El sábado pasado estaba preparando un sancocho para que mis hijos y nietos vinieran a compartir la comida en familia. Una de las cosas que más disfruto es cocinar, pelar vegetales y víveres, y fregar. Tareas que no a todo el mundo les gustan.

Cuando me puse a pelar los vegetales para el sancocho puse en mi celular el Nocturno de Chopin Op. 9 No. 2 y luego el Airoso de Bach, pero resulta que a mí me pasa algo extraño cuando escucho estas dos piezas. Hace muchos años cuando escribía en un periódico de circulación nacional hice un artículo en que decía: “No sé si cuando leo a René del Risco me pongo triste, o cuando estoy triste, leo a René del Risco”. Cuando escucho estas dos piezas me sucede lo mismo, no sabría decir qué ocurre dentro de mi ser. Por eso cambié de música y me puse a escuchar y ver conciertos de un chelista.

Siempre he dicho que el día que me muera quisiera que alguien se dignara interpretar esas dos piezas musicales mientras me voy. Que no sea mi hijo, porque él no soportaría un momento así.

Tengo dos instrumentos musicales que son mis preferidos, el chelo y el saxofón. De igual manera tengo mis dos músicos preferidos aquí en Santo Domingo, uno mi hijo Luis Augusto, violinista y el otro Claudito, chelista y saxofonista.

Hace un tiempo mi hijo le envió un video a Claudito de Hauser y le decía “mira Claudito…” en él estaba el famoso músico en una góndola en Venecia interpretando “Bésame mucho”. A mi hijo le trajo recuerdos de cuando paseó en una góndola con su familia antes de la pandemia por esa legendaria ciudad  y le hacía la observación a Claudito por la forma de tocar del músico, ya que Claudito es encantador tocando, pero a mí me llamó la atención otra cosa. No la góndola, no el chelo, ni mucho menos los canales de Venecia. A mí me llamó la atención el chelista. Todo es diferente de acuerdo al cristal con que se mira.

Me parece que este hombre es la perfección de la creación. En él puso Dios toda su mano creadora. No le faltó un detalle. Es que Hauser es inigualable, es único.

Es como si Miguel Ángel lo hubiera tomado como modelo para hacer el David o si cual Apolo fue bajado del Olimpo.

Es un joven croata de apenas treinta y cuatro años que toca con las manos, con la cara, con  la boca, con las cejas, con los ojos, con el cuerpo. Le hace guiños a las mujeres del público, a los músicos de la orquesta, a las mujeres que generalmente forman duetos con él. Tiene una sensualidad envidiable. Es de destacar cuando acompaña a una cantante con su chelo y la rodea por la cintura, entonces él con toda delicadeza frota el arco en su instrumento. Sencillamente Hauser es MARAVILLOSO.

Hauser es perfecto con zapatos, sin zapatos, con chancletas, con camisa, sin camisa, con frac, con chaqueta y camisa abierta hasta tres botones, con pantalones largos, con shorts, como solista de una orquesta, en medio del campo, con los pies e instrumento dentro de un arroyo, tocando bajo la lluvia, rodeado de monumentos en Roma, en una canoa en medio del río, en unos acantilados, peinado de salón, despeinado por el sudor. En fin, Hauser es simplemente BELLO y prohíbo terminantemente que alguien diga, “pero esta vieja es loca… ¿Pero ella se cree que está viva? o póngase en su sitio y váyase a rezar…”

¡¿Quién ha dicho que para admirar la belleza se tiene una edad determinada?! A nadie le han exigido que para ir al Louvre y quedarse extasiado viendo a la Mona Lisa se tiene que ser joven. Tampoco en el Prado haya que tener cierta edad para ver las maravillas de Velázquez o para extasiarse en el MOMA o el Metropolitano de Nueva York o para en el Orsay de París haya que pedir permiso para ver a los impresionistas.

Para admirar la belleza no se tiene edad, por eso me declaro fans de Hauser y la que se sienta deprimida y quiera levantarse el ánimo, le recomiendo que se ponga a ver sus vídeos que me lo agradecerá.