El código concede al acusado el derecho de permanecer en silencio. El libre albedrio permite determinar cuándo y cómo contestamos; o si no lo hacemos. La magnitud del poder regula la necesidad de respuesta. Si miramos bien, respondemos en consideración al otro y para evitar confusiones. Si el mutismo no implica amenaza para el poder, el resto puede irse a pasear por el Zooberto, joya del estrambótico municipal, pues desde arriba se parla si se quiere. Nada más sencillo. Ni cortesías ni afabilidad cuentan. Si no temen, aun en circunstancias extremas, callan.
Me parece sagaz, táctica inteligente, el que un presidente simule ignorar la vigente prehistoria de este país, que él y su partido han gobernado por 15 años: poca luz, poca agua, poca salud, alcantarillados a puntos de reventar, robos en todos los estratos de la sociedad, corrupción, impunidad; y tres años de construir escuelas donde ejercerán la docencia maestros que apenas pronuncian bien el castellano. Y muchísimos etcéteras. (Léase el resumen detallado publicado por Juan Bolívar Díaz sobre esta década y media de gobierno.)
A un hombre seguro en el trono, sin dudas sobre su reelección, lo único que le quita el sueño son los votantes. En estas democracias modernas las estadísticas y las encuestas mueven o esconden la lengua del que manda. Con un 57% de aprobación, y miles de millones que intentaran sostener esos números, el Jefe no tiene que contestarle a nadie. “Nadie” ni lo quita ni lo pone, al menos por ahora, pontifican los sabios de palacio contando números y dinero.
Se acoge al libre albedrio y a la realidad para no abrir la boca. Está en lo cierto. A Danilo Medina nadie ha logrado asustarlo (el que lo hizo salió trasquilado y con la viperina inmóvil). La oposición tira, da en el abdomen, conecta una suave en la quijada, baila y se aleja. Danilo baila bien no contesta golpe, pero puntea con la derecha fatigando al contrincante.
¿Qué le importa a Danilo el escándalo de Odebrecht, un expediente que se ventila en la lejana Brasilia? Muy poco: él sabe que la mayoría de esos 57% de votantes, lo tienen santificado; o viven del Estado, del Partido y de las tarjeticas de solidaridad Para esas masas, Odebrecht no es más que nuevo whisky escoces que solo consumen ricos y funcionarios. Otros, entienden que son “esa gente que lo construye todo desde que el PLD llegó al poder”. Nada más. Entonces, por qué tiene el presidente que dar explicaciones de ese o de ningún otro escándalo. ¿A la oposición? Tengo entendido que se ríe de ella; le presta menos atención que a un sermón de misa de gallo. Como diría un querido amigo: “Hablar, para él, es absolutamente innecesario”.
Entiéndase, por favor, que si nadie está en capacidad de asustar a este hombre, al que se le ha posado no una paloma sino un gallo de Quisqueya, no aclarará nada ni ofrecerá ninguna explicación. Susurros, nombramientos, compra de conciencias, y una inmoralidad prohijada no necesitan mucho verbo para ser harto eficientes. Aseguran el 57% y el poder, únicas obsesiones de nuestro presidente.