Una opinión ampliamente sostenida por historiadores contemporáneos sobre las causas de la caída del imperio Romano es que el colapso sucedió por la degradación de valores morales. El sistema estaba corrompido de pies a cabeza por una minoría privilegiada que se creían por encima de la ley y que se enriquecían con el dinero público.
Nuestro país va por ese mismo camino.
Mientras las familias más pobres de nuestro país sacrifican sus pocos ingresos cada día más pagando mayores impuestos, la casta política usa ese dinero para pagarse a sí mismo, a sus familiares, y a miembros de sus partidos, que cobran cheques sin la necesidad de levantar un solo dedo.
Don Pedro Mir se quedó corto. Este no es solo un país triste y oprimido, es también un país manipulado y atropellado. Es un país donde los empresarios saben ser exitosos solo haciendo negocios con el dinero público. Un país donde estos mismos empresarios controlan la gran mayoría de medios de comunicación, solo para ponerlos al servicio de la casta política que le otorga los mismos favores y las mismas concesiones de siempre. Un país donde todos los poderes del estado están bajo el control de aquellos que prometían cambios hace apenas 18 años. Pero como decía el filósofo griego Plutarco, el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente.
Este es un país donde se justifica el atropello a miembros de la prensa y a ciudadanos que ejercen su derecho a protestar pacíficamente. Donde son agredidos frente a miembros de la policía nacional sin que se le ofrezca la mínima protección. Y peor aún, donde ningún líder oficialista sienta algún dolor moral para repudiar estas acciones.
Lo que está en evidencia es que el principal problema que tiene el país no es un problema de izquierda ni de derecha, no es un problema de conservadores o liberales, sino un problema de una minoría de privilegiados que se ha dedicado a robar el dinero del pueblo a base del sudor y el esfuerzo de la mayoría menos pudiente. Es un problema de falta de valores democráticos, donde la corrupción se ha convertido en una forma de gobierno y la impunidad en una forma de vida. El caso Súper Tucano y el caso Félix Bautista no son anécdotas, sino reflejos de un sistema totalmente podrido y corrompido donde la miseria, la desigualdad e incluso la muerte de niños en los hospitales públicos por falta de oxigeno tienen nombres y apellidos.
Este es un país donde la casta política insiste en dividir y no en construir. Dividen al país entre “traidores” – aquellos que no están de acuerdo con el estatus quo – y “patriotas”, aquellos que venden sus principios por intereses personales. Sin embargo, la verdadera división es la división entre ciudadanos de primera categoría – una clase política con inmunidad judicial y con todo tipo de privilegios – y una clase social mayoritaria, compuesta por ciudadanos subyugados a una esclavitud clientelista que devora las entrañas del país y aleja cada día más el sueño democrático por los que murió Juan Pablo Duarte.
¿Cómo rescatamos el sueño de Duarte?
Comenzamos re-educando a la ciudadanía para remplazar la cultura de la ilegalidad por la cultura de valores ciudadanos. Lo hacemos construyendo un estado de derecho donde todo ciudadano, sea rico o pobre, político o apolítico, reciba un trato igualitario bajo la ley.
Cada día somos más los ciudadanos que nos sentimos defraudados por nuestros líderes. Pero a la vez, somos más los ciudadanos que sentimos que un verdadero cambio es posible. Un cambio de rumbo donde impere el orden, la fraternidad, y la igualdad de oportunidades. Esto solo se consigue apoyando a personas comprometidas en gobernar para el bien de todos los dominicanos y no solo para una minoría privilegiada.