-Hatuey Decamps es el único político del PRD que vale la pena- nos dijo el profesor Juan Bosch en presencia del hoy flamante embajador dominicano en Washington, José Tomás Pérez Vásquez, a la sazón casado con la doctora Taína Gautreaux.
Estamos aquí hablando de los años cuando Hatuey Decamps Jiménez era el Súper Ministro de la presidencia, tal como lo bautizara el Dr. Vincho Castillo, debido a su condición de “plenipotenciario”, durante aquellos años del Dr. Salvador Jorge Blanco (nombre completo: José Salvador Omar Jorge Blanco).
Habíamos coincidido con Hatuey en Caracas, durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, quien me lo presentó como una “gran promesa de la política democrática dominicana”.
Fuimos dos dominicanos que se conocieron en playas extranjeras en circunstancias ajenas para ambos. Hatuey y su inseparable amigo, José Francisco Peña Gómez, estaban muy ligados al partido “Acción Democrática” y yo me encontraba allí como invitado especial del Dr. Félix Adams, uno de los originales del partido “Acción Democrática, ex rector universitario y fundador del “Instituto de Andragogía de Latinoamérica”.
Hoy día la “Universidad de la Tercera Edad” de Santo Domingo lleva el nombre de mi amigo, el Dr. Félix Adams. Con él compartí muchos episodios inolvidables en Caracas. Aprendí de él que los centros de educación superior, además de ser centros académicos y de investigación, deben de ser también auto-sostenibles y tangiblemente productivos para sus respectivas sociedades a las que sirven, sin jamás degenerar en chimichurris comerciales del conocimiento, como en la República Dominicana.
Cuando Hatuey me informó que se había graduado en filosofía en la UASD, le pregunté:
-¿Y qué hace un filósofo metido a político?- y él me disparó a boca de jarro:
– ¿Y qué hace un curita dominicano camuflándose en la política venezolana?
El hombre se las traía y siempre decía lo que pensaba, aunque a veces parecía ambivalente en sus apreciaciones. Lamentablemente, en aquella ocasión me cayó como un sibarita muy pagado de sí mismo. Probablemente yo le causé a él una impresión similar, porque no se interesó en indagar la razón de mi presencia en medio de aquel solemne acto en Miraflores. Tampoco yo me tomé la molestia de informárselo y no volvimos a vernos hasta varios años después.
-Dígale a Hatuey que va de parte mía- nos dijo el profesor Juan Bosch en su residencia de la César Nicolás Penson.
Resulta y viene a ser que en la Universidad Mundial, donde yo a la sazón me desempeñaba como decano y director de la escuela de Pre-médica, había surgido un serio problema y fuimos a consultar la situación con el profesor Bosch. Este nos recomendó que visitáramos al “Súper Ministro” de parte de él.
Estamos aquí hablando de los días aquellos en que habían raptado y asesinado junto a su chofer, en el sector de “Los Frailes”, al casa-cambista Héctor Méndez Báez, al que habían acusado de ser el causante del alza de la prima del dólar.
En el Palacio Nacional se había armado un corre-corre colosal de “apreciado y muy señor mío”, debido al hecho de que el Dr. Vincho Castillo había declarado públicamente que las órdenes del rapto y posterior asesinato de Héctor Méndez Báez y su chofer, Napoleón Reyes, habían emanado directamente del Palacio Nacional, como si se tratara de una operación de la camorra napolitana.
Razones no parecían faltarle al Dr. Castillo, debido a lo intrincado del caso, el cual culminó con la remoción inesperada del jefe de la policía, el General Manuel de Jesús Tejeda Duvergé, un hombre probo y de una intachable profesionalidad.
Se dijo que la policía había descubierto la trama y que, cuando el General fue a informarlo a las “altas instancias”, éstas se negaron a aceptar su versión. Al rechazarse a “cooperar” con la “versión palaciega”, lo transfirieron a Foresta, a lo cual también se negó, solicitando su jubilación inmediata.
