Una vez más la sociedad dominicana está nadando en un torrente que nos desborda a todos y todas. Se trata de la emigración haitiana hacia nuestro país. Cuando se coloca en la agenda mediática este tema emergen todos tipos de ideas, propuestas, sentimientos, mitos, fábulas e iniciativas estatales enfocadas a la búsqueda de soluciones coyunturales y parciales para un problema de naturaleza histórico-estructural.
El fenómeno migratorio es inherente a la historia humana. Todas las sociedades que conocemos, incluso las de poblaciones originarias como las indígenas, han sido impactadas de alguna manera por las migraciones. El ser humano es por naturaleza migrante. Cuando comienzan a formarse las sociedades sedentarias la definición de fronteras tuvo como una de las motivaciones base el control de la recepción de nuevos grupos humanos. La obsesión por el control de los territorios con mejores condiciones para el comercio, la apropiación de materia prima y riquezas naturalezas consolidaron la construcción de fronteras, que a la larga separaron y dividieron a la humanidad.
Con la emergencia de las ciudades y la configuración de un mundo cada vez más inequitativos se fueron generando movimientos migratorios desde los lugares más empobrecidos hacia los polos de mayor desarrollo. Por algo las ciudades más desarrolladas son las que tienen la mayor concentración sociodemográfica.
Hoy el mundo experimenta una de las más intensas oleadas migratorias. Toda Europa está siendo impactada por este fenómeno, convirtiéndose en uno de los principales generadores de tensión y conflictos. En el año 2016 alrededor de 11,000 personas fueron interceptadas tratando de llegar a las fronteras europeas. Estados Unidos y Brasil son dos sociedades que se han configurado a partir de movimientos migratorios, siendo su principal elemento a imitar la capacidad de convertir las emigraciones en una oportunidad para el desarrollo y la diversidad cultural. Costa Rica recibe hoy una de las más fuertes presiones migratorias de América Latina con la llegada diaria de nicaragüenses buscando mejores condiciones de vida.
En el marco de las relaciones dominico-haitianas, la búsqueda del dominio de territorios por parte de los europeos en el Siglo XV dio como resultado un fenómeno original como lo es la configuración de una isla poblada por dos sociedades de naturaleza socio-cultural diferente y con elementos comunes a la vez. Por tanto, el tema dominico-haitiano es de raíces coloniales y arrastra consigo todo el pensamiento ideológico y racista del colonialismo, el cual se amplifica posteriormente con la falsa dominicanidad promovida por Trujillo, Peña Batlle y Joaquín Balaguer. En ese contexto, el antihaitianismo se convertirá en una ideología de Estado, la cual permeará a toda la sociedad dominicana.
Por consiguiente, para dar una salida apropiada a la presencia masiva de haitianos en nuestro país debemos tener como lectura de que se trata de una cuestión migratoria y desprendernos de todo intento de ideologización, sentimientos de odios y racismo heredados de la colonia y el trujillismo. Si ideologizamos las soluciones nos colocaremos en una lógica circular, como ha sido hasta ahora, sin lograr impactar las raíces del problema. Una situación migratoria se enfrenta con políticas migratorias efectivas, no con campañas ni consignas ni construcción de mitos, fábulas o leyendas.
La República Dominicana es un país receptor de mano de obra barata haitiana desde la década de los años veinte del siglo pasado. Ni siquiera con Trujillo y la masacre del 1937 se detuvieron estos movimientos migratorios ¿Por qué? Porque la migración haitiana siempre ha estado vinculada a los modelos económicos experimentados por el país en diferentes etapas, a la vocación de acumulación originaria de capital de los empresarios dominicanos y haitianos, a la naturaleza y frágil institucionalidad del Estado en ambos países (si es que existe Estado en Haití) y de manera muy especial a las condiciones de pobreza extrema en el otro lado de la isla y las incapacidades de su liderazgo social y político.
Es necesario romper el mito o la fábula de la invasión y la existencia de un posible plan orquestado por los haitianos para apropiarse de la RD. O la falsa idea de la fusión diseñada por países poderosos. Llevo todos mis años de existencia escuchando este plan de fusión y todavía sigue siendo un torpedo sin explotar. Sin contar los 30 años de Trujillo. Una franja muy amplia de dominicanos y dominicanas ha ido acuñando el absurdo concepto de invasión pacífica. Es insólito que un país traiga masivamente personas para que lo invadan o que los propietarios de fincas les entreguen el cuidado de las mismas a los invasores o que en las ciudades los dueños de áreas residenciales confíen el cuidado de sus viviendas a sus usurpadores. Esto nos hace ser parte de un colectivo social embrutecido.
Pero esta campaña de una supuesta invasión no es ingenua. Detrás está oculta la vocación de buscar soluciones violentas y militares al fenómeno migratorio. Cuando se habla de invasión la respuesta que procede es de carácter militar. Esta es la lectura clásica de las dictaduras y herencia del nazismo. Fue el mismo planteamiento de Hitler para intentar exterminar a los judíos y lo mismo hizo Trujillo con su campaña de la dominicanización para luego concretar el genocidio del 1937. Este marco referencial debe ser eliminado para dar un abordaje apropiado al tema en cuestión.
