Un exitoso empresario del transporte encuentra una carta, en la puerta de su casa, donde puede leerse “una oferta de protección” contra la delincuencia a cambio de 500 dólares mensuales. Se trata de la extorsión de un grupo de mafiosos.

“Estas son las consecuencias del progreso, don” fueron las palabras expresadas por el oficial de policía en el destacamento donde el empresario colocó la denuncia del chantaje. Se enteró que todos los empresarios del pueblo pagaban a la mafia para poder operar en paz, pero él había aprendido de su padre que nunca debía dejarse pisotear por nadie.

A kilómetros de distancia, otro individuo se encuentra envuelto en una trama de corrupción vinculada con dos jóvenes oportunistas que sólo piensan como obtener dinero fácil para gastarlo en su estilo de vida parasitario.

Los personajes señalados son los protagonistas de la última novela del Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa: El héroe discreto. Es una obra sobre las secuelas negativas del desarrollo económico en un país latinoamericano (Perú), una historia sobre la corrupción y lo que ella representa como fuerza desintegradora de la civilización.

El héroe discreto es un libro sobre las dificultades de vivir de acuerdo a principios morales en sociedades que han normalizado vivir sin ellos. ¿Cómo vivir sin sucumbir en un entorno donde “el fin justifica los medios”, la obsesión por la acumulación de riquezas destruye las relaciones afectivas y se van pulverizando los espacios de civilización construidos con esfuerzo a lo largo de los siglos?

Los protagonistas son “héroes discretos”, porque dirigen la epopeya de sus vidas cotidianas combatiendo con sus decisiones –y desde el anonimato- la corrupción de las sociedades contemporáneas. Estos héroes carecen de armas. No gozan de la aureola de los héroes que son objeto de culto en la sociedad del espectáculo. Son caballeros sin otra armadura que la fuerza de sus convicciones, que trascienden la mediocridad característica de los convencionalismos sociales y de la banalidad del mal. Por ello, son seres extraordinarios, verdaderos móviles del progreso. Sí, del progreso. Como señaló en una reciente entrevista el mismo Vargas Llosa:

“La gente decente es la reserva moral para el futuro de un país y cuando un país pierde esa reserva moral entra en bancarrota aunque las cifras económicas digan que progresa. Lo que hace que verdaderamente progrese una sociedad son los héroes anónimos”.