Estas fueron las palabras de mi hijo al referirse a su experiencia como miembro del cuarto y más reciente equipo de FIRST Robotics Competition (FRC) en República Dominicana. En esta competencia de FIRST (For Inspiration and Recognition of Science and Technology) participan estudiantes del Nivel Secundario junto a mentores para trabajar de forma colaborativa con la finalidad de construir un robot que logre los desafíos del año. Cada equipo debe gestionar fondos, crear una marca, diseñar y programar el robot para realizar distintas tareas. Todo esto lo hacen siguiendo reglas establecidas, con recursos limitados y en un periodo de tiempo determinado, tal como sucede en la vida real. Al finalizar, los equipos participan en una competencia en Estados Unidos en la que comparten su proyecto y demuestran sus conocimientos y destrezas de múltiples formas, estableciendo alianzas con otros equipos.
Cualquiera pensaría que el robot es el protagonista en esta competencia, pero los protagonistas son los propios estudiantes. Son ellos quienes desarrollan múltiples habilidades de forma práctica y concreta, enfrentando, venciendo dificultades y retos, con ayuda de otros, aportando a sus comunidades a través de actividades diversas. Tareas como hacer modelo de negocio, presentar a compañías reales para conseguir fondos, diseñar el plano del robot, programarlo, coordinar con equipos de la alianza que no conocen, promover el aprendizaje de las ciencias y la tecnología a través de servicio comunitario, son algunas de las formas en que se promueven estos aprendizajes.
Durante seis semanas los integrantes de cada equipo dedicaron horas y mucho esfuerzo a este proyecto sin quejarse. Por el contrario, disfrutando, a pesar del estrés y la presión, ayudándose unos a otros. Al ver la motivación y entrega de mi hijo y la de los demás estudiantes que participan en FRC, no puedo evitar desear, como educadora y como madre, que cada centro educativo provoque y motive a sus estudiantes tanto como esta experiencia lo ha hecho. Y podemos pensar que este deseo no es realista por las implicaciones que tendría para el sistema y las transformaciones que se necesitarían para abordar la educación de esta manera. Estoy consciente de que no es nada fácil.
Fui testigo de la gran demanda de este proyecto, de la entrega y sacrificio de los profesores y mentores involucrados, del compromiso que asume el centro educativo al apoyar a estos equipos. Es más fácil tener a los estudiantes sentados en un aula copiando o “trabajando” con los libros o la computadora. Pero, ¿para qué les sirve eso?. Creo vale la pena darle oportunidades como esta a todos los estudiantes y no a unos cuantos. Se puede lograr si nos replanteamos el verdadero sentido de educar.
Tanto el equipo de mi hijo como el otro equipo de República Dominicana que participó en la misma regional, regresaron de la competencia con premios. Ya otros dominicanos habían ganado y sido reconocidos antes. Definitivamente tenemos mucho que dar y sacamos de adentro cuando tenemos las oportunidades. Solo hay que creer, como en este caso lo ha hecho el ingeniero Abraham Dauhajre, representante de FIRST en el país y el Caribe.
Hablamos de habilidades para la vida y sin embargo nos falta mucho para lograr que nuestros estudiantes las desarrollen a lo largo de su trayectoria escolar. La Organización Mundial de la salud (OMS) define las habilidades para la vida como aquellas que permiten a las personas enfrentar exitosamente las exigencias y desafíos de la vida diaria. Propone las siguientes habilidades: el autoconocimiento, la empatía, la comunicación, las relaciones interpersonales, la toma de decisiones, el manejo de conflictos, el pensamiento creativo, pensamiento crítico, manejo de emociones y de estrés. Es necesario que las mismas se desarrollen de manera intencional, tal como se hace en proyectos y experiencias como estas.
Comparto esta reflexión en una semana en la que celebramos el Día Mundial de la Educación y confirmo una vez más el gran impacto que tiene, no solo lo que enseñamos, sino cómo enseñamos. Vale la pena preguntarse para qué estamos educando. Sobre todo cuando los estudiantes, como mi hijo, aprenden mejor de esta manera que en el aula.
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