La raíz de la migración haitiana es la misma de todos los países empobrecidos. La gente emigra hacia donde están los polos de desarrollo. Se trata de un problema de pobreza. Si Haití tuviera un nivel de desarrollo similar o mayor que la RD la dinámica fuera diferente. Si nosotros fuéramos el país pobre y Haití el desarrollado estaríamos moviéndonos hacia ese territorio buscando salidas para nuestra condición de pobreza.
Por tanto, mientras la pobreza sea parte sustantiva de la sociedad haitiana tendremos presión migratoria. Es necesario, pues, que haya una gran alianza internacional dirigida a sacar a Haití de la pobreza en base a un plan de 20 años. Este plan debe empezar por dotar de infraestructuras sanitarias, escuelas, carreteras, acueducto, etc. A la vez demandaría de una intensa estrategia agroforestal que recupere la perdida capa boscosa, de las cuencas hidrográficas y los ríos, acompañado con sistemas de irrigación de terrenos adecuados a las condiciones de los suelos haitianos. Este plan de desarrollo también deberá estar dirigido a eliminar gradualmente el predominio de la economía de conuco y avanzar hacia una economía agrícola que abastezca el mercado local haitiano y de exportación hacia la RD como socio principal.
Sobre la base de este plan en Haití debe crearse un ambiente de gobernabilidad e institucionalidad que facilite la inversión extranjera. El liderazgo haitiano ha sido incapaz de ponerse de acuerdo en los aspectos básicos para lograr disminuir la pobreza en su país. Lo peor de este liderazgo es que ha hecho de la pobreza de su pueblo una forma de acumulación originaria de capital. Se sienten cómodos promoviendo el contrabando, el tráfico humano, el despojo, la división. Acumulan riquezas hasta con la ayuda que recibe su país para combatir la pobreza. En el gobierno de los 12 años de Balaguer, Duvalier recibía 52 dólares por cada haitiano traído a trabajar a la industria azucarera. Este es el nudo más complejo y difícil para poder avanzar hacia una sociedad haitiana montada en condiciones más equitativas. Porque no se visualiza ese liderazgo capaz de montar un ambiente de gobernabilidad y alianzas para diseñar un modelo de desarrollo para Haití.
Como se trata de un plan difícil y remoto, al margen del mismo la RD está llamada a establecer políticas migratorias eficaces dirigidas a controlar y regular las migraciones, no sólo haitianas sino de todo extranjero, entre las cuales está la de implementar estrategias de desarrollo fronterizo binacional, priorizando la agroindustria y las zonas francas, para controlar vía la economía el movimiento intenso de emigrantes haitianos hacia todo el territorio nacional.
Asimismo, urge modernizar los mecanismos de control fronterizo, eliminando las brechas que facilitan la trata de personas en las que se involucran militares, empresarios y políticos locales. El actual plan de control fronterizo desarrollado por el Presidente Medina va en esa dirección y puede ser efectivo si el mismo es sostenible y prevé los movimientos de adaptación que gradualmente podrían hacer los militares.
Igualmente, es altamente prioritario dar continuidad al plan de regularización para establecer controles a la presencia de indocumentados. Esto indica que todo extranjero para estar en la RD debe ser en las condiciones que manda el marco jurídico dominicano. Esto implica, a su vez, devolver la nacionalidad a todos los dominico-haitianos nacidos en nuestro país antes de la actual Constitución.
Por otro lado, es mandatorio eliminar todos los mecanismos que facilitan el contrabando, estableciendo relaciones comerciales transparentes con Haití y basadas en la cooperación y el aprovechamiento de las oportunidades que ofrece el mercado haitiano. Es la hora de que la RD tenga acuerdos comerciales formales con Haití, procurando disminuir con este tratado la economía de contrabando.
Igualmente, hay que establecer reglas de juego claras a la contratación de mano de obra haitiana. El Estado, los empresarios y los militares son los principales contratistas de mano de obra barata haitiana y en toda la historia han sido los principales receptores y promotores del flujo masivo de haitianos. Esto debe regularse estableciendo sanciones drásticas a todo empresario que contrate ilegales.
En toda circunstancia, deben respetarse los derechos humanos para con los haitianos y cualquier extranjero. El principio de igualdad de derechos aplica para toda persona, sin importar su condición. Nadie está autorizado para cometer abusos físicos, psicológicos, verbales o de otro tipo contra ningún ser humano.
La visión que debe movernos es VER A HAITI COMO OPORTUNIDAD Y NO COMO AMENAZA. Que la migración haitiana es un serio problema para el país, cuya responsabilidad principal para enfrentarlo es del Estado. Pero la vía para afrontarlo no es con la violencia, el abuso ni la discriminación, sino estableciendo políticas y controles migratorios que regulen todo movimiento de extranjeros en el país.
No hay manera de que ambas naciones puedan operar en una sola isla si no es basado en los principios de la cooperación, la solidaridad, la tolerancia, la coexistencia y movidos por un sentimiento de cultura de paz. Todo ello sustentado en la soberanía y autonomía de cada pueblo. Si la isla no se hunde, lo cual es una posibilidad geológica, seguiremos siendo dos hermanos de padres diferentes durmiendo en la misma cama, aunque no sea del agrado de muchos.