Revisitar el pasado es un recurso que permite inspeccionar el ámbito de lo cotidiano, los discursos y las bases de la materialidad de la sociedad. Y recurro a esa memoria a sabiendas que el Estado moderno se consolido sin romper el pacto con los grupos de la clase dominante hatera y las fuerzas que instauraron la moral desde la colonia hasta hoy, en este caso, la iglesia católica. En la colonia de Santo Domingo se definió un orden que poco se ha modificado, a pesar de los procesos de ruptura con el derecho castellano  y la conformación del Estado/nación.

La narrativa moral de la mayoría de los clérigos y el Estado, como también de los hombres y mujeres de “buenas costumbres” era y es amar apasionadamente la quietud del cielo cristiano, la sacralidad de las reliquias eclesiásticas y el goce que florece bajo las uniones monogámicas y heterosexuales, aunque al anverso retozan y frotan con otros cuerpos en las murallas y edificaciones de la vieja ciudad.

La Ciudad de Santo Domingo y sus aledañas fueron gobernadas por un grupo pequeño de clase alta, los blancos peninsulares y criollos de ascendencia española. Esa élite administró y explotó bajo un sistema esclavista de producción, a los originarios africanos y arahuacos, los cuales conformaban un número muy superior al suyo.  Y bajo “la égida” de su poderesa minoría se amparó en la cristiandad para iniciar un proceso civilizatorio que instauró un orden violento, el cual transformó: lo étnico, los cuerpos y su mirada.

Su plataforma principal fue la jurisprudencia castellana y la Santa Biblia, pues también el Dios cristiano se asemejaba al Rey y salvaguardaba la Corona, o posteriormente a la República. Estos dos discursos fueron la zapata de las alocuciones constitutivas que consolidó el poder patriarcal, en su versión clerical, monástica o republicana. Y por supuesto esto descendió a la base, la plebe común.

En este campo, todo lo que refiera a la poliginia masculina, la homosexualidad, lesbianismo y transexualidad se opone al ideal hegemónico del arquetipo de castidad y pureza que vende e impone el cristianismo, tal como se práctica en la República Dominicana hasta hoy.

A decir de Garey, 2002, el sistema colonial convirtió al pueblo llano, las  masas trabajadoras esclavizadas en tributarios, despojándolos de sus individualidades como personas o grupo étnico/cultural. Esto por igual, siguió su curso, sin provocar cambios, bajo la pantomima republicana. Ellos, “los privilegiados de Dios, se inventaron una nueva identidad, la cual se muestra explícitamente como memoria del blanco europeo. Se legitimó la cristiandad como sinónimo de buenas   costumbres y deberes ciudadanos.

Los republicanos cristianizados olvidaron el pensamiento de los liberales ilustrados y se apapacharon con la iglesia hatera y feudal. Prefirieron recurrir al joven Denis Diderot, en su vieja carta sobre “Los ciegos para uso de los que ven, y no al maduro enciclopedista que trascendió su pasión por lo divino. Ellos, los elegidos de la historia republicana permanecieron allí atrapados en el vestido purpurado. No obstante, las masa analfabeta de trabajadores y trabajadores negros/as y mulatos/a y mestizos que aparentemente fueron vencidas y evangelizadas, continuaron en su marginalidad con resabio y resistencia, en los recovecos y bordes de la cultura.

La invención de la identidad nacional fue el artificio de las élites coloniales del siglo XIX y de su proyecto político basado en el hurto, chantaje, corrupción, violencia y en los “actos piadosos de fe” (repudio), contra todo aquello que se consideraba diverso o distinto. Se persiguió a los herejes, y a lo que practicaban el pecado nefando. En lenguaje llano, a todo aquel que buscará el placer sin orden y mantuvieron relaciones con personas del mismo sexos, que no llevaran de manera directa a la posibilidad de la reproducción, fin último de todo relación sexual. El acto nefando era irremediablemente un pecado.

