1.- Transcurre el tiempo; avanzan las horas y los días; suceden hechos que marcan las semanas, los meses y los años que hemos vivido. La evocación de episodios se convierte en remembranzas que me permiten reproducir parte de lo que ha sido el paso por el mundo de los vivos. Es un privilegio tener la posibilidad de transcribir el pasado.
2.- Hace varios años establecí comunicación con doña Memena, una señora costurera, pero que como comadrona asistió a mi madre al momento de mi nacimiento, la madrugada del 25 de diciembre de 1938. Memena me hizo un relato de lo alegre que se puso mi progenitora cuando me tomó en sus brazos. En los ojos de Idalia, me dijo la comadrona, se notaba que estaba viviendo el momento más feliz de su vida.
3.- Lo que mamá no podía suponer era que ese niño que había parido le correspondería desarrollarse en diferentes ambientes y en condiciones sumamente difíciles. La vida no ha sido para mí color de rosas, pero las adversidades he tratado de convertirlas en felicidad y cualquier desgracia que pueda amargarme la tomo con tranquilidad para vencerla y hacer de ella una dicha.
4.- He tratado de comprender el medio social donde vivo hoy, convencido de que no es el mismo donde pasé los años de mi niñez. Recuerdo al amiguito encantador; ameno por entero; de conversación placentera; comunicación franca; que daba gusto tratarlo; de presencia atrayente; muy apacible, en fin, un ser humano grato que inspiraba, seducía con su proceder satisfactorio.
5.- Por provenir de un hogar en el cual siempre primó el buen trato, no me formé en la altanería, la soberbia ni en el orgullo vano. La formación hogareña la he conservado, por lo que no creo en el endiosamiento, ni andar de engreído, fanfarrón, jactancioso y haciendo bravuconerías. Mis ascendientes me marcaron para que fuera real, no fingido; para que llevara a los demás alivio, no malestar.
6.- Aquellos primeros años de mi existencia nunca los he olvidado y son los mismos con los que hubiera querido pasar mi tercera edad. Me inicié en las relaciones humanas sin ofender al amiguito; nada de ultrajar al compañerito de estudios; sin despreciar a los hijos de los vecinos, y nunca vejar a los ancianos. Deshonrar, vilipendiar e infamar no forman parte de la conducta de mi generación.
7.- El medio social de mis orígenes no fue un paraíso, como tampoco un infierno. Pura y simplemente una época distinta a la actual en lo material y espiritual. Aquel período de la vida de mi país, cuando nací y me hice un jovencito, era de camaradería, interrelación franca y de confianza plena, de coexistencia sin rose brusco. La frecuentación hacia posible el vínculo sin suspicacia alguna, no había espacio para la bellaquería y la mala pasada.
8.- Me levanté con amiguitos y amiguitas sanos espiritualmente; sin ninguna clase de picardía y libres de traumas psíquicos; de conducta recta y actitudes inclinadas a la bondad. Con esos niños de mi época aprendí a discutir sin ofender, examinar los problemas con conciencia y cambiar de impresiones sin imponer criterios. Llegué a relacionarme en base al respeto mutuo, a codearme con quienes pensaban diferente a mí y alternando conservando la prudencia sin ceder en los principios.
9.- La vida en el barrio ejecutando tareas comunes, sin importar que fuera en lo laboral, estudios o deportes colectivos, me llevó a querer a aquel que me hacía compañía, y sembró en mí la camaradería. Me ligué con el que luego fue mi camarada por identificación ideológica. Aprendí en la práctica a armonizar, corresponder y hacer del compañerismo una hermandad sin fisuras.
10.- De tanto moverme en compañía de buenos amiguitos me motivó a ocuparme de lo que preocupa a otro. Formé parte de jovencitos y jovencitas que se interesaban por lo que le ocurría al vecino o compañero de estudios. No procedíamos como los desentendidos, ni darnos por no enterados ni mucho menos hacernos los chivos locos. En la casa me enseñaron que no es de bien actuar dejar en manos de otros lo que es de nuestra responsabilidad, que escurrir el bulto es propio de irresponsables.
11.- Cuando era un niño, por mi mente nunca pasó que llegaría a vivir en un ambiente distinto al que disfrutaba en ese momento de infante. Lo idílico, lo encantador lo sentía como que siempre seria así, que nunca llegaría lo desagradable, aquello que hace la existencia de poca o ninguna sustancia. La permanencia de ochenta años moviéndome al lado de seres humanos de cataduras diferentes, me ha permitido comprender lo que es la especie humana, su lado dulce y el amargo.
12.- Lo que me han enseñado los años vividos es que cada época tiene su generación, la que se forma conforme el ordenamiento económico, social, cultural, ético y moral. Sería una pura ilusión de mi parte creer que voy a estar compartiendo hoy con el hombre y la mujer hecha con las normas y principios de cuando nací, habiendo transcurrido ya ochenta años.
13.- Por haber llegado a los ochenta años de edad, moverme por todos los continentes, y codearme con personas pertenecientes a distintas clases sociales; de diversos criterios ideológicos y costumbres desemejantes, me he podido formar la idea de que solamente relacionarse, tener trato, alternar siendo observador; mezclarse con grupos humanos de pensamientos opuestos, darse cuenta a tiempo de las pretensiones individuales y acatar lo que nos dicte la conciencia, nos hace ser decididos para actuar a pesar de los inconvenientes.
