Los dominicanos veneramos a nuestros héroes por la forma en que murieron; en revoluciones y acciones patrióticas que no siempre significaron un avance real. Olvidamos así mirar a nuestro alrededor, donde el trabajo voluntario de muchos alivia sufrimientos y colma de esperanza a miles de personas aquejadas de salud, desprovistas de afecto y despojadas de alguna posibilidad en la vida. Es allí, a mi juicio, donde reside la heroicidad verdadera; la de gente que se despoja de recursos y dedica su tiempo en beneficio de los demás, llevando consuelo a quien lo necesita y abriendo espacios de oportunidades a quienes están imposibilitados de obtenerlas por cuenta propia.
Una de las instituciones merecedoras de todo el reconocimiento que una sociedad solidaria puede dar, es sin duda la Asociación Dominicana de Rehabilitación, una obra gigantesca de justicia, solidaridad y amor que preside desde hace años la señora Mary Marranzini, y a la cual se han sumado desde su fundación cientos de dominicanos, inspirados por pura vocación de servicio. No se trata de una labor de caridad ni de soporte para otra causa. Es la heroicidad nacida de una gigantesca herencia de solidaridad humana soportada en una ingente labor de años. Heroicidad que cura heridas, físicas y de orfandades, que sella cicatrices y lleva aliento a quien lo necesita. Una institución necesitada del respaldo de todo aquel en capacidad de darlo, para así garantizar la perpetuidad de un trabajo de inmenso contenido social y humanitario.
Son muchos también los hombres y mujeres que dedican horas y recursos para calmar el dolor y auxiliar a las víctimas del mal tiempo y a garantizar la seguridad de la población en los feriados de Navidad y Semana Santa, dejando a los suyos en sus hogares. Es en esas acciones, a mi juicio, donde reside el verdadero heroísmo; la heroicidad que nace del cómo y para que se vive y no sólo del cómo se muere.