Hace algunas semanas concluí la lectura del libro Escritores y artistas dominicanos de la autoría del poeta Héctor Incháustegui Cabral. Se trata de un amplio volumen publicado por el Departamento de Publicaciones de la entonces Universidad Católica Madre y Maestra en el año 1979, bajo la colección Estudios que ese año pasó a dirigir el reputado crítico de las artes plásticas, Danilo de los Santos. El texto abarca 477 páginas en las que su autor aborda gran variedad de temas: apuntes sobre asuntos históricos, opiniones sobre poesía y poetas dominicanos, asuntos educativos, puntos de vista acerca de importantes exponentes de las artes  plásticas, tanto nacionales como extranjeros, etc. Para el tiempo en que se agruparon estos textos con la finalidad de editar ese libro, don Héctor dirigía el Departamento de Publicaciones de dicha universidad y le tocó editar y presentar muchos libros, presentaciones que figuran en el volumen señalado. Como conocen los entendidos, el poeta Héctor Incháustegui Cabral formó parte de lo que en la historia de la tradición literaria dominicana se denomina  poetas independientes del 40, de la que también formaba parte Pedro Mir, Tomás Hernández Franco y Manuel del Cabral.

El libro Escritores y artistas dominicanos es una importante contribución al conocimiento de lo que ha sido parte de nuestro desenvolvimiento cultural, sobretodo en el ámbito literario, por lo que entiendo no hay que prestar mucha atención a una especie de mea culpa que el autor apunta en la página 10 de su nota introductoria, en que se disculpa por lo que entiende el desaliño de sus páginas: “Téngase en cuenta—señala—que quien escribe esto es un poeta a quien no le ha quedado más remedio que aprender para enseñar y enseñar para vivir. Yo me he calificado en más de una ocasión como escritor de alquiler, lo que explica quizás la magnitud de este libro compuesto, como se verá, más por producto del deber que por obras en que el sentido del deber está ausente. Por suerte hay bastante excepciones.”

Con la excepción de algunas notas, tomadas yo diría que a vuelos periodísticos, los demás asuntos están tratados con suficiente reposo y amplio conocimiento de causa, lo que no solo es hijo de la solvencia ponderativa del autor, sino de sus íntimas vivencias. Ejemplos cimeros de lo que expreso lo constituyen sus reflexiones en torno a la fundación y evolución del movimiento de la poesía sorprendida, y sobre Tomás Hernández Franco y su inmenso poema Yelidá. Incluso hasta los temas más ligeros, menos hondos, están tratados con prosa exquisita, tanto que me atrevo asegurar que a las personas a quienes nos seducen estos asuntos nos resulta muy difícil desprendernos de sus páginas.

Mi primera sintonía con la obra de don Héctor Incháustegui Cabral fue a través de la reunión de su obra poética completa, editada bajo el nombre de uno de los poemas más emblemáticos de nuestro autor: Poemas de una sola angustia. El libro está antecedido por un excelente estudio realizado por el reputado escritor y analista literario José Alcántara Almánzar. Con la idea de apoyar esta modesta nota busqué inútilmente entre mis libros este volumen. El infructuoso esfuerzo me deparó, sin embargo, el reencuentro con otro libro del poeta que había leído hacía alrededor de dos décadas: El pozo muerto.

Empecé a releer este libro también con la intención de tomar algunos apuntes para este artículo. Ello provocó que este escrito se retrasara por más de una semana debido a que, seducido por aquella prosa poética y nostálgica, me sumergí de nuevo en la lectura completa del volumen de marras. Sin embargo, el recorrido esta vez estuvo matizado por una nota hondamente decepcionante: lo que entendí la innecesaria reafirmación trujillista del poeta, su silencio ante la oprobiosa atmósfera que vivió el país en aquellos años, en los que hasta familiares y amigos suyos fueron altamente perjudicados, lo que yo no había aquilatado muy bien en mis dos primeras y diría que algo inocentes lecturas. Luego me referiré en detalles a estas memorias de su autor, en las que conviven la belleza y la genuflexión.

En el libro Escritores y artistas dominicanos se incluye el discurso de su autor en la puesta en circulación del tomo de la referida obra poética completa, en el que agradece el esfuerzo (a favor de este hecho) realizado por el crítico José Alcántara  Almánzar y el poeta Freddy Gatón Arce. El libro contiene, además, un apéndice con un discurso de Federico Henríquez Gratereaux en la entrega del premio Caonabo de oro como escritor sobresaliente al poeta Héctor Incháustegui Cabral. Dicho apéndice incluye dos emotivos discursos de los poetas Manuel Rueda y Freddy Gatón Arce, a propósito del fallecimiento de don Héctor ( este libro se publicó póstumamente). Y por último, una bella y reverente elegía de Marcio Veloz Maggiolo titulada Elegía por Héctor Incháustegui Cabral, a propósito del deceso de éste.