Henry Hazlitt combatió en sus artículos de opinión las medidas para continuar con los controles de precios establecidos durante la Segunda Guerra Mundial en los Estados Unidos. Tenían como fecha de expiración junio de 1946, pero como también iban a desaparecer los puestos de la burocracia encargada de administrarlos había que inventar excusas para seguir en nómina antes de la fecha fatal en que volvería el mercado libre. En Nuevas ironías del control de precios explica que con la carne de res los funcionarios provocaron una escasez tan crónica que a las carnicerías volvió como alternativa la de los caballos.

La ley establecía un criterio objetivo para la eliminación automática del control de precios tan pronto ocurriera la rendición de los fascistas, a quienes por cierto los aliados copiaron buena parte de sus políticas económicas durante la guerra. En efecto, la ley establecía que saldrían de la lista de bienes controlados todos aquellos donde no existiera una oferta reducida imputable al conflicto armado. La carne de res era uno de esos donde la producción, al momento de entrar en vigor la ley, estaba por encima del promedio de los años anteriores a 1939 y, en consecuencia, los ganaderos esperaban el retorno a la normalidad de contratos privados en que los precios se fijan por la voluntad de las partes.

Sin embargo, los abnegados servidores públicos obviaron el mandato atribuyéndose funciones de un juez de la suprema corte actuando de oficio o dictador que no requiere contrapeso del congreso para modificar normas.  Para evitar que los consumidores volvieran otra vez a depender de las fuerzas impersonales del mercado libre y que, como daño colateral, los dejara a ellos sin funciones, la carne de res se quedaba con precio controlado porque “estaba en una oferta reducida con respecto a lo que sería la requerida a precios razonables”.  Al respecto Hazlitt explica:

“Con un criterio tan elástico como éste, los controles de precios se pueden mantener hasta el final de los tiempos. Para comparar entre la producción en un momento dado y la existente en períodos anteriores existen datos y es posible la medición, pero una comparación de la oferta con ‘demanda a precios razonables’ va a depender del concepto de razonabilidad en la mente de los funcionarios imponen los controles.”

Interesante. Este es un artículo con preferencia para irse a vacunar porque se escribió hace setenta y cinco años y muestra exactamente el criterio subjetivo con que actúa hoy todo el que busca imponer precios a propiedad de terceros que son los “adecuados para un intercambio”.  Cuando Proconsumidor, por ejemplo, denuncia “alzas injustificadas” lo hace con ese mismo criterio de cubrecama elástico que existe en la mente de su incumbente para ser ajustado a colchones de todos los tamaños. ¿Y cómo fue los ancestros de esa entelequia criolla en Estados Unidos provocó que a las ferias ganaderas se fuera a comprar cortes de cadera de caballos? ¿Cómo se logró en 1946 que en una cena se tuviera que decir “Es cierto que vamos a extrañar cabalgar en tan lindo potrillo los domingos, pero no hay duda de que quedo bueno y bien sazonado.”

Hazlitt explica esta tormenta perfecta: Se anuncia que se van a establecer próximamente nuevos precios topes de control a la carne de res, pero dejando libre de inmediato el precio de los insumos necesarios para el engorde de las vacas. ¿Qué creen ustedes hicieron los ganaderos desde el mismo día del anuncio hasta que entraron en vigor los nuevos precios de control dos semanas después? ¿Qué creen que hicieron cuando pasan a ser oficiales los nuevos precios de control que estaban destinados a durar tan sólo unos meses, porque en junio de 1946 expiraba la ley? Si su respuesta no coincide con lo que ocurrió lo felicito porque tiene las calidades para aspirar a un puesto como inspector de precios justos en pasillos de supermercado, tramos de colmados o puestos de mercado público, algo que estará en gran demanda si esta administración cae en la tentación de controlar precios de cosas ajenas.

Esperamos que eviten ese morboso deseo, en primer lugar, porque es una violación al derecho a la propiedad privada y al libre intercambio y, además, las evidencias de la insensatez de estas medidas populistas datan de más de cuatro mil años.

Pero tan añejas como las historias del fracaso de sancionar con cortar cabezas o meter a la cárcel a quien no venda una chuleta al precio de control son las que explican el verdadero origen monetario de la inflación. Henry Hazlitt en esta colección de sus artículos publicados en Newsweek, disponible en el portal del Instituto Ludwig Von Mises, dedica decenas de ellos apuntando a la creación irresponsable de dinero sin respaldo por los gobiernos.

Al leer sus artículos sobre este punto me he recordado de los editoriales de Don Rafael Herrera en el Listín Diario cuando pedía poner atención a la gran cantidad de pesos buscando bienes o, como me refirió uno de sus nietos, cuando en las crisis devaluatorias daba en el clavo con eso de “amarrar los pesos no los dólares”.  Es una pena que hoy desde lo que fue su oficina se hagan editoriales lanzando al gobierno dardos envenenados para que imite a Argentina con controles generalizados de los precios, esos mismos que tienen a Cuba y Venezuela con la población dependiendo de una caja de alimentos básicos entregan fuerzas de seguridad del gobierno, bodegas públicas con tramos donde lo más abundante son las telarañas y es un privilegio poder vivir en la ruta de los camiones de basura que cargan los zafacones del palacio presidencial o residencias de los jerarcas civiles y militares.