Esther Díaz-Lafontant, de nacionalidad mexicana, reside en Puerto Príncipe desde hace 16 años. Es propietaria de dos tiendas de artesanías; una de ellas está en el aeropuerto. El aeropuerto está en vías de ser privatizado, así como la compañía de teléfonos, TELECO, y la fábrica de cemento. La única privatización que ha sido finalizada hasta el momento -después de tres años de haber sido reinstalado lo más cercano a un régimen democrático en Haití- es la de la fábrica de harina, que ahora está en manos de inversionistas canadienses y haitianos, según datos ofrecidos por Lesly Delatour, director del Banco Central. Mientras toma forma la complicada negociación que implica este tipo de transacciones, las facilidades del aeropuerto internacional Guy Malary, están en permanente estado de “renovación”. Barril sin fondo en donde se desperdician todo tipo de recursos, el aeropuerto cada vez se parece más a un mercado: sucio y plagado de indigentes que venden cualquier cosa, o piden cualquier cosa. ¿Por qué los turistas no tienen otra opción que hacer sus compras en medio de este berenjenal? La razón es muy sencilla: las deslumbrantes nuevas instalaciones de las tiendas de zona franca están inhabilitadas gracias al impasse político que mantiene desde hace seis meses a los haitianos en la incertidumbre social y el empantanamiento económico.

La tienda de la señora Díaz-Lafontant está repleta de mercancías de primera clase -hecha por haitianos- y surrealmente inaccesibles para el más curioso y gastador turista. Desde hace tres meses, el área completa está bajo los influjos relajantes de un aire acondicionado central, la escalera de acceso a las tiendas de zona franca está lista y por desgracia el único adorno que ostenta es un tapiado hermético de planchas de playwood. Si para entender lo imposible hubiera palabras suficientes, no habría necesidad de suspