Estremece y crea angustia leer el reportaje que  desde Haití, con la firma de Patrick Saint-Pré y bajo el título “Carbón, negocio de la vergüenza en Haití que acelera el cambio climático”, divulgan el Diario Libre y Acento el pasado jueves.

Un negocio que en el 2012, la Oficina de Energía y Minas haitiana, cifraba en 300 millones de dólares, cantidad posiblemente superior cuatro años más tarde, tomando en cuenta el aumento de la población.  Este resulta financiado por un grupo reducido y aprovechado de empresarios, que permanecen en las sombras y cuya identidad los gobiernos han mostrado escaso o ningún interés en establecer, según revelan funcionarios y ex funcionarios.

El trabajo periodístico señala que el setenta por ciento del consumo energético del país deriva de la tala indiscriminada de árboles, tanto para fines domésticos como de panaderías y otros diversos negocios.  La que califica de “brutal”deforestación de Haití, ha eliminado prácticamente todo vestigio de capa vegetal en el 98 por ciento del territorio vecino. 

Esto, si bien no lo menciona el reportaje,  explica en gran medida el hecho de que la mafia que maneja esta lucrativa y depredadora actividad, desde mucho antes haya cruzado a este lado de la frontera para suplir sus necesidades en perjuicio de la riqueza boscosa del país.  Para ello ha contado con la estrecha participación de socios dominicanos. 

Hace ya más de cuatro décadas, el historiador Frank Moya Pons puso en circulación un folleto poniendo lanzando una voz de alerta  sobre la persistente e irrefrenable depredación de territorio haitiano.   En el mismo, advertía sobre la necesidad de preservar a toda costa nuestro patrimonio natural,  en especial la riqueza forestal y los recursos hídricos para evitar que nos convirtiésemos en el primer desierto antillano.

Haití lo es de hecho al presente, y al parecer no parece existir interés en sus autoridades por frenar y revertir el proceso. Prueba palpable es que en años recientes, durante una reunión sostenida en la frontera por Danilo Medina con su homólogo haitiano Michel Martelly, ofreció a este suplirle toda la semilla necesaria para ejecutar un proyecto de reforestación en su país.  No hay evidencia de que  posteriormente las autoridades vecinas hay dado un solo paso en esa dirección.

Obviamente la pérdida de capa vegetal y boscosa del territorio haitiano no solo acelera sino que aumenta los riesgos derivados del cambio climático.  Y dado que no está en nuestra manos tomar decisión sobre el territorio vecino, solo nos resta preservar el nuestro a toda costa.  La frontera no debiera cerrar las puertas únicamente a la inmigración ilegal y al contrabando en esta dirección,  sino en sentido contrario,  al trasiego de carbón por parte de quienes en connivencia mafiosa con sus cómplices  locales prosiguen aquí la labor depredadora llevada a cabo allá.

Y en esto que conste, no hay la menor expresión de fobia racista ni anti-haitiana, sino un legítimo y necesario derecho de preservar la integridad de nuestro territorio y sus recursos naturales para evitar que toda la isla se convierta en un mismo desierto antillano.