Las reiteradas denuncias de maquinaciones fraudulentas en las elecciones de primera vuelta efectuadas en Haití semanas atrás y las que estarían en marcha para alterar los resultados de la segunda programada para este venidero domingo a fin de favorecer al candidato prohijado por el presidente Martelly, que han estado acompañadas además de violentas manifestaciones de protesta, han determinado la suspensión de las mismas.
No se trata de una situación novedosa. Tradicionalmente los procesos electorales al otro lado de la frontera han presentado siempre las mismas características: acusaciones de maniobras turbias, violentas protestas callejeras, aplazamiento de las elecciones y cuestionamiento de los resultados.
Lo llamativo de esta crisis es que en ella, Martelly, que además de sus habilidades en los escenarios, incluyendo sus presentaciones en ropas íntimas femeninas, ha demostrado disponer de un arte especial para mantenerse en el poder. Frente a las denuncias que lo involucran en las maniobras encaminadas a falsear la real voluntad de los escasos votantes que concurren a las urnas, nombra por su cuenta una supuesta “comisión investigadora” sin participación de la oposición y al suspender las elecciones sigue enquistado en la presidencia.
Hasta ahora la comunidad internacional ya hecho presión a lo largo del tiempo para tratar de encontrar por vías electorales, un camino de salida a los graves problemas económicos, sociales, educativos, sanitarios y de extrema pobreza que prevalecen al otro lado de la frontera, bajo la premisa de crear bases sólidas de institucionalidad como primer paso para abordar la solución de aquellos. Receta errada y esfuerzo inútil: hay demasiada desconfianza con la clase política y el pueblo llano muestra cada vez menos interés en sufragar, convencido de que cualquiera que sea el partido que llegue al poder, su situación no ofrecerá ninguna perspectiva de cambio real, o al menos, significativo. Haití con mucho sigue siendo un estado fallido.
Es una situación preocupante pero no solo para el sufrido pueblo haitiano que cada día ve esfumarse más todo vestigio de esperanza de mejorar sus penosas condiciones de vida. Lo es también para nuestro país.
Impuestos como estamos a compartir el limitado espacio físico que nos ofrece la isla Hispaniola, por más que sobradas razones todo lo que ocurre al otro lado de la frontera por necesidad, de una u otra forma, repercute en este.
No se trata solo ya de la presión migratoria, en parte provocada por nuestra propia irresponsabilidad, a la búsqueda de mano de obra barata, con agravantes de soborno, complicidad y permisividad y la otra, que tiene lugar de manera espontánea, de quienes, de una u otra forma, acosados por la angustia de una existencia de extrema miseria sin esperanzas de remisión, emprenden la aventura de la emigración ilegal, cruzando la frontera y soñando con la posibilidad de encontrar alivio y mejoría de este lado que por más que leve por nuestras propias limitaciones, siempre les facilitará una condición de vida superior a la que se le niega en su propia tierra.
Median también otros aspectos a tomar en cuenta. Con todo y a pesar de todo, se trata de nuestro mercado natural más próximo y segundo en importancia. Cuenta además, la necesidad elemental de tratar de mantener la mejor relación posible de buena vecindad, conscientes de que no es un camino fácil por la carga de resabios acumulada y que, en el mejor de los casos, nunca estará libre de algún que otro episodio enojoso que será preciso tratar de solucionar por vía civilizada, hasta la posibilidad inteligente de llevar adelante en el tiempo y en la medida en que las condiciones maduren, proyectos conjuntos de común beneficio.
Una experiencia alentadora en este sentido la aporta el Grupo “M” que dirige Fernando Capellán, donde miles de haitianos y dominicanos trabajan y socializan en forma armoniosa. Con una perspectiva de mucho mayor amplitud de la cual participa el propio Capellán, el ambicioso proyecto del Consejo Económico Binacional Quisqueya, que dirige de este lado Juan Vicini y del otro, Marc Anthony, el cual ya ha entrado en su primera fase de ejecución con una inversión inicial de cincuenta millones de dólares con fondos propios, marca lo que aspira y pudiera ser un nuevo camino de positiva cooperación domínico-haitiana, al tiempo de contribuir a la buena vecindad y ser un efectivo valladar para frenar la inmigración ilegal.
Tenemos que hacer votos fervientes por consiguiente, para que el pueblo haitiano encuentre un camino de redención dentro de sus propias fronteras. Y en la mayor medida que nos sea posible contribuir a ese propósito. Un Haití liberado de su pobreza secular y en camino de ir mejorando las condiciones de vida de su pueblo, es lo mejor que puede ocurrir a la República Dominicana al sacudirnos de una pesada carga muy superior a la nuestra que no estamos en capacidad de soportar y que al presente, representa uno de los más graves problemas que confrontamos. Mientras eso no ocurra, Haití seguirá siendo también un problema nuestro.