¿HAY QUE QUERER A CARLOS CASTRO? NO SÉ, "LO DUDO", COMO DIRÍA EL FILÓSOFO MEXICANO JOSÉ JOSÉ.

Carlos Castro tiene nombre de boxeador, de pelotero, de estibador en Haina. Acabo de entrar guglear con el siguiente resultado: 6.630.000 resultados en apenas 0,29 segundos.

Carlos, Carlitos o como sea, es lo mejor y lo más jodido de todos nosotros.

Comencemos con lo último, porque sé que será como el gallo en la funda, lo que todos siempre queremos, "la sangre, queremos sangre", como decía el jefe de Redacción de El Nacional en los años 70, según una periodista querida de los años 70.

Carlos es jodido porque hace lo que le da la gana, que es lo que nosotros no podemos hacer o casi nunca podemos hacer.

Cuando pienso en él me imagino un Cantinflas tratándose de deshacer de David Niven en "La vuelta al mundo en 80 días". Es alguien que permanentemente se está reinventando o lo que es lo mismo: vuelve a vivir solo. Pero no tan solo. Aparte de mi mamá, de Tony y del Super Ale, no he visto a nadie más en los últimos 33 años que a Carlos Castro. ¡Ni siquiera al difunto Freddy Beras!

Hay constantes en la vida de Carlos: que si los lugares chulísimos, que cómo anda la relación de Gabino con sus barberos, que si las féminas, sea en su vertientes mediterráneas o aborígenes.

Carlos también es de lo mejor. Diría que es como un Frankenstein con lo mejorcito de todos nosotros: la filosofía post-cuarto-camínica del Moli, el pragmatismo romanense del Gabi, la capacidad de convocatoria del Robles, la sapiencia del Poeta lirón.

Es más, Carlos es peor que Nietzsche, porque va mucho más allá del bien y del mal.

A diferencia de muchísimos de nosotros, hay versiones Carlos para la mañana (dirección buen café), en la tarde (pero mejor después de las tres) e hiper-nocturnas, junto a uno de sus últimos descubrimientos: las cervezas belgas.

Carlos no ha hecho ser tíos durante veinte años: con Arta primero, y luego con el Lucien (Le Blue), con los mellizos. Con Lucien disfrutamos durante par de meses su aficción por tirar desde la tercer planta una edición de 1963 del Pequeño Laroousse. Con los mellizos, ay Dios mío, que dónde estará el control remoto.

Carlos también nos va dejando sus mujeres, que de repente se convierten en queridas amigas, sus amigos al fondo, a la derecha, su espíritu boys scout a la hora de enfrentar a los Pérez ("Ah, los Pérez"), de revelarnos el misterio de un profesor universitarios que le debe su altura no a Max Weber ni a los manuales soviéticos sino a las dos lechosas que tira dentro de un lavadora para hacer sus jugos de lechosas matinales.

Carlos es chorro de cosas: una nota, un personaje, un expediente, una figura, un timacle, un duro, un ápero, un man, sí man, Carlos is my brother.