Recientemente vi una película de Tomás Gutiérrez Alea titulada Hasta cierto punto en que trata la situación del machismo en la Cuba revolucionaria. Por cierto, la encontré en youtube, esa creación execrable del militarismo yanqui. La película es una recopilación de las opiniones de unos trabajadores portuarios sobre su actitud frente a la mujer. Uno cuenta con una risita pícara:
– Bueno, chico, tú sabes. A veces sale uno de aquí cansado y pasan esas chiquitas moviéndose así, de un lado para otro… Y ¿qué puede uno hacer? Pues uno les cae atrás, y a veces suceden cosas, ¿tú sabes?
A esto el entrevistador le responde: – Bueno, ¿y si tu mujer hace lo mismo, si después del trabajo se va con otro?
El entrevistado no pierde tiempo: – ¡Ah no, no es lo mismo! Uno, pues, se ha liberado con la revolución, pero eso es hasta cierto punto…
Cambio de escenario. En matemáticas existen unas funciones denominadas binarias que toman uno de dos valores según el valor de la variable independiente. Por ejemplo, podemos asociar a los números pares el valor cero (0) y a los impares el valor uno (1). Tratando de matemáticas, no puedo pasar por alto la idea de una cultura “más o menos media” con que me calificó un comentarista. Definitivamente mi cultura no es muy allá, entiendo que debe estar entre allá y un poco más allá, no puedo ocultar mi falta de ignorancia, como diría Tres Patines. Pero esto nada tiene que ver. Volviendo al punto: la función es cero o es uno, no hay valores intermedios.
Desde hace tiempo he sufrido los percances de no estar con uno ni con otro a que obliga el tener cabeza propia. Para el que tiene una idea propia, la que sea, es difícil cerrar filas sin más bajo una consigna cualquiera. Por supuesto, siempre será blanco del fuego cruzado, es el precio que tiene que pagar por su independencia de criterio. Tenía grupos en que yo era el burguesito de buenos modales, y otros en que era un revolucionario impenitente, ateo y disociador. ¿Qué se puede hacer? En aquella época o se era marxista o se era un burgués recalcitrante y reaccionario.
El marxismo es un pensamiento religioso, como lo denominó Schumpeter. No es que Marx no estaba equivocado, es que no podía estar equivocado. El marxismo fue un fundamentalismo basado en la fe igualito que los fundamentalismos religiosos. En todos los órdenes, hasta en la sentencia de muerte a los herejes.
Al revés, abrir los ojos y ver la cantidad de pobres y marginados que existen en el país y el mundo, leer y pensar un poquito para llegar a la conclusión de que el capitalismo produce concentración, y ésta exclusión y marginalidad era sedicioso pues atentaba contra los intereses y poderes establecidos. ¿Y entonces? Pues nada, dejar que la pelota ruede…
Con el tiempo vino el desplome del socialismo real debido a su esencial quiebra económica. Todo por no comprender el abc de la economía convencional: que para repartir manzanas primero tenemos que tener las manzanas, y que para tenerlas tenemos que producir manzanas. No podemos repartir lo que no producimos, simple sentido común. Pero no, en el socialismo los medios de producción son propiedad del pueblo puesto que ya no hay clase propietaria. Plantear la existencia de clases en función del poder político y no de la propiedad no es marxista ni revolucionario, por ende es hereje y está prohibido. Falta al pensamiento originalísimo e infalible del Maestro.
Dicen los profesionales de la administración que un camello es un caballo hecho por un comité. Cuando las relaciones de mando se horizontalizan y democratizan en exceso se pierde la fuerza y tensión imprescindibles para la producción. Ciertamente, se elimina el odioso deseo de lucro, ese afán de producir para tener, acumular y atesorar. Lamentablemente también se va la producción. Donde todo el mundo es jefe nadie llega a la hora y todo se deja para después. Por supuesto, al final todo mundo quiere “que le den”. ¿Qué, quién? ¿El Estado? Pero ¿de dónde consigue el Estado?
