Figuras subjetivas. Hegel expone las figuras del amo y del esclavo en la Fenomenología del Espíritu al margen de la historia. Siempre fue así y sin excepción: en la Filosofía del Derecho de 1821, en la Enciclopedia de 1831 y también en sus Lecciones universitarias recopiladas en sus Lecciones de Filosofía de la Religión y en las Lecciones de Historia de la Filosofía.
Dondequiera Hegel se refirió al amo y al esclavo lo hizo en tanto que figuras subjetivas de la conciencia individual, desprovista de realidad histórica. Pareciera ser que él estaba bien consciente de que tenía que ser así puesto que, en toda la historia universal, no encuentra un solo capítulo en el que los esclavos recobran su libertad por medio de su trabajo y formación cultural.
La Revolución Haitiana atestigua el combate a muerte, pero hasta ahí llega la similitud con la exposición hegeliana, pues en Haití los amos (no los esclavos) pierden la lucha a muerte y los antiguos esclavos logran su independencia por las armas (y no por la formación de su conciencia subjetiva).
Una prueba de lo anterior es lo que aconteció en la colonia francesa de Haití.
La Revolución Haitiana atestigua el combate a muerte, pero hasta ahí llega la similitud con la exposición hegeliana, pues en Haití los amos (no los esclavos) pierden la lucha a muerte y los antiguos esclavos logran su independencia por las armas (y no por la formación de su conciencia subjetiva).
Amos y esclavos en la historia. Ahora bien, el interés de Hegel en la dimensión subjetiva de la conciencia no significa que ignore o que desconozca el trasfondo histórico del pensamiento.
Dicho trasfondo o contexto se encuentra plagado de regímenes sociales en los que el sistema productivo y de explotación se basa y depende de las relaciones tenidas por amos y sus esclavos en un gran número de períodos de la historia.
Desde esa perspectiva, puede afirmarse que existe cierto reflejo entre las figuras de la conciencia subjetiva hegeliana y los acontecimientos sociales e históricos de la humanidad. Pero solamente reflejo, no sombras ni fantasmas o títeres de patio, porque el sujeto humano ante todo es y se reconoce en su libertad y pensamiento.
Sin la intención de ser exhaustivo, recuérdese de manera sucinta que el pensamiento filosófico europeo aborda la esclavitud a la luz del Antiguo Testamento; particularmente Éxodo 11:1-6 y 10. El pueblo judío sometido en Egipto se libera gracias a la intervención de Yahvé y el derrame de la sangre de los hijos primogénitos de los egipcios.
Esa tradición exalta la intervención divina, al tiempo que le subordina iniciativa liberadora de parte de los esclavos liberados.
Aquel pasaje bíblico terminó influyendo en el mundo occidental más que el método socrático preocupado por la formación moral del que gobierna y del que es gobernado.
“Sócrates: Bueno. Pero ¿les corresponde gobernarse a sí mismos? ¿Gobiernan o son gobernados? // “Calicles: ¿Qué quieres decir? // “Sócrates: Hablo del dominio ejercido por cada persona sobre sí mismo. ¿O tal vez no hay ninguna necesidad de dominarse a sí mismo, y sí de dominar a los demás? // “Calicles: ¡Qué delicado eres! Llamas moderados a los simples. //“Sócrates: ¿Cómo? Nadie hay que no pueda advertir que no es eso lo que digo.”
Fue Thomas Hobbes quien abordó el tema de la esclavitud en términos modernos. Para ello puso a un lado, tanto la intervención divina en la tradición veterotestamentaria, como aquella formación moral de índole socrática (a la que dicho sea entre paréntesis, pues lo como veremos más abajo, retorna finalmente Hegel).
En la obra cumbre de Hobbes: Leviathan (1651), la esclavitud aparece como una consecuencia de la guerra de todos contra todos en el estado de naturaleza. Suprimir ese estado natural en el que el hombre es un lobo para sus semejantes requiere que cada cual sea sometido al poder estatal en un régimen político en el que al vencido se le impone a la fuerza la posición de esclavo.
Como atinadamente subraya Susan Buck-Morss en su importante estudio: “Hegel, Haití y la historia universal” (2005), esa explicación e incluso justificación de la esclavitud no fue seguida por todos los pensadores de la época. John Locke, por ejemplo, calificaba la esclavitud en tanto que estado humano vil e indigno.