14.- Aspiro a seguir cumpliendo muchos años de vida como persona útil a la especie humana; que mis acciones resulten provechosas y contribuir positivamente para lo que en verdad se llama pueblo se libere de las cadenas de la opresión.
15.- Al cumplir mis ochenta (80) años de edad puedo decir que he pasado momentos aciagos, funestos, que me han quitado hasta el deseo de vivir, pero los he superado hasta recuperar la felicidad que siempre he aspirado me acompañe. He aprendido a reírme de aquello que me quiere hacer un hombre desgraciado. Cuantas cosas me quieren achicar mi deseo de permanecer contento, las espanto de mi pensamiento.
16.- He llegado a los ochenta años plenamente convencido de que el ser humano está hecho para amar, no para odiar; construir, no destruir; apreciar, no aborrecer, ser solidario, no egoísta; sentir simpatía, no malquerencia. La inclinación a las buenas causas me motivan satisfacción, y el contentamiento me permite mantener regocijado.
17.- Mis ochenta años de vida los debo tomar para reflexionar con relación a lo que ha sido mi vida; detenidamente meditar si he actuado bien o mal; deliberar si he accionado como me lo ha dictado mi conciencia; examinar con cuidado si le he aportado o no a la sociedad donde he vivido, o si por el contrario le he fallado, en sí, es propicio este cumpleaños ochenta para determinadamente examinar qué ha sido mi vida.
18.- Al llegar a los ochenta (80) años, debo considerar si ha valido la pena mi existencia; meditar en torno a lo que he sido en lo social y familiar; como activista social y político; como hijo, padre de familia, amigo y profesional del derecho. Creo que el ser humano se define por su actitud ante la vida, y los hechos son la respuesta de lo que cada quien ha hecho en el medio donde le ha correspondido vivir y nadie puede ser juez de sus propias actuaciones.
19.- Nunca, en ningún momento he actuado en la vida pública procurando recibir algo por mis modestos aportes. Lo que he ejecutado es fruto de mis convicciones, razón por la cual no me creo merecedor de retribución alguna. En mis ochenta años de edad, he incidido para que mi país cambie para bien en lo material y espiritual. En mis acciones he podido estar o no equivocado, pero las he realizado con la creencia de que he obrado para bien de los que son los más.
20.- Porque soy humano he cometido muchos errores. En ningún momento me he creído portador de la verdad. Me he equivocado en algunas de mis actuaciones, pero al obrar procedo de buena fe; el yerro está dentro de las posibilidades de quien ejecuta. Siempre trato de proceder pensando en no lesionar a los demás, aunque confieso que la equivocación por momentos me ha acompañado, pero la buena intención de mi actuación me lleva a no cargar con pesar interno, a permanecer sin remordimiento.
21.- Desde lo más profundo de mi corazón quiero decir por medio de estas palabras escritas que he pasado momentos sumamente agradables compartiendo con amigas y amigos, pero también he tenido que soportar irritación, fastidio, disgustos que me han lacerado el alma. Para mi es algo agraviante cuando soy lesionado por la actuación en mi contra de un amigo o amiga.
22.- Es mi deseo seguir cumpliendo más años con vida para, dentro de mis posibilidades, aportarle a la especie humana. Solamente siendo provechoso merezco vivir; serle útil a la sociedad es lo único que justifica existir. No tiene razón de ocupar un lugar en el planeta tierra aquel que no contribuye al desarrollo social para la satisfacción de los que en cada país son los más.
23.- A mis ochenta (80) años de edad, puedo decirles a mis hijos, nietas y nietos que no tengo nada de que lamentarme; que lo que he hecho o he dejado de hacer es resultado del dictado de mi conciencia. Por mis acciones no tengo que vivir apesadumbrado, con lamentaciones ni estar compungido. Me mantengo libre de pesares; no tengo ningún motivo para darme con la cabeza contra la pared, ni morderme las manos. Tengo mi conciencia tranquila, porque he actuado ejecutando sus dictados, tranquilo, consciente de que no tengo que ser irascible ni moverme impulsado por la impaciencia que es mala consejera.
24.- He llegado a los ochenta (80) años de vida tranquilo, sin desasosiego alguno. Me siento ser un hombre libre, sin ataduras de ninguna clase. Procedo con independencia absoluta porque en mi cabeza solo mandan los principios que me acompañan como mi propia sombra. Me siento liberado de las lacras que genera el ordenamiento social bajo el cual vivo. Procuro mantener mi mente desembarazada, suelta para que nunca este obstruida por el odio, la maldad y cuentas perversidades dañan al ser humano. Mis ideas no dependen de la voluntad de nadie; las conservo sin obstáculos, exentas de aquellos vicios que desgastan lentamente la parte bonita del alma hasta llegar a echarla a perder.
25.- Por último, por ahora, solamente me resta decir que soy un suertudo porque he vivido durante ochenta años, accionando, procediendo, ejecutando con aciertos y desaciertos, pero siempre en busca de lo que sea bueno, positivo, sano, en sí, beneficioso para el ser humano sin distinción de color, credo religioso, criterio ideológico o lugar de nacimiento. Así he vivido durante ochenta años y solo pienso cambiar para ser mejor.