Según la Fenomenología del Espíritu de Hegel, el sujeto humano no está maduro para interactuar en el reino de este mundo, aun cuando se reconozca a sí mismo como un ser libre y pensante gracias al aprendizaje que adquiere trabajando como esclavo.
Ahora bien, supóngase una posición contraria a la de Hegel. El trabajo servil no conduce a la formación subjetiva de cada yo consciente de su libertad, sino al enfrentamiento a muerte con los señores de este mundo que le imponen un régimen esclavista. En ese caso, las cadenas de la esclavitud no se romperían sometiéndose cada quien a su esclavitud laboral, sino en el campo de batalla.
Pero, si esa concepción no hegeliana fuera verdadera, ¿a qué conclusión se llegaría? ¿Qué esperar cuando los que triunfan son esclavos no fenomenológicos sino reales, tal y como tal y como aconteció en el Caribe insular en tiempos de Hegel?
Por medio del sincretismo entre cristianismo y animismo africano que expone la liturgia del Voudou haitiano, la conciencia desdichada del antiguo esclavo aparece escindida en sí misma, pues no es solamente animista y tampoco cristiana, sino ese algo más logrado fuera de la tierra de sus padres y de la presencia de sus espíritus.
Para responder hay que considerar el derrotero que siguió el proceso revolucionario en Haití, único lugar en la historia universal donde los esclavos triunfan de sus señores, se liberan de sus cadenas y fundan un objetivo Estado político.
Realidad haitiana. En los eventos que tuvieron lugar en la ex colonia francesa en Haití destacan dos fenómenos sobresalientes. El primero es harto conocido: perdieron los señores y sus ejércitos fueron derrotados. Las consecuencias fueron decisivas. Tal y como sintetiza el afamado historiador afro-trinitario Cyril Lionel Robert James,
“Haití sufrió espantosamente a causa del aislamiento posterior. Los blancos fueron expulsados de Haití durante generaciones y el desventurado país, arruinado económicamente, con su población carente de cultura social, vio cómo sus inevitables dificultades se veían duplicadas por esta masacre (la de los colonos blancos). Que la nueva nación sobreviviese ya es de por sí mérito más que suficiente, pues si los haitianos pensaban que habían acabado con el imperialismo se equivocaban”.
El segundo elemento es tan decisivo como el primero. El trabajo servil en Haití no promovió la existencia de un sujeto libre y pensante capaz de apropiarse el sistema cultural que sustentó con sus manos. Se trató más bien de un régimen tan explotador y tan estéril para el esclavo africano que, conquistada por éste su independencia, fue incapaz de dar paso a un estado de cosas que garantizara a cada sujeto individual su libertad y sus derechos, así como el cumplimiento de sus deberes de hombre libre.
Proliferaron en cambio las divisiones intestinas y las contradicciones incluso raciales (negro-mulato) y sociales (élite-pueblo) con posterioridad a la Revolución Haitiana. Cada quien se descubre libre e independiente –pero exclusivamente– en sí mismo. Cada yo consciente de su libertad –imbuido por el propósito de preservar y de hacer prevalecer su propio parecer y pensamiento— propicia de hecho una improductiva parálisis cívica, incapaz de aportar al pleno dinamismo de la nación haitiana.
De ahí el “interminable diálogo de sordos” que discierne el insige pensador haitiano Jean Casimir y en el que “la oposición y el gobierno en el poder, tomados de la mano, inventan una libertad general compatible con la modernidad, pero incapaz de liberar a sus cautivos de un pensamiento cada día más matizado y sofisticado." No sorprende por tanto que “el Estado tiene por función en Haití covertir a los haitianos en trabajadores coloniales (“coloniaux”) y sus clases más liberales y modernizantes puedan contar ya con doscientos años de fracaso.”
