La lucha por la verdad enfrenta enormes desafíos. Con el discurso de “el fin de la historia” y que “la Tierra es plana”, un modo de producción, un orden mundial, social y cultural se erigió en verdad única. La ideología de los vencedores sobre los éxitos de su modelo y el fracaso de cualquier alternativa conquistó “gobernabilidad”.
Se privatizaron y mercantilizaron bienes y servicios esenciales, se deprimieron salarios, toda garantía de protección humana y social se satanizó como “amenaza al mercado” o “ineficiencia”, y las políticas fiscales de los Estados fueron convertidas en prendas al mejor postor, haciendo de los impuestos un traje a la medida. La deuda pública pasó a ser un formidable mecanismo de extracción de riquezas.
Nunca se generó tanta riqueza, y nunca fue de forma tan improductiva, destructora del trabajo, ni tan desigual la distribución de la riqueza. El dolor de la gente fue dejado a la famosa “responsabilidad social corporativa”, la filantropía y políticas “focalizadas” tipo tarjeta “Solidaridad”. Los recursos naturales, playas y costas, minas, aguas, petróleo y gas fueron privatizados o vendidos. La suerte de cada quién fue echada al subsidio de turno si lograba demostrar ser miserable; la remesa de la familia si lograba llegar nadando a la otra orilla; la economía subterránea o ilegal; y por supuesto el crédito.
Cuando, desde 1998, Latinoamérica empezó a vestirse de nuevos proyectos victoriosos que reivindicaban la justicia social, la recuperación de la dignidad nacional, la solidaridad entre los pueblos y la restauración de los derechos humanos y sociales como esencia de la democracia, se dijo que era un ave de paso, un grave error “populista”.
Y cuando en estos últimos años cayeron Argentina, Brasil y la crisis de agudizó en Venezuela “el fin de la historia” -ahora llamado “fin del ciclo progresista”- se quiso vender como verdad ratificada. Nuevos falsos profetas, agarrados de discursos que agitan miedos y monstruos sobre la migración, la “agenda homosexualizante”, la “ideología de género” y otros adefesios intelectuales, buscan ponerse en la vitrina de la intelectualidad pagada para sostener el proyecto neoliberal en su versión más extremista, apelando a los más asustados como a lo más conservador y demagógico entre los sectores religiosos. Bolsonaro y Trump son ejemplo.
Pero el mundo da vueltas: en México ganó MORENA con López Obrador. En Argentina la dupla Fernández acaparó el voto mayoritario contra la agenda entreguista y antisocial de Macri; y en Puerto Rico el pueblo sacó a Ricardo Rosselló, como haría aquella persona que es golpeada año a año, día tras día, pero un día la humillación es tan grande y escandalosa que no se aguanta más.
Es que, como dijo Martí, “Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad (…) los que pelean para hacer a los pueblos libres, o los que padecen en pobreza y desgracia por defender una gran verdad”.
En esa oportunidad, Residente y Bad Bunny pusieron el himno de la rebelión democrática y antineoliberal de Puerto Rico, la primera que saca a un gobernador colonial: “Denle la bienvenida a la generación del “Yo no me dejo”; homofóbico, embustero, delincuente, a ti nadie te quiere, ni tu propia gente…Vandalismo es que siempre voten por los mismo', se roben to’s los chavos de educación mientras cierran escuelas y los niños no tienen salón… Hay que arrancar la maleza del plantío, pa' que ninguno se aproveche de lo mío”.