Rita Indiana es, sin lugar a dudas, un referente obligado en la literatura caribeña actual. El suyo es un caso interesantísimo, ya que su obra es estudiada en la academia y también consumida con furor por un grupo fiel de seguidores que es recompensado por las múltiples facetas de esta artista, que va de la poesía y el performance a la escritura de novelas, apariciones en la pantalla grande y, por si fuese poco, una participación significativa en la escena musical. Con todo esto ya dicho, una artista de este calibre no necesita que yo recomiende su trabajo pero como lectores somos y en palabras andamos, pues a nadie se le hace daño comentando una de las novelas dominicanas más completas de nuestra literatura reciente.

Con Hecho en Saturno, Rita Indiana extiende el universo ya creado en textos como La estrategia de Chochueca, Papi, Nombres y animales y La mucama de Omniculé. Hablo de universo bajo la teoría explicada por Andrés Farías Cintrón, quien dice, “Para resolver el problema de la autoría y la apropiación, siempre pienso que cuando adapto estoy haciendo una relectura en el sentido de re-crear un universo a través del mío, que es narrativo por excelencia. En mí primero es la imagen, o la repetición de la imagen”. Este exordio sobre apropiación y autoría viene a la mente ahora al hablar de Rita y su universo: ella es la gran lectora de una situación sociológica de su momento. Con sus relecturas, traducidas en un perfor/transformance constante y transitivo, conjuga en sutilezas sublimes arte, música y crítica social. Añadido a esto van los colores, el tono de la voz, el sentido triste, azaroso y alargado, para nada cínico, para nada fácil. Caribe Pop.

Hecho en Saturno puede leerse de diversas maneras. Yo me enfoqué en el aspecto de la transición política experimentada por Dominicana antes y durante del neoliberalismo. Eso es en lo particular. En lo general, pues también la leí como una suerte de honor a una mirada nostálgica de la conexión antillana entre Cuba y Dominicana, que hermanas podrán ser, pero no son, como a veces se quiere implicar, de un mismo pájaro las dos alas.

Finalmente, en el plano metafórico esta novela de Rita es también un retrato del amor. Una celebración del relato familiar en su justa medida. Ese amor se distribuye aquí genérica y equitativamente: por un lado está el Padre, que en esta novela no es la mezcla héroe-villano de Papi, o sí lo es, pero el tema aquí se maneja en otro sentido ya que de una forma más directa, la escritora propone la transición del personaje entre la mitología de la revolución (de abril, la cubana… no importa), la realidad política neoliberal, el derrumbe (del muro, de las ideologías) y el agente narco que influye y determina en esta denominada realidad. También está el Hijo, referenciado por un Argenis al que seguimos en su viacrucis-detox hasta su autorealización y reafirmación en ese círculo familiar. Quiero aclarar que Argenis consigue su objetivo gracias al amor y la autodeterminación. Digo esto porque Argenis, cuando llega a tocar realmente el fondo de la novela, debe empezar a dejar de cogerse pena y valerse por sí mismo. Este es un momento determinante en la narración. Argenis se pregunta, ¿si debo sobrevivir atento a mí, podría hacerlo con mis cualidades? ¿Qué sé hacer? En la novela se dice, “Sabía reconocer la cocaína cortada con acetona. Fabricar excusas. Recostarse en los otros. Preparar una jeringuilla de manteca. Hincársela. Sabía hacer arroz, un arroz empegotao y desabrido. Se miró las manos, enormes y huesudas, las palmas de la piel amarillenta, mucho más claras que el resto de su cuerpo. Le picaban”.

En esta misma línea y para cerrar este primer pensamiento, quiero traer a otros dos hombres a escena: el Hermano, que es hijo de Padre y hermano de Argenis, y representa la contra de nuestro Argenis ya que como está claramente planteado en el texto, hacía cosas para agradar al Padre y ser el favorito. Está ahí para que veamos quién en realidad es Argenis, ya que con sus ventajas, vemos las precariedades del otro. A veces se aprende más de lo malo que de lo bueno. Por último tenemos a Bengoa, el doctor cubano que lo ayuda a comenzar con el tratamiento de la desintoxicación. Uno de los aciertos de esta novela es la eficiencia de este personaje, que lo desintoxica de manera práctica pero también metafórica, ya que la decepción que sufre Argenis en esta relación, es una mimesis de lo que le sucede con su propio padre. Así puede literalmente matar al padre, perdonar al Padre, y deshacerse de los complejos y una que otra vagabundería que lo tenía atado a las drogas duras.

En otro estadio de lo genérico, veamos las mujeres en la narración: Etelvina, la Madre. A través de su esfuerzo y su lucha asistimos al arquetipo de la belleza y la fuerza de la mujer dominicana, que como he establecido antes, está hecha de luz y de tiempo. En un bello retrato, Rita Indiana nos revela la fortaleza de un personaje que ya viene anunciando que será indispensable para balancear la fuerza de Padre. En todas las novelas de Rita uno encuentra personajes femeninos fuertes, pero aquí se bota: “Etelvina odiaba su nombre. Qué maldito nombre más feo, decía siempre que podía. Etelvina era nombre de sirvienta, de analfabeta. Era un nombre que convocaba todo lo que Etelvina quería limpiar del mundo. Pobreza, ignorancia y suciedad. Argenis estaba convencido de que a pesar de su pasada militancia marxista, su madre odiaba a los pobres. Los odiaba por sus pies descalzos coge lombrices, por sus harapos y por la cruz con que su infancia firmaban la cuenta en el colmado de su papá”. Sabemos esto durante otra escena determinante: Etelvina, ante la debacle matrimonial-económica, se tira un Día de Reyes a buscar una máquina de coser a la casa de Balaguer. Este acto práctico, es una marca en el ámbito de lo metafórico y la presenta, años después ante Argenis, como una heroína que nos nutre de fuerzas para dejar la otra heroína.

La tía Niurka es una dura de la tanda. Es la hermana del Padre y la ventana hacia lo esotérico por un lado y la valentía de vivir por otro. Es una mujer joven, sobreviviente de cáncer, que vive su vida a su acomodo, con rabia y libertad. Dos mujeres más, rápidamente: una es la Amante Comunista, una visión de la cultura antillana-habanera-global desde los ojos de una chica llamada Susana, quien formará parte del teatro que termina por (des)encantar a Argenis de la cuestión cubana y por último, la Abuela, la madre del Padre, quien lo conecta con lo mágico-religioso y el espíritu revolucionario y monacal, siempre presente en el universo Rita Indiana, ya sea reflejado en el aspecto santero de nuestro catolicismo, en críticas a las transiciones dictatoriales y el juego democrático, o en mutaciones de Ciencia Succión.

El futuro: escribo estas columnas como mensajes que le estoy dejando a un escritor que mañana será más inteligente que el de hoy, aunque el cuerpo del otro ya estará viejo y cansado, sus manos y su cerebro (y el corazón, Samo) le darán para escribir y escribirá entonces un ensayo en donde todo lo que he dicho de esta excelente novela y esta genial escritora, estará más claro, más luminoso; confrontará citas de otros estudios, reforzará sus ideas con las mismas, encontrará una teoría literaria que empiece en Aída Cartagena Portalatín y defina a una artista como Rita Indiana Hernández, que traspasa los géneros, que va de Basquiat a Morente sin que se le quede nada por dentro… Una artista alta, en el sentido práctico y en el metafórico. Una artista que es arco y también flecha.