Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz.

Benito Juárez

El cuento de nunca acabar prosigue su desarrollo en Haití, se agudiza cada día la crisis política en ese desventurado país, y así mismo continúan siendo estas recurrentes crisis el caldo de cultivo para que sectores interesados, tanto dentro como fuera de esa nación, prosigan con el desarrollo de los planes de haitianizar a la República Dominicana mediante una descarnada inmigración con escasos controles estatales en la Patria de Duarte.

Somos pueblos vecinos y como tal estamos atentos a las crisis que se suceden en Haití. Es nuestra esperanza que esa nación logre estabilizarse política y económicamente; entendemos que, como Estado, debemos abogar frente a la comunidad internacional y los organismos financieros mundiales por que se vuelquen en ayuda a ese pueblo que tanto necesita. Pero, ¡por Dios! de una vez por todas dejen de lado el malhadado propósito de solucionar el problema obligándonos a abrir de par en par nuestra frontera con Haití.

Estamos convencidos de que podemos ser buenos vecinos, pero los vecinos no viven en la misma casa, los vecinos están cada cual en la suya. El vecino pasa, o le pasamos un pedazo de pan, a veces, para ayudar a saciar el hambre; a veces, para agradar.

Pero es que dentro de la patria tenemos connacionales que se han adherido a aquellos planes, que son punta de lanza de tales propósitos, que olvidan la historia, que se han apartado de los motivos y fines de la gesta patriótica de nuestra independencia nacional, lograda a sangre y fuego y con grandes sacrificios de nuestros padres de la patria y demás héroes independentistas, ante los sobrados desmanes y masacres cometidas por los líderes haitianos contra los habitantes de la parte Este de la isla.

¿Quién lo diría? Que doscientos veinte años después que iniciaran las invasiones violentas de esclavos africanos de la colonia francesa, del lado Oeste a esta parte de la Isla, en sus ataques en 1801 a la parte española, que ya era gobernada por los franceses; aún hoy se estarían verificando estas invasiones con los mismas propósitos, aunque ahora matizadas en una configuración migratoria. Una migración que la historia documenta como violenta, incontrolable y que nos llega desde un vecino con propósitos de nación diametralmente opuestos y diferentes a los nuestros; con un origen, historia, religión e idioma muy distintos.

¿Quién lo diría? Que hoy en día muchos “dominicanos” olvidarían lo que significó (a partir de 1822) para los habitantes de este lado de la isla las prohibiciones del uso de nuestro idioma, de la celebración de nuestras fiestas religiosas, del uso de símbolos e imágenes de la iglesia católica, de nuestras costumbres y forma de vida.

Los malos dominicanos que hoy defienden intereses foráneos también olvidan que al imponernos sus costumbres los invasores haitianos, que por distingos de color y raza, al lograr su independencia, habían  prohibido a los blancos poseer negocios y que en nuestro territorio trataron de hacer desaparecer las diferencias culturales entre ambas partes de la isla; díganme si como afirma el historiador Frank Moya Pons todo esto no iba dirigido a “haitinizar a la población dominicana”.

La inmigración haitiana en la República Dominicana ha sido desbordante; la reacción dominicana (sus autoridades) no han tenido en cuenta que este éxodo forzado de millones de depauperados apabulla nuestra economía, nuestra identidad y cultura, lo que de manera vertiginosa nos va llevando a la desaparición de estas, por lo tanto, nos va llevando también a nuestra desaparición como nacionalidad y como país.

En la República Dominicana no ha existido una política migratoria seria y efectiva que tenga como fin controlar la inmigración ilegal de esta población que no conoce reglas, que no entiende la más mínima noción de vida en sociedad, que ignora lo que es el cuidado al medio ambiente, que bandaliza todo lo que se encuentra a su alcance y que limita a los dominicanos el acceso a puestos de trabajo, a las escuelas y a los hospitales. Me pregunto: ¿Quién nos salva de esta hecatombe?

Los haitianos son seres humanos, por lo tanto tienen derechos que hay que reconocerles, siempre que tales derechos no atenten contra los de los dominicanos. Es responsabilidad del Gobierno velar por ello. A este vecino hay que ayudarlo y apoyarlo en los aprestos por salir de sus constantes crisis de todo tipo; ayudarles por su bien, que es el nuestro. Eso sí, sin olvidar nunca quien es el vecino; sin olvidar nunca el devenir entre ambas naciones y que históricamente ese vecino ha mantenido una campaña contra nuestro país ante una comunidad internacional que nunca se ha decidido a ayudar realmente a Haití y sus constantes crisis.