En el esquema tradicional ideológico de la élite de Bani, cuando yo era muchacho, el Pueblo Abajo era minimizado como espacio urbano, marginado socialmente, discriminado, porque se consideraba despectivamente que este era un espacio de negros y por lo tanto subestimado socialmente.
Era un resabio racista, de épocas pasadas, en contra de una población de personas honorables, honradas, serias y trabajadoras, que cometieron el pecado, según esta élite, de ser negros.
Pero hubo una generación que asumió conciencia de su negritud y como respuesta contestaria, cuando el casino del pueblo era inaccesible, prohibido para ellos, porque le “daban bola negra”, que no era más que el rechazo a ingresar como socio, en una apariencia democrática del voto secreto de la directiva, decidieron como respuesta contestaria hacer su propio casino. Yo llegué a ver sus zapatas y algunas paredes. Su eliminación, fue el comienzo del olvido.
Yo vivía frente a la Estación de Gasolina, hoy propiedad de José Melo, a la salida de la ciudad hacia la capital, muy cercana al comienzo del Pueblo Abajo. En casa de mis abuelitos, estaba, “Yolanda”, una de las principales panaderías del pueblo. Allí trabajaban varios panaderos que eran de este barrio popular, con los cuales compartía sus actividades y gozaba de la amistad de mucha gente oriunda del lugar, de familias modelos, como la que presidia un maestro-artista-Albañil que con cariño todo el mundo lo conocía como “Pio Santos” o “Papá Pio”, de un munícipe como Luis León, de una profesora como Toña Santos, de profesores de educación física como Pito
Santos y Bolívar Bautista, de Bolívar Santos, excelente pelotero y el maestro Pipi Bautista el cual era profesor, y fue Director del Liceo del pueblo.
Héctor Gerardo era del Pueblo Abajo, cursamos juntos el bachillerato, era un estudiante modelo, un ser humano excepcional. Siempre Callado, de porte formal, inteligente, discreto y solidario. En los momentos de compartir, prefería sonreír antes que hablar. En el fondo, era sumamente tímido. En el recreo, compartíamos y en clase siempre me sentaba cerca de él. Me sentía honrado y orgulloso de su amistad. En secreto lo admiraba, porque era diferente, pero sobre todo, sincero.
Terminó el bachillerato y se fue a la capital. Allá se inscribió y estudio la carrera de Derecho en la UASD. Héctor también fue un excelente estudiante y se graduó de esta profesión con honores. Fue un Abogado-ejemplo, de los que hoy se cuentan con los dedos. Fue un orgullo para su familia, amigos y para Bani. Excelente padre y mejor esposo.
Desde que era estudiante, tanto en el Liceo como en la Universidad, siempre se mostraba nítidamente vestido y al hacerse abogado su visión esteticista era la de un profesional: elegante, limpio, planchadito, de sobrios y agradables colores, con traje tropical o con chacabanas formales. ¡Era todo un caballero!
Mis primeros encuentros con la dominicanidad, la identidad nacional y el folklore los viví y los aprendí en el Pueblo Abajo. Tenía allí mis mejores amigos. Uno de los primeros, fue Héctor Gerardo, amistad de por vida.
Nuestra amistad perduró, sobrevivió a los años y a la distancia. En cada reencuentro que nos brindaba la vida, era como si estuviéramos siempre juntos. Era uno de mis lectores favoritos, porque conversamos de cada libro que le entregaba. La increíble noticia de su partida física, me sorprendió, entristeció y me lastimó terriblemente. Dejó un profundo vacío en mí. Sin poder aceptar tal realidad, guardé silencio. Con lágrimas en los ojos, miré al cielo y solo pude decir: ¡No es una despedida, hermano, es solo un hasta luego¡