Aspectos Emocionales

El abordaje al gran problema de la migración haitiana me produce mucho dolor. En mi círculo de convivencia, si se habla de derechos de las mujeres, nadie expresará desacuerdo con la liberación y la igualdad (aunque sea por “allante”); en derechos de la infancia la defensa es furibunda; con los derechos de las personas LGBT, aunque no lo entiendan demasiado, expresan solidaridad y el deseo de que cada quien viva como quiere vivir; pero, cuando se menciona Haití y haitianos/as es impresionante como se dividen los pareceres, se acaloran las discusiones y se llega incluso a acusaciones y cuestionamientos sobre el amor al terruño nativo. Escucho personas, de las que conozco su bondad y su real deseo de que vivamos en un mundo menos violento y más solidario, reproducir mensajes de odio a migrantes haitianos/as con mucha frecuencia.

No tengo ganas de “acusar” a nadie de racista. Pienso, sinceramente, que está tan interiorizada la animadversión discursiva que muchas veces no se dan cuenta que expresan un mensaje de odio.

Voy a escribir tres artículos sobre este tema; inicio con un abordaje desde la emoción, porque opino que esta situación es tan visceral en nuestra sociedad, que se vive desde ahí todos los días.

Nuestro racismo es tan peculiar, que resulta difícil que la gente lo reconozca porque se ha convertido en parte de nuestra cotidianidad. Recuerdo en mi infancia un joven negro, con la nariz y la boca muy fina, esos rasgos de su fisionomía eran su orgullo y afirmaba que él no era negro, sino “indio oscuro” e invitaba a que observasen su perfil. Me di cuenta de que situaciones como esta responden a racismo muchos años después porque he estudiado y reflexionado sobre el asunto, no de forma espontánea. Sabemos que hay mucha historia oral de personas que se enteraron que eran negras/negros cuando se lo hicieron notar en otras latitudes, porque aquí en el país no se habían dado cuenta.

En mi percepción, el rechazo a las personas de nacionalidad haitiana está vinculado no solo al racismo, sino a la aparofobia (concepto vinculado al rechazo y odio a un grupo de personas por su condición de pobres). En República Dominicana, habría que estudiar nuestra aparofobia; tengo la percepción de que, a pesar de nuestro alto índice de pobreza, en general existe ese sentimiento, que al igual que el racismo, está tan subsumido que nos parece natural; en consecuencia, negamos y lo presentamos como parte de nuestra idiosincrasia. Por eso, un Presidente no se daba cuenta que estaba siendo racista al decirle “monito” a un camarógrafo. No creo que aquí seamos xenófobos, nuestro “complejo de Guacanagarix[1]” es famoso.

¿Por qué me atrevo desde lo anecdótico a afirmar el racismo y la aparofobia? Porque vivo en este país, porque reflexiono y estudio temas de derecho, y porque observo y leo lo que se escribe en los periódicos, en las redes sociales y en los libros.

Sigo con ejemplos personales: A principios de los ‘90, con una situación económica sumamente precaria, el padre de mis hijos, en ese momento mi esposo, emigró a los EEUU. Vivíamos en una casa en la Zona Colonial que tenía 5 habitaciones, yo había salido del mundo laboral para dedicarme por un tiempo de forma exclusiva al cuidado de los mellizos que se estaban enfermando mucho. Decidimos alquilar dos habitaciones, la opción “válida y aprobada” era recibir mujeres. Una amiga de mi esposo nos sugiere que sea a dos amigos de ella que vendrían al país a estudiar. De entrada hubo negativa tanto de mi marido, como de mi madre ¿dos hombres? ¡Imposible! Al enterarse de que mis futuros inquilinos eran de nacionalidad haitiana, cedieron a la idea. A pesar de que en mi querida madre quedaban algunas preocupaciones, relacionadas a su eterna duda sobre los ritos vudú, y lo que le decían en su infancia que los mismos “comen muchachitos”. Lo que si fue cierto es que a ambos dejó de preocuparles que fuesen hombres, nadie tuvo preocupación por el “qué dirán” por temas de “moral” y nadie (que yo sepa) me los “pegó de maridos”. Los comentarios y preguntas de la mayoría de la gente cuando se enteraban, se encaminaban a saber si “eran limpios”, si “tenían educación”, “si no me daba miedo que me hicieran alguna brujería”. ¿Pueden darse cuenta de los prejuicios que se conjugan en esta anécdota?

Es necesario mirarnos y reconocer nuestros prejuicios, y en ese reconocimiento iniciar la búsqueda de soluciones razonables que involucren ambos países. Debemos encontrar las vías de que las corruptas autoridades, tanto haitianas como dominicanas, tomen medidas para mejorar la convivencia entre ambos países y regularizar la migración.

En los próximos dos artículos continuaré intentando evidenciar que desde el odio no podremos resolver el problema de la migración haitiana; el próximo sábado tocare las implicaciones desde la Constitución y las leyes, y en la tercera y última entrega de este tema trataré la perspectiva social, económica y diplomática.

[1] Término social aplicado en la República Dominicana, a las decisiones que se toman en el ámbito gubernamental, social o político y que dan preferencia o favorecen a extranjeros… Un hecho que hace recordar al Cacique Guacanagarix, como un pro extranjero.