Ayer se produjo un anuncio que a nadie debe sorprender: Estados Unidos y Canadá instan a sus ciudadanos a salir de Haití, una prueba más de que, contrario a la aspiración de Abinader y de algunos grupos y personas en el país, la llamada comunidad internacional tiene muy claro que los problemas de Haití se resolverán solo cuando los haitianos decidan resolverlos, nunca antes.

Todos los intentos por imponer solución a los problemas de ese país, ocupaciones, gobiernos impuestos y sostenidos desde fuera, han fracasado y fracasaría también la descabellada idea de un fideicomiso internacional para gobernarlo pregonada por la muy cuestionable OEA, entre otros.

¿Pero qué podemos hacer mientras Haití resuelve sus problemas?

Primero, abandonar el nerviosismo, Haití, percibido históricamente como el otro, el enemigo que no cesa en sus planes para destruirnos, hace mucho tiempo que dejó de ser una amenaza para nosotros, las bandas de delincuentes que hoy secuestran y matan con todo impunidad en ese país y que ponen en jaque a un gobierno tan ilegítimo como ellas mismas, poco o ningún interés tendrían en operar en territorio dominicano, donde tendrían que enfrentar una Policía y un Ejército con efectivos, armas y recursos muy superiores a los suyos, cualquier incursión en el territorio nacional sería el principio de su fin.

Segundo, decidirnos por una mejor gestión de la única amenaza real y efectiva que nos llega de Haití, la presión migratoria. Los controles en la frontera, aunque últimamente mejorados, son aún insuficientes.

Tercero, decidir que hacer con una inmigración indocumentada resultado de una miseria haitiana que opera como factor de expulsión y una irresponsabilidad dominicana que opera como factor de atracción ¿Qué vamos finalmente hacer con ellos?, ¿arrojarlos al mar?, ¿devolverlos a un país de origen que muchos de ellos ya no conocen y no tardarán en retornar por una frontera porosa que aún estamos muy lejos de controlar? Lo razonable y humano sería resolver de una vez y por toda su condición de indocumentados y ofrecerles la posibilidad reconstruir su ciudadanía, vínculo con el Estado que implica cumplimiento de deberes y reconocimiento derechos.

Cuarto, reconocer y acostumbrarnos a que compartimos la isla con un país en crisis desde su fundación, donde ni siquiera la cuestión de la unidad nacional ha sido nunca evidente. No somos los únicos en tener ese tipo de vecino, para solo citar un ejemplo, Afganistán, país que tiene más de un vecino, emerge como entidad independiente con anterioridad a Haití (mediado del siglo XVIII) y desde entonces vive en permanente crisis. Allí, al igual que en Haití, todas “las soluciones” impuestas desde fuera han fracasado ¿Quiere decir esto que Afganistán, al igual que Haití, nunca encontrará el camino de la estabilidad política y el progreso? No, rotundamente no, ambos pueblos están ahí y un día encontrarán una salida. No olvidemos que ese vecino que hoy se hunde en la pobreza y la inestabilidad política produjo una de las revoluciones más gloriosas de América. Ese mismo pueblo encontrará un día solución a sus problemas.

Pero en lo que los haitianos resuelven, debemos hacer algo, y algo más que reclamar a la comunidad internacional que busque una solución inmediata a la crisis haitiana, solución que no tiene ni tampoco le interesa buscar.

Mientras tanto, se me ocurre que bien podría el presidente Abinader utilizar su liderazgo para solicitar a los diferentes actores del país, partidos políticos, empresarios, organizaciones sociales, iglesias, organizaciones profesionales e intelectuales que promuevan entres organizaciones homólogas en Haití la idea de realizar en algún momento una cumbre donde presenten a los países que ofrecen ayuda financiera y técnica al desarrollo, incluyendo algunos países de la región (no hay que subestimar la importancia de la cooperación sur-sur) su compromiso de definir y presentar, en un plazo razonable, un plan consensuado para el rescate de Haití.

Una segunda cumbre tendría que efectuarse más adelante para discutir, precisar, fijar presupuesto, establecer mecanismos de supervisión y evaluación de resultados, etc. de ese plan que debería contener como primer pilar la pacificación del país y una reforma y consolidación mínima del Estado, como condición para el rescate económico. En Este último aspecto podría pensarse en la expansión hacia el oeste de nuestro modelo de turismo y zonas francas para ofrecer empleos a su población. Lejos de perjudicarnos, nos convendría mucho que toda la isla sea destino turístico y un extenso parque de zonas francas.

Pero nada de esto se logrará de un día para otro, movilizar a la sociedad haitiana para que muestre a la comunidad internacional que tiene una real voluntad de tomar en sus manos las riendas de su destino se tomará su tiempo y aún más tiempo tomará movilizar recursos, atraer inversiones e implementar todas las medidas de mediano y largo plazo que contenga ese plan.

Ojalá que esta rápida sugerencia sea una entre muchas otras (desearía miles), de eso se trata, de que, si realmente deseamos ayudar a Haití, pensemos en qué podemos hacer para ayudar a edificar al vecino que nos gustaría tener hacia mediados de este siglo y nos dejemos de infantiles inmediatismos.