Independientemente de los argumentos y los contrargumentos esgrimidos a favor o en contra del regimen esclavista y la manutención de los esclavos, es indispensable no desconocer que todos los pensadores occidentales de la época coincidían en un punto; a saber, todos abogaban por la protección de la propiedad privada.
Siguiendo a Buck-Morss en el referido estudio, para los pensadores occidentales los esclavos eran objetos privados de libertad y, desprovistos de libre arbitrio, eran objeto de posesión como cualquier otra cosa. Y por tal razón, ni una sola de las apologías a favor de la “libertad” en Inglaterra, en Estados Unidos, en Francia o en alguna otra nación supuestamente moderna favorecía a quienes eran meros artículos de intercambio en el mercado en tanto que objetos tenidos al amparo de un régimen de propiedad privada (de libertad).
“Aun cuando los reclamos teóricos de libertad se transformaron en acción revolucionaria sobre la escena política, la economía esclavista de las colonias que funcionaba entre bastidores permaneció en la oscuridad”. (Buck-Morss)
La declaración de libertad enarbolada por la Revolución de 1776 en los Estados Unidos y luego durante la Revolución Francesa en 1789 no cuestionaron ni pusieron en peligro la existencia de esclavos y de plantaciones agricolas esclavistas. Así lo consignan los anales de la historia universal y, en particular, la mano de obra africana esclavizada en el Hemisferio americano. En ese contexto, el esclavo haitiano fue considerado como una mercancía más en el gran mercado de este mundo.
Mientras en Europa se idealizaba a los pueblos indígenas de las colonias, por medio del mito del buen salvaje (los “indios” del “Nuevo Mundo”), Buck-Morss recalca que los esclavos negros africanos y sus descendientes no eran objeto de preocupación por las condiciones de vida y de trabajo que soportaban.
Situación paradójica la encarna Fray Bartolomé de las Casas quien, terminaría sus días arrepentido y reconociendo que era tan injusto el cautiverio de los negros como el de los indígenas americanos, pero a pesar abogar por la libertad de todos no exigió la liberación inmediata de los esclavos africanos como lo hizo respecto a los indios americanos.
Pero Montesquieu, por ejemplo, condena filosóficamente la institución, al tiempo que justifica la esclavitud de los “negros" sobre una base pragmática, climática y racista. Y Jean Jacques Rousseau, también en Francia, excluye de su argumentación en contra del régimen esclavista a los millones de esclavos que subsistían en tanto que propiedad en manos de europeos. Como otros en su época, condena la esclavitud en abstracto: “El derecho a la esclavitud es nulo, no sólo por ilegítimo, sino por absurdo y porque realmente no significa nada. Las palabras esclavo y derecho [derecho, es decir, ley] son contradictorias y se excluyen mutuamente”. Sin embargo, ignora en los hechos la crueldad intrínseca al régimen esclavista impuesto en las colonias. Tal y como advierte Sala-Molins, citado por Buck-Morss:
“Rousseau se refirió a los seres humanos de todo el mundo, pero omitió a los africanos; habló de pueblos de Groenlandia trasladados a Dinamarca que murieron de tristeza, aunque no de la tristeza de los africanos llevados a las Indias que derivó en suicidios, motines y fugas. Declaró la igualdad de todos los hombres y consideró la propiedad privada como el origen de la desigualdad, pero nunca se le ocurrió atar cabos y cuestionar los beneficios económicos que la esclavitud le aportaba a Francia como un problema central al argumento por la igualdad y la propiedad”.
Contrapunteo. Ahora bien, en buena lógica dialéctica, ¿qué procede hacer una vez que se contraponen, de un lado, amos y esclavos de carne y hueso interactuando en la historia universal; y del otro lado, amos y esclavos convertidos por la reflexión fenomenológica de Hegel en figuras subjetivas de la conciencia subjetiva?
Para responder a la usanza caribeña de Fernando Ortiz, procede un contrapunteo conceptual entre la conciencia subjetiva de cada individuo humano y los eventos históricos en los que se han reportado conflictos que hacen las veces de luchas a muerte entre señores y siervos. Tal contrapunteo permite concebir qué esperar cuantas veces el sujeto –psicológicamente aún inmaduro, pues tan sólo está consciente de sí mismo y de su libertad– interviene e interactúa en el pedregoso terreno de la historia.
Precisamente, como expondré en una próxima entrega, la revolución acontecida en la colonia francesa de Haití permite realizar ese contrapunteo y concebir por ende la matriz cultural que resulta de tan insospechado evento en el Caribe insular.