La decisión de una nación es la fuerza más poderosa para lograr un objetivo al que aspira su colectivo en un determinado proceso político, social e histórico. Contra esa voluntad popular de todos los sectores que confluyen en un propósito superior de interés nacional, no hay poder político ni militar ni económico que pueda cambiar el rumbo de los acontecimientos que habrán de ocurrir como hijos legítimos de los procesos en desarrollo que se producen como parto de la propia historia. Los ejemplos sobran.

Después del fallido fraude en el cual la Junta Central Electoral anuló o suspendió las elecciones del 16 de febrero, la situación se ha tornado más difícil para los autores de ese delito contra toda la nación. Nación, porque pobres y ricos caminan juntos contra ese bochornoso acontecimiento que malogra, lacera y liquida la débil y pobre democracia, que aún tiene el país. El discurso oficial antes de la celebración de las fallidas elecciones, en la que expresaba una cierta "preocupación" por la imagen del organismo electoral, era un reflejo de una estrategia comunicacional clara de lo que venía. Es la misma del lamento de hoy sobre el hecho acontecido. Esta estrategia es poco inteligente, porque no vivimos en un país de estúpidos. Los autores del discurso se cercan a ellos mimos.

Este hecho unifica a todos los sectores, justamente, por el interés nacional que envuelve a todos los estamentos sociales. Si esto no se comprende, entonces vamos camino a una tragedia nacional, en la que a los autores del fraude, como quiera se les cierran las puertas para irse a su descanso que la historia les brinda como única salida. Esto es absolutamente válido para todos los miembros y aliados del Pleno de la Junta Central Electoral.

A esta hora del llamado de la historia en la coyuntura política más compleja, y complicada, por la que ha atravesado el país, no se trata de las buenas o malas relaciones de los miembros del Pleno con el sector oficial; no es un asunto de si monseñor Agripino reapareció o si sigue en la comisión de Punta Catalina; tampoco de un profundo análisis de estatus jurídico de la CES. Pero menos se trata de pensar de si es correcta o no la estrategia de ir de "crisis en crisis hasta quedarnos en el poder o huir despavoridos". Sólo se trata de que el cambio es irreversible y nada lo detiene. "No hay de otra!!", dice el propio pueblo en su inmensa sabiduría.

En el país existe en la actualidad una gran movilización ciudadana, pero de carácter cívico, que no se detiene y que no hay fuerza humana capaz de variar su curso. Ahora la voluntad popular por el cambio es mayor que la del año 1978.