Efecto de aquel diálogo de sordos y de esa estructura de dominación, el antiguo esclavo podrá pensar que se realiza y desarrolla en la recién fundada república, imperio y/o reino. Podrá creerse libre, pero de hecho está y se sabe desposeído de todo. No cambia la realidad que sigue sojuzgándolo ni permite que ésta cambie y que deje de ser la misma carga que continuamente se le impone, pues no hace más que escindir el mundo entre cielo y tierra, goce eterno y dolor mundano, dominio sobre todas las cosas y sometimiento a todas ellas.
Matriz cultural subjetiva. En buena lógica hegeliana, si la figura del antiguo esclavo pudiera dar un salto dialéctico e intervenir en la escena pública –antes de alcanzar su propia madurez psicológica– terminaría propiciando una matriz cultural de índole subjetivista que como tal subyace, condiciona y entorpece la institucionalización objetiva toda la vida pública.
Sin embargo, anticipando los efectos de ese corto circuito dialéctico Hegel no sólo concibió su dialéctica del amo y del esclavo teniendo como trasfondo histórico la revuelta eh Haití, sino que restringió su valor y alcance únicamente al plano subjetivo de la conciencia subjetiva en formación. Hegel debió atisbar a partir de la experiencia haitiana que pasar de la esclavitud a la libertad –sin la mediación de un trabajo servil culturalmente creativo— equivalía a condenar al sujeto humano a la decepción y desdicha.
En cualquier hipótesis, el estado de conciencia subjetiva que desde el presente puede intuirse como hechura y soporte psicológico de lo que acontece a nivel público en Haití desde finales del siglo XVIII e inicios del XIX, se asemeja en demasía a la inconformidad de una figura subjetiva que únicamente es contradictoria e improductiva. Me refiero a la conciencia desdichada o infeliz (“Das Unglückliche Bewutssein”). En ésta,
“La duplicación que antes aparecía repartida entre dos singulares, el señor y el siervo, se resume ahora en uno sólo; se hace de este modo presente la duplicación de la autoconciencia en sí misma, que es esencial en el concepto del espíritu, pero aún no su unidad, y la conciencia infeliz es la conciencia de sí como de la esencia duplicada y solamente contradictoria”.
He ahí, según Hegel, la verdad de la conciencia subjetiva que deja de ser servil y deviene independiente una vez se descubre a sí misma como libre y pensante.
No desconozco que suele afirmarse que dicha conciencia desdichada corresponde en el trasfondo de la historia universal al pueblo judío durante las postrimerías del Imperio Romano y sobre todo en la Edad Media cristiana, mientras se reconocían no como paganos y tampoco como cristianos en busca de la tierra prometida y a la espera del Mesías.
Sin embargo, ese trasfondo no es exclusivo a la experiencia del pueblo judío ni descalifica la aproximación que propongo aquí entre la conciencia infeliz y la experiencia de los antiguos esclavos africanos en Haití. En particular, porque por medio del sincretismo entre cristianismo y animismo africano que expone la liturgia del Voudou haitiano, la conciencia subjetiva haitiana se escinde en sí misma y finaliza sabiendo que no es solamente cristiana y tampoco únicamente animista, sino ese algo más logrado fuera de la tierra de sus padres y de la presencia de sus espíritus.
Conclusión. La figura de la conciencia infeliz hegeliana ilustra la experiencia de los miembros del pueblo haitiano de forma más certera que cualquier otra expresión cultural subjetiva. En ese sentido, esa conciencia aparece sometida y al mismo tiempo como soporte y hechura de la matriz cultural subjetiva de todo un pueblo que desde tiempos de su Revolución e independencia entreteje la bandera de su propia libertad y expresión cultural en medio de un Estado moderno que dista de ser de derecho.
Como veré en próximas entregas, reflexionar acerca de otros procesos de independencia nacional en el Caribe insular conduce a igual revalorización de las figuras fenomenológicas de la conciencia una vez superan la lucha a muerte y el trabajo servil.