La autoridad doctrinal española atada a los principios de los blancos y “la Casa del Padre, mantuvo un discurso que sometía a la “Justa Guerra” (esclavitud o muerte) a los herejes y homosexuales, es decir aquellos que osaran renegar de la fe o mancharan los ideales y prácticas que atan a la carne, especialmente, las consideradas nefandas. Vicio que se adjudicaba a los grupos originarios o creyentes que no eran tan rigurosos y que estaban subyugados al cuerpo material. Lo nefando era considerado un pecado grave, porque no colaboraba con la creación.

En este campo, todo lo que refiera a la poliginia masculina, la homosexualidad, lesbianismo y transexualidad se opone al ideal hegemónico del arquetipo de castidad y pureza que vende e impone el cristianismo, tal como se práctica en la República Dominicana hasta hoy.

Los republicanos juraron a la obediencia y legislaron los cuerpos, la maternidad y los actos sexuales. Los pecados públicos se describieron y se legislo para controlarlos. El Modelo made in Spain, es lo que marca la modernidad y el proyecto colonial en Santo Domingo. Todo acto o comportamiento sexual que transgreda la moral cristiana, ya por gustarle ayuntar entre sexos iguales, se convirtió en una transgresión social y en un pecado público. Por tales afrentas sería juzgado, tanto en la tierra como en los cielos.

En el mundo colonial ser hereje u homosexual se pagaba con la misma moneda. Los castigos eran variados, en las diferentes colonias, pero en Santo Domingo, se estrenó el tribunal de oficios morales y religiosos, la Santa Inquisición. Este tribunal fue nombrado y ratificado en el 1519, Su competencia abarcaba varios tipos de delitos tales como: delito de blasfemia, reniego, brujería, magia, pactos demoníaco, astrología, horoscopías, adivinación, quiromancia, y otras artes mánticas, sortilegio y empleo de oraciones vanas, los delitos del cuerpo, como la práctica del pecado nefando (sodomía), bigamia, amancebamiento, lenocinio, incesto, adulterio, entre otros.

Los castigos serían diversos y oprobiosos. El tribunal inquisitorial tenía la facultad para disciplinar el cuerpo mediantes azotes, burlas, prisión, expulsión de la comarca o ciudad, exilio y la muerte, por medio de la horca. Los castigos más severos, lo recibían las mujeres, las brujas y los sodomitas. Eran repudiados y perdían el parentesco divino que equivalía al exilio social y físico y a la muerte. La colonialidad impuso su sello y continúo hasta nuestros días.

En la actualidad, el Observatorio de Derechos Humanos para Personas Vulnerables planteó que urge una ley antidiscriminación o de igualdad de trato, a fin de poder sancionar a quienes discriminan las personas por su orientación sexual.

En el 2015 se reportaron 40 casos de violencia, discriminación y detención contra las personas LGTB (lesbianas, Gays, transgénero, bisexuales, entre otros) tanto en Santo Domingo como en Santiago.

Por igual, durante los primeros meses del 2016 varios grupos religiosos y particulares han desatado una campaña contra el Embajador de los Estados Unidos el señor James Wally Brewster por su preferencia sexual.

Las variopintas prédicas de teólogos, religiosos y gente de la calle sobre el pecado nefando son las mismas que se argumentaban hace 500 años en la colonia de Santo Domingo. Se utilizaron sermones y manuales de confecciones. Ellos, los elegidos de Dios, reclamaban y acusaban desde el púlpito de sus iglesias contra aquellos que violaran el pudor cristiano.

En general, el tabú del esperma y su violación representó, la afrenta contra los ideales y valores de la familia monógama, la heterosexualidad y la reproducción organizada, a través del matrimonio católico. Dos hombres, o dos mujeres no se reproducen, no gozan de sexualidad, pues la sodomía es de animales o propias de grupos sociales inferiores por la debilidad de su carne.

Por esos legislaron para someter a las mujeres, exterminar a los infieles y construir un proyecto social y cultural homogenizante. Esa pequeña élite sigue sosteniendo el poder en República Dominicana y no ha cambiado sus narrativas. El estatus de honorabilidad y moralidad, lo constituye un cuerpo limpio de deseos nefando, pues el cuerpo mismo designa prestigio social.