A propósito de la publicidad de una empresa telefónica, que sigue reforzando algunos estereotipos mezclados en un mensaje de “verdad, transparencia y honestidad”. Si usted se detiene en el eslogan habría que decir que es cierto que merecemos “compañías” que nos den lo que exigimos, ya sea en una relación comercial o en una relación personal, hasta ahí todo va muy bien.

Lo que generó inquietud, denuncia y debate fue principalmente una imagen de la campaña que muestra a una mujer joven con un hombre bastante mayor. El imaginario construyó –y evidentemente lo hizo en base a lo que está latente en la sociedad la interpretación desde el estereotipo una “chapiadora[1]” y un “viejo chapiado” que “le ¢da¢, lo que ella le exige”.

¡Que terrible!, en todos los sentidos, por la posible intencionalidad lograda, el miércoles una buena parte del país estuvo hablando de una compañía que nunca había logrado captar la atención del público. Y además, porque luego de muchas conversaciones y de leer múltiples reacciones en las redes sociales, no me queda claro por qué la imagen de una pareja de edades tan disímiles, inmediatamente lo asumimos como representación de sexo transaccional[2]. ¿Por qué nos indigna la imagen de un señor entrado en años acompañado de una mujer joven, con la frase “La verdad es que mereces una compañía que te de lo que exiges”? ¿Por qué solo hablamos de “ella” y no de “él” con el calificativo de “viejo verde”?

Me gustaría pensar que no es una reacción moralista; y que está realmente vinculado a un asunto de derechos, a que ya deberíamos superar la idea de las mujeres como “florero”. Que la indignación sea porque  que esta propaganda que se presenta como “rompedora” y “progresista” realmente está reafirmando y validando la normalización de las mujeres como ciudadanas de segunda categoría y/o como objetos, o sea, que refuerza los prejuicios que dice combatir.

Ahora bien, esta campaña y las reacciones en las redes sociales, evidenció la interiorización de la idea de la monetización de las relaciones si estas son entre una mujer joven y un hombre mayor. Incluso, aún se conviertan en una pareja según el canon y formalicen un matrimonio, en el imaginario colectivo, el sustrato sigue siendo que está mediada por la posibilidad de acceso a bienes materiales (aquello de “las mujeres se casan para salir de la pobreza”). Lo confieso, a mí también me pasa, cuando veo este tipo de parejas, siempre pienso que mi papá (sin un chele) pero un hombre brillante y bien parecido, no se encontró con ninguna chiquita que se deslumbrara y se enamorara locamente de él. No niego, ni afirmo nada sobre los motivos de este tipo de relaciones, lo que me parece es absolutamente injusto la carga moral puesta sobre las mujeres. La verdad es que considero, que, aunque se compruebe el supuesto de que el “amor” en este tipo de parejas se sustenta, por una parte, en la “lozanía y juventud” y por otra parte en “bienes materiales”, si hay “chapeo” es mutuo;  independientemente que estemos de acuerdo o no, con estas relaciones. En mi idea del mundo, anhelo relaciones motivadas por las emociones y desde la libertad. Todo lo demás me parece innecesario y abusivo; pero eso es a mí, usted puede tener otra opinión y mientras sea entre adultos y consensuado, en principio, podría pensarse que no daña a nadie.

Lo que valdría la pena preguntarse es ¿cuántas mujeres habitamos en territorio nacional, y cuántas son “parejas” en modalidad “viejos verdes” y “chapiadoras”? ¿Este tipo de relación representan el mayor porcentaje de uniones a nivel nacional? ¿Por qué la relevancia del fenómeno? ¿Por qué si vamos a hablar de verdades y transparencias es tan fundamental que el viejo pueda decir con orgullo que no es su hija? Con tantas verdades absolutamente perentorias que tenemos en el país y que nadie dice.

La verdad es que, cada quien que se relacione con quien quiera relacionarse, para eso somos libres. Y se invertirán los roles, ya la pareja presidencial francesa se está ocupando de que funcione en la otra mirada, mediada por los motivos que cada quien quiera, siempre y cuando –y en esto si hay que insistir– estemos hablando de relaciones adultas y consensuadas; no de explotación, no de abuso. Lo que exigimos y definitivamente que como sociedad debemos tomar medidas, es que no se siga presentando a las mujeres como mercancía, como una “cosa para usar y desechar”.

Por poner un ejemplo: Que chulo sería que una campaña como esta, presente “la verdad” de tantas mujeres ejecutivas y funcionarias medias (vayan a los bancos comerciales y encontrarán cientos), que siguen estando a cargo casi en soledad de la responsabilidad doméstica y reproductiva en sus familias. Y una con hombres que “rompen” el estereotipo, y asumen la corresponsabilidad del funcionamiento de la casa y participan responsablemente (no ayudan) de la crianza de sus hijas/os. Me encantaría ver publicitarias interesadas en la “verdad” que supera discriminaciones y entrega oportunidades, pues como dice Judith Astelarra “solo las personas más retrógradas siguen creyendo que la desigualdad tiene sustento natural, y que deban existir diferencias sociales basadas en el sexo”.

Estamos a tiempo, recapacitemos.

[1] Detesto el término, y la connotación de responsabilidad moral y de acusación a las mujeres, en una situación que es posible por el machismo, ergo los hombres no son inocentes en esta relación.

[2] Forma de prostitución donde jóvenes brindan favores sexuales a personas muy adultas, a cambio de regalos.