en nuevos héroes; de ningún modo se olvidaron las personas que encarnaron estos ideales, esta lucha. Ahora bien, la modernidad es hija de la Ilustración y esta última se opone radicalmente a los ideales cristianos. Así se desconectó el heroísmo de los valores bíblicos y se objetivaron, de forma laica, en las ideologías y, más tarde, en los partidos políticos.

La revolución francesa, la revolución norteamericana, la revolución haitiana, la revolución cubana son hechos que marcaron la historia y allí tienen sus héroes, regularmente nombrados con el adjetivo de “revolucionarios”. Este calificativo se sobredimensionó en el siglo XX, ligado a la ideología socialista-comunista. En este sentido, el revolucionario pretendía un cambio radical en la sociedad y el statu quo reinante. Para la izquierda latinoamericana el revolucionario fue el nuevo héroe y se vinculó a un proceso histórico y a una ideología y no ya a unas virtudes.

La desconexión entre acto heroico y virtudes trajo consigo la radicalización del ideal revolucionario en donde lo que importó era el proceso y el líder-héroe que guiaba, como nuevo iluminado, a las masas hacia la victoria. Las virtudes del hombre nuevo coincidieron con las virtudes del líder-guía y estuvieron dirigidas no al dominio de sí mismo, sino a la lucha contra el enemigo. La lucha contra las pasiones se transmutó en “voluntad inquebrantable” de resistencia frente al sistema, obnubilando cualquier referencia a la vida moral del sujeto.

El cuidado de sí y la perfección moral eran ideales que, a los ojos del líder revolucionario, concentraban los valores burgueses del sistema, del capitalismo, del poderoso, del opresor, de la religión como opio de los pueblos. En este sentido, ser revolucionario era negar los valores que encarnaban el sistema capitalista imbuido de tradición cristiana; pero sin edificar nuevos valores.

Por ello no resulta extraño que una vida sin valores, sin el menor cuidado por sí misma y los demás se pretenda dignificar post mortis bajo el rótulo de “revolucionario”. Tal vez estamos observando el advenimiento de un nuevo “héroe” cuyo rasgo más notorio es la violencia criminal e irracional como opción de vida y pretendidamente causada por la exclusión sistémica y social. No sabiendo que virtudes y vicios son posesiones personales antes que sociales.