La diáspora dominicana que habita en los Estados Unidos tan solo ha visto dos figuras propias trascender internacionalmente y redefinir industrias billonarias. Oscar de la Renta y Johnny Pacheco.
Son muchos los escenarios históricos, donde los quisqueyanos y los cubanos parecen encontrarse entrelazados. Y esta semana, cuando los dominicanos de la isla y aquellos que vivimos en la diáspora de los Estados Unidos fuimos sorprendidos con la noticia de que uno de los más grandes nuestros se había despedido y partido hacia un mejor lugar, ese pensamiento de trenza cultural entre nuestros pueblos caribeños volvió a manifestarse.
Valorar la vida de Johnny Pacheco a través de la escueta óptica de que fuera un dominicano residente en el exterior y un exitoso maestro de la música latina es ignorar la profundidad de su intelecto, la trascendencia de su talento y la huella histórica que dejaron sus actos. Llegué a esa conclusión luego de reflexionar sobre la trayectoria sociopolítica y cultural de este gran dominicano, más que de la artística misma, por lo cual se le conoció. Entendí que su aporte de vida, sin duda alguna, colocaba a Pacheco a la altura de unas históricas y específicas figuras nuestras. Personajes que una vez que partieron de la isla, y alimentados por la destreza, empeño y el ahínco que los caracterizó, lograron determinar el curso histórico de otros pueblos, liberando a su gente de conceptos restringidos, futuros coartados y pensamientos amenazados.
No exagero cuando digo que, al pensar en Pacheco, conceptual y filosóficamente, vi similitudes con otras valiosas figuras de nuestra historia quisqueyana que no podía ignorar, a pesar de ser entes totalmente ajenos a su mundo de ritmos y melodías, como él. Sus vidas, como las del diestro maestro de instrumentos de vientos, también impactaron auténticas y determinantes escenas de la historia de otros. En especial a las de la isla de Cuba. Y ahí la gran semejanza.
El primero sobre quien reflexioné fue Hatuey. El Cacique Taíno que partiera de nuestra hoy llamada La Española hacia la eterna Cuba. Huyendo estratégicamente del exterminio español para proyectarle a sus hermanos taínos en la isla vecina la necesaria rebelión que requerirían. Este Paul Revere indígena sufragó con su vida el sacrificio de abandonar su territorio con tal de alertar a otros de la posibilidad de ellos perder el suyo.
De igual modo, al ver la vida de Pacheco en el extranjero también pensé en Máximo Gómez. Otro quien partiría hacia la mayor de las Antillas a excarcelar ese pueblo de la opresión sociopolítica que vivía. Con su liderazgo, Gómez logra liberar al pueblo cubano.
Se pensará que conectar a estos dos hombres con la vida de Pacheco sería algo imposible. Pero en realidad, conceptualmente, los más importantes días del flautista de Santiago de los Caballeros sobre esta tierra no fueron muy diferentes a los definitivos de Gómez y Hatuey. Aunque la historia de Pacheco dicta que este partió como muchos dominicanos en búsqueda de porvenir, hacia las promesas de América en New York, lo cierto es que, como las dos figuras anteriores citadas, llegó a su destino ‘matando canallas con su cañón de futuro’.
En esta nueva tierra encontró algo más que el destino. Allí su genio musical terminaría por servir de instrumento de liberación de una música que había quedado atrapada en una cerrada, cegada y comunista Cuba. La joya melódica del Caribe, apresada por tendencias que la dictaban de antigua, desfasada y antirevolucionaria, encontraría en un amparador dominicano su liberación. Con su convicción en una mano y el instrumento de viento en la otra, Pacheco incorpora un moderno y melódico sonido en su oferta musical, logrando lo inesperado. Encabezando a valiosos virtuosos de la partitura rítmica del Caribe, rescata la Guaracha, el Son Montuno y el Guaguancó, evolucionándolo a algo nuevo que llamaría Salsa. El arquitecto del renovado ritmo, de espíritu eterno y defensor de la sapiencia armoniosa caribeña, logra lo que todo emigrante aspira. Libertad.
Johnny Pacheco, como los otros dos quisqueyanos, Máximo Gómez y Hatuey, a pesar de ser poco valorados en su tierra natal, terminan siendo próceres y libertadores del pueblo y la cultura cubana.
Así que, cuando escuches hablar de la Fania All-Star o de los conciertos multitudinarios en África, de los temas musicales con uno que otro cantante o las colaboraciones con instrumentistas, recuerden que, más que un arquitecto de un fusionado ritmo, el maestro de melena blanca fue más guerrero y general que lo que fue músico. Fue y será siempre recordado como el libertador de la música cubana.