Ahora la otra campana: concentración obliga a mayor concentración. Esto se desprende de Keynes quien, por cierto, se consideraba con el mayor orgullo miembro de la burguesía educada: “¿Cómo puedo adoptar un credo (el marxismo) que, prefiriendo el gusano al pescado, exalta al aburrido proletariado por encima de la burguesía e intelligentsia que, con todos sus defectos, son la cualidad de la vida y con seguridad llevan las semillas de todo el progreso humano.” Sin demanda no puede haber producción por lo que en la medida en que el ingreso se concentra más difícil es para el sistema continuar en funcionamiento. Debe intervenir el Estado para cerrar la brecha entre la demanda efectiva y la oferta regresándolo a la senda del crecimiento con ocupación plena. Explicar la efectividad de esto último es largo por lo que no lo podemos tratar aquí.
La disyuntiva no es para nada nueva. En nuestro país, si se critica a Leonel y el PLD, está uno con Hipólito y el PRD, o con Miguel Vargas, para cerrar el trilema. Si se critica a Hipólito, ahora en la oposición, pues es uno gobiernista, y así por el estilo. Una opinión particular define de inmediato la cosmovisión y, de paso, la pertenencia de clase del comentarista. Lo mismo sucede, pero al revés, si coincide uno con la opinión de Leonel, Hipólito, Miguel o el Cardenal. Si coincide o disiente, la suerte está echada, es una función binaria.
Para terminar, con este asunto de la sentencia del TC he escuchado la música más disonante de los que defienden con una pasión sorprendente el derecho de los haitianos a invadir el país. El primer repique fue que no existe tal cosa como la identidad o el sentimiento nacional. Modernamente, la nacionalidad se forma según la confluencia de distintas culturas que se enriquecen mutuamente. Es decir, somos todos ciudadanos del mundo, fraternales y comprensivos. Así por lo menos lo sienten los Checoslovacos… ¡Ah, perdón!, los checos y los eslovacos. ¡Qué cosas, no!, como diría Quico, el del Chavo del Ocho. O los “rusos”. O los vascos y catalanes que buscan la hermandad y fraternidad… separándose de España. ¡Caramba, cuánta gente racista y xenófoba en el mundo! De pasada, plantean que la globalización es un movimiento motorizado por la hermandad y solidaridad de los pueblos. ¡Vaya!
Por cierto, la cancioncilla de la fraternidad y hermandad de todos los pueblos se brinca “inadvertidamente” las declaraciones de la Secretaria de Estado de los EUA, Sra. Hillary Clinton –sí señor, la esposa del Sr. Bill Clinton, benefactor de Haití- sobre la migración de haitianos hacia ese país tras el terremoto del 2010. También las declaraciones del Sr. Manuel Valls, Ministro del Interior de Francia, sobre los gitanos. O las opiniones de los españoles a raíz del asesinato de una menor a manos de un emigrante dominicano, todo esto en un paneo muy pero muy rápido.
Pero esto no es nada. En torno al Estado dominicano, los fusionistas han oscilado entre dos ejes: que el dominicano no es un Estado duartiano sino santanista porque Santana desterró a Duarte y a partir de ahí no ha habido nada que sirva. Ergo, ¡que entren los haitianos!, la nacionalización de los haitianos debe ser declarada prioridad nacional. El otro foco es que la Independencia fue un hecho de inclusión y multiculturalidad. Es decir, en las guerras de independencia las tropas se tiraban rosas y se abrazaban unos con otros del enemigo. He escuchado también que Duarte… ¡no importa!, queriendo decir sin decirlo que, como era blanco, era racista y xenófobo. La última, buena también, es que el Estado dominicano discrimina a los haitianos porque… es un Estado burgués. Es decir, no es un Estado socialista, fraternal y solidario… como el de los EUA, Canadá o Francia. Curiosamente, todo lo que he leído ha sido en medios propiedad de la más rancia oligarquía criolla. O sea que “burgués tú, yo no” es un asunto de íntima convicción, como las sentencias de los jueces. A esto me gustaría llamarlo “marxismo de bolsillo”. La verdad es que con mi cultura “más o menos media” puedo ser estúpido pero, como diría el cubano, “hasta cierto punto, chico”.