Pocos pasajes de la obra filosófica de Hegel exponen tan magistralmente su lógica dialéctica como el capítulo dedicado a la relación del amo y el esclavo en la Fenomenología del Espíritu de 1807. Su relectura resulta aleccionadora y relevante, particularmente desde el Caribe.
Pero antes de adentrarnos en esa relectura en trabajos posteriores, conviene previamente desglosar didácticamente el significado literal del amo y el esclavo en la obra del controversial profesor de Berlín.
Perspectiva subjetiva. Uno de los pasajes filosóficos más célebres, comentados y controversiales de toda la historia de la filosofía occidental, desde tiempos de Platón y sobre todo de Aristóteles, es la relación del amo y del esclavo. Lo más frecuente ha sido darle a esa relación un contexto histórico, objetivo. Amos reales se relacionan con esclavos igualmente reales, en uno u otro escenario de la historia universal.
Hegel sitúa al amo y al esclavo –ajenos a cualquier evento y período histórico– como un momento subjetivo de la conciencia humana, un estadio en la formación psicológica de cada yo individual.
Una sola excepción conozco a ese tratamiento; a saber, la de Hegel. El filósofo alemán sitúa al amo y al esclavo –ajenos a cualquier evento y período histórico– como un momento subjetivo de la conciencia humana, un estadio en la formación psicológica de cada yo individual. Cada quien es sucesivamente amo y esclavo.
Eso queda en evidencia en todos los textos en los que Hegel abordó dicha relación. El primero y más renombrado de todos fue el de la Fenomenología del Espíritu (1807), obra ésta que denomina desde su mismo prólogo como ““verdadera ciencia de la experiencia de la conciencia”. Igual tratamiento subjetivo recibe en sus escritos de madurez como en la Filosofía del Derecho (1821), la Enciclopedia de la Ciencia Filosófica (1830) e incluso en las Lecciones de la Filosofía de Historia (edición de 1919) y de la Filosofía de la Religión (editadas entre 1925-1929).
La conciencia. Amo y esclavo son dos figuras subjetivas de cada conciencia individual. El amo es la conciencia en tanto que no dependiente y el esclavo es esa misma conciencia pero en un estadio servil de dependencia.
Como figuras subjetivas de una misma conciencia individual, el amo independiente y el esclavo dependiente resultan ser un paso necesario de la autoconciencia a la razón pensante de cada sujeto individual.
La auto/conciencia resulta de la conciencia en la medida en que ésta se desdobla y llega a reconocerse como consciente de ella misma. Pero ese reconocimiento de sí misma que la conciencia individual se otorga es imposible de lograr a menos que antes de reconocerse sea reconocida por otra conciencia. Solamente debido al reconocimiento recibido, la autoconciencia deja de ser dependiente (“Unselbständigkeit”) y termina reconociéndose a sí misma en tanto que independiente (“Selbständigkeit”).
Hasta aquí Hegel no sólo habla del auto reconocimiento de uno por sí mismo, sino que explicita la necesidad del reconocimiento de sí por el otro, lo que Paul Ricœur denomina una petición de reconocimiento. Pero, ¿qué origina o promueve el movimiento que lleva de la conciencia a la autoconciencia, pasando por el ser reconocido?
El deseo. En la Fenomenología, Hegel parte del hecho que el ser humano es deseo. Ese deseo no es mera apetencia natural, como si se dijera de alimentos o de reproducción. El deseo humano es más que eso, es búsqueda de sí mismo. Y cada yo se encuentra a sí mismo, exclusivamente, por decirlo así, reconociéndose en lo que otros dicen y reconocen de él.
De ahí que, enfrentándose a otro sujeto que igualmente desea ser reconocido y por ende reconocerse, ambos individuos buscan lo mismo y por eso terminan enfrascándose en lo que Hegel denomina la lucha a muerte.
A diferencia de esa lucha en otros pensadores desde tiempo aristotélicos, lo novedoso del pensamiento hegeliano reside en el carácter indispensable de que el combate sea a muerte. Si la lucha no expone la conciencia a la muerte, no hay libertad:
“El comportamiento de las dos autoconciencias se halla determinado de tal modo que se comprueban cada una a sí misma, y la una a la otra, mediante la lucha a vida o muerte. Y tienen que entablar esa lucha, pues deben elevar la certeza de sí misma, de ser para sí, a la verdad en la otra y en ella misma. Así, pues, solamente arriesgando la vida se mantiene la libertad”.
La lucha a muerte. Que un individuo para llegar a conocerse a sí mismo tenga que luchar a muerte con otro –que a la postre terminará descubriendo que es él mismo– puede parecer desproporcionado. No obstante en el pensamiento de Hegel esto es indispensable. La libertad se obtiene llegando a ser libre de sí mismo e independiente de la otra autoconsciencia. Doble negación de la libertad, en sí misma y en la otra conciencia, que finaliza cuantas veces uno de esos dos sujetos conscientes tema perder la vida y por tanto se somete.
Adviértase a vuelo de pluma que dicho conflicto a vida o muerte surge sin que medie ni una sola palabra o gesto y quizás por eso el conflicto mortal termina de manera paradójica sin que conciencia alguna reciba y satisfaga su deseo de reconocimiento recibiéndolo de parte de alguna otra conciencia. El deseo de reconocimiento sí es fundamental para entrar al combate, pero no para resolverlo.
La razón lógica de tales ausencias es simple: no hay dos sujetos luchando por el reconocimiento sino que se trata de uno solo, pues se trata del desdoblamiento de la autocociencia en y de sí misma. La lucha a muerte es el reflejo del desdoblamiento de la misma conciencia. Ésta se reconoce fuera de sí como si fuera otra ajena a sí misma.
“Para la autoconciencia hay otra autoconciencia; esta otra se presenta fuera de sí. Hay en esto una doble significación; en primer lugar, la autoconciencia se ha perdido a sí misma, pues se encuentra como otra esencia; en segundo lugar, con ello ha superado a lo otro, pues no ve tampoco a lo otro como esencia, sino que se ve a sí misma en lo otro (…sich selbst aufzusehen, denn dies andere ist es selbst)” (1807, pp. 141-142).
Así, pues, la conciencia tiene que superar su propio desdoblamiento, como amo independiente y como esclavo dependiente. Pero eso resulta posible porque no son dos conciencias, sino una sola autoconciencia que debe autosuperarse dado que “esa otra es ella misma”.. Es eso lo que hay que reflexionar en dos figuras contrapuestas de la misma conciencia, una el amo y la otra el esclavo.
Otras interpretaciones. La coincidencia de la autoconciencia consigo misma, –posible porque en ningún momento deja de ser ella misma–, ha dado origen a un sin número de interpretaciones y agrias polémicas a través de los años.
Por ejemplo, bien conocida es una corriente interpretativa cuyo representante más relevante en Francia es Alexandre Kojève. Éste sostiene que en la filosofía de Hegel se plantea una fusión de los individuos en el Estado, una reducción de la pluralidad humana en la totalidad del sistema. De su lado, Paul Ricœur acoge la lectura de Kojève como una advertencia contra cualquier intento de hipostasiar las instituciones en detrimento de la pluralidad de los sujetos singulares, al tiempo que asume la necesidad de las instituciones como parte constitutiva de cada realización singular.
Tal y como expone didácticamente Karl Löwith, toda esa controversia ha sido objeto de acaloradas argumentaciones que enfrentan la concepción hegeliana desde mucho antes; a saber, desde la antropología de Feuerbach, pasando por los escritos de Marx y Engels, hasta sus posteriores secuelas en pensadores como Kierkegaard, Schopenhauer, sobre todo Nietzsche y en parte Husserl y Heidegger hasta llegar a la Escuela de Francfurt y sus secuelas.
Por mi parte, pongo de lado tan fecunda polémica. Mi interés en estos escritos periodísticos es únicamente acercarme exegéticamente a la dialéctica del amo y del esclavo, antes de adentrarme en su relectura en y desde el Caribe insular. Esa tarea queda pendiente para las próximas entregas.