Hoy día este caso forma parte de los casi cien casos de crímenes no resueltos en el anal delictivo político de los últimos 50 años de la historia política dominicana.
-¡Otra vez el curita camuflado!- fue el saludo de Hatuey al verme de repente ante él.
Sin embargo, encontró espacio en su apretada agenda para recibirme, porque se trataba del profesor Juan Bosch, su antiguo mentor y guía original. En eso no se perdía y, a pesar de que ya se había creado un abismo entre el PRD y el PLD, Hatuey continuaba siendo un político y pragmático, tal como decía el Profesor.
El asunto de la Universidad Mundial no se resolvió pero, como buen político experimentado, Hatuey dio indicios de que lo iba a resolver, a pesar del embrollo que afectaba al gobierno en esos días.
Poco después ocurrió la poblada que amenazó con dar al traste con el gobierno de Salvador Jorge Blanco, el primer presidente dominicano juzgado y condenado, a instancias del último gobierno balaguerista.
Hatuey Decamps Jiménez, sin embargo, no salió ni siquiera chamuscado por aquellos ígneos fuegos desprendidos del Olimpo. Su instinto primordial de conservación, tal como había dicho el profesor Juan Bosch, lo mantuvo al margen de toda culpabilidad política.
Volví a coincidir con Hatuey Decamps en casa de mi prima, Esmeldy Beato, hoy día viuda Roque. Su esposo, César Roque, había sido uno de los “imprescindibles” del PRD en aquellos años jorgeblanquistas. A César lo habían nombrado Cónsul General dominicano en Caracas, de donde regresó convertido en un paciente cardíaco crónico. El intenso ajetreo que desplegó en sus funciones acabó mermando su precaria salud.
Hatuey y uno de sus hermanos, vecino de Estormy Reynoso Sicard, un “imprescindible” de Jacobo Majluta Azar durante los 43 días de gobierno posteriores al suicidio de don Antonio Guzmán Fernández y con quien yo había coincidido en el Seminario Santo Tomás de Aquino, visitaban esporádicamente el hogar de César y de Esmeldy.
En esas ocasiones me encontré con un Hatuey dicharachero y humanizado, donde la política no era el tema prioritario. Sus aspiraciones continuaban en pie pero parecía más tolerante y consecuente con sus convicciones democráticas, tal como las había descrito Carlos Andrés Pérez en Caracas.
Una de las últimas veces que coincidí con Hatuey fue en el restaurante “El Vesubio”, frente al malecón de la George Washington. Me encontraba allí invitado por el “Secretario Histórico” y uno de los fundadores originales del PRD en La Habana, don Ángel Miolán, a quien me ligaban lazos de mutua admiración y respeto.
Para mí Don Ángel fue siempre un verdadero ángel en forma humana, que hacía honor a su nombre: valiente, honesto y solidario. Además, fue el que escribió el prólogo de mi libro de poemas cósmicos, “Mosaicos”, de psicología transpersonal.
Para esa época, Hatuey comenzaba a desilusionarse del espejismo político dominicano, tal como le había sucedido antes a Don Ángel Miolán. Todavía la enfermedad no se asomaba a sus pupilas y sus convicciones democráticas continuaban inamovibles.
-¡Adiós, curita camuflado!- fueron sus palabras, recordando nuestro encuentro en Caracas años antes.
– Todo cura es un político camuflado- me había dicho en esa ocasión Hatuey.
– ¡Adiós, arcángel caído!- fueron mis palabras de despedida- el verdadero curita camuflado eres tú, porque tú eres el que debió haber sido cura y no yo.
Me contestó con esa carismática sonrisa que solamente él era capaz de hilvanar.
Que Dios lo tenga en su gloria junto a su compañero inseparable José Francisco Peña Gómez, a Jacobo Majluta, a César Roque y a su hermano Luis.
Sit transit gloria mundi (¡Así transcurre la gloria de este mundo!). Sobre todo cuando se trata de los políticos dominicanos, todos idos de prisa y a destiempo. El estrés desmedido y la intensidad con que trajinan siempre terminan matándolos.