Me formé en un mundo dominado por fantasmas de revoluciones e ideologías concebidos en tanto que herederas más de la Revolución Francesa de 1789, que de la estadounidense de 1776. Me refiero, por ejemplo, a Cuba en 1959, Dominicana en 1965, París en 1968, entre otras asiáticas y europeas.

Con ellas se pretendía llevar la imaginación al poder, explicar el orden social vigente e incluso el fin de la historia. Y todo, como si una nueva civilización pudiera resultar de la confusión entre el deseo de justicia e igualdad, de un lado, y del otro lado la realidad histórica –como diría Agustín de Hipona en su obra cumbre La Ciudad de Dios— heredera de los descendientes de Caín.

Entre tantos eventos históricos, fui descubriendo que una de las más grandes sustentadoras de ensueños era la dialéctica hegeliana. De ahí mi interés en el tema y por ello a seguidas expongo qué es y cómo opera esa dialéctica en cualquiera de sus expresiones; léase bien, sin excepción, incluso, cuando tiene vocación de transformar el mundo.

En artículos posteriores a éste abordaré esa mismas idea lógica, pero dándole contenido a partir de la lucha a muerte del amo y del esclavo. Esa lucha Hegel la concibió observando la hoguera de la Revolución Francesa y, tan decisiva como la anterior, al menos para quienes estamos situados en el Mar Caribe, de la Revolución Haitiana.

Preliminar.   A lo largo del tiempo, la dialéctica dejó de ser una interesante forma de diálogo propedéutico o socrático y pasó a ser aquella parte de la filosofía que se ocupa del razonamiento y de las leyes de éste y las que posteriormente acontecieron en el Caribe. 

Advierto antes de comenzar que es cierto que para muchos todavía hoy día método dialéctico es sinónimo de una sucesión lineal de lo que denominan tesis – antítesis – síntesis; es decir, una especie de movimiento irreversible y sin dudas de carácter mecanicista que pasa por una afirmación y una negación para terminar como amalgama de dos realidades yuxtapuestas entre sí. Esa concepción, con raíces en el idealismo filosófico de Fichte más que en el de Schelling, no se compadece con el concepto dialéctico de Hegel.

La dialéctica.   En la primera mitad del siglo XIX, Hegel convierte la dialéctica en la piedra angular de su sistema filosófico, algo así como lo que fue el binomio materia – forma en el sistema de Aristóteles.

En el pensamiento hegeliano, tanto el sistema como la lógica dialéctica son concebidos para probar que todo lo ideal es real y que todo lo real es ideal (“Was vernünftig ist, das ist wirklich, und was wirklich ist, das ist vernünftig”).

Una forma de entender la continua reconversión de lo ideal en lo real, y viceversa, es comprender que para Hegel todo lo que es, entraña su propia contrariedad y por eso cada ser implica su propia contrariedad. Algo no es una cosa o la otra cosa, sino la conjunción de ambas.

A no es únicamente +A o por el contrario –A, sino que A es +A “y” -A.

Esa conjunción (“y”) conserva el punto de partida (+A) y al que lo sucede (-A), pero los mantiene únicamente en tanto que suprimidos en y por el todo que resulta al final (A) y que ellos no son ni de manera aislada ni tampoco de forma yuxtapuesta.

Un ejemplo puede ayudar a comprender lo que es el movimiento dialéctico. El tres resulta ser la unidad final de los dos números que lo anteceden. Como tal, el 3 presupone el 1, el 2 y así se llega a él. Pero hay que subrayarlo, las cifras que lo preceden, por sí solas o todas juntas, han dejado de ser y no son la unidad que aporta el tres. Éste presupone pero niega en él todo lo que lo precede, todo aquello de lo que se ha desembarazado en tanto que lo niegan. Y no puede dejar de ser así, porque el 3 es no 1, no 2, pues su unidad carece de algún contenido particular que no sea él mismo.

La clave de la identidad que resulta de negar todo lo que lo precede reside en concebir el método dialéctico en función de la “superación” (“aufhebung”) de cada una y de todas las contradicciones intermedias que conduce a su conclusión, resolución o momento final.

La negatividad de la superación.   Aufhebung”, de difícil traducción al castellano, significa al mismo tiempo –y no de manera sucesiva y tampoco yuxtapuesta–, estas dos acciones en una sola: conservar + eliminar en el momento último y verdadero de superar.

  Conservar a:   +A (en su condición de ser lo negado por –A) y a –A (en tanto que es negación de +A),

 Eliminar a:      –A y a +A (pues sólo son momentos intermedios de lo que por sí solos o en conjunto no logran ser en tanto que verdad y fin del movimiento dialéctico),

 Superar en:      A, tanto a -A (que sólo es negación), como a +A (que no es más que lo negado), en la medida que la totalidad que resulta del movimiento dialéctico es una identidad última que niega en sí misma todo lo que la precede porque ella no-es lo superado. A es exclusivamente la negación de lo que se diferencia de sí (+A y -A).

Si A puede aparecer y concebirse superando todo solamente al final del movimiento que lo precede es porque “se” concibe a sí mismo como negación de lo que él no es (él no es +A y él no es –A).

Al igual que acontecía con el número 3 del ejemplo anterior, al término o conclusión del movimiento que conduce a A, éste resulta ser más que las entidades particulares que lo preceden –puesto que concibe que no es ninguno de los momentos precedentes– y por tanto los conserva como negados en su propia conclusión o todo final. Si en A emergiera algo positivo o alterno distinto a su totalidad, entonces el movimiento dialéctico se reiniciaría nueva vez hasta alcanzar la eliminación de cualquier ente particular que contradiga su verdadero y último fin.

He ahí la piedra angular del concepto metodológico de Jorge Guillermo Federico Hegel; el paso de la lógica formal (A es o A o no A) a la lógica dialéctica (A es A y no A). Esa es la bisagra de todo su sistema filosófico. Debido a ella lo ideal y lo real pasan sucesivamente lo uno a lo otro, y viceversa, hasta llegar al fin.

En el sistema hegeliano, ese movimiento parte en sí mismo de la Lógica (+A), pasa fuera de sí por su negación a la Naturaleza (-A), y finaliza en la superación de ambas en sí y para sí mismo en el Espíritu (A).

A su vez, cada uno de esos tres momentos se subdivide en su respectiva tríada. Por ejemplo, la Lógica va de la del ser, pasando por la esencia, y llega al concepto. La Naturaleza, se descompone en mecánica, física y materia orgánica. Y el Espíritu es subjetivo (antropología, fenomenología, psicología), objetivo (derecho, moralidad, eticidad) y absoluto (arte, religión, filosofía).

Detener esa febril concepción de lo ideal que es real, y viceversa, resulta en términos hegelianos algo tan absurdo como ir al cine y detener las sucesivas fotos de una cinta cinematográfica para conocer toda la trama en una sola imagen o momento.

Conclusión. No sabría responder tanto como si la dialéctica hegeliana está a la base de los mayores males conceptuales –e incluso de los peores acontecimientos históricos– desde mediados del siglo XIX hasta el presente, tal y como proponen respetables intelectuales y filósofos. Pero sí afirmo que el valor conceptual y la utilidad de ese método son intelectualmente objetables.

La idea final a la que se llega por medio de la dialéctica hegeliana es pura negatividad. Objeta cuanto ella no sea y carece incluso de un sí mismo propio que pueda reconocer. Reconocer-se sería desdoblarse, contradecirse, negarse a sí misma y por tanto dejaría de ser identidad última y reiniciaría necesariamente el peregrinaje del proceso dialéctico del sí mismo.

De ahí que la verdad última de la dialéctica hegeliana sea la esterilidad. No es más que la negación de cualquier particularidad que la anteceda o pretenda sucederla. Resulta al final de todo vacía, pura carencia, indeterminación. Su movimiento no soporta ni diferencias de sí ni alteridad alguna que no termine siendo ella misma. Totalidad totalitaria. Unidad uniforme y sin algo que unir. La lógica dialéctica de Hegel es como el fuego que todo lo devora y, de tanto destruir y aniquilar, se agota en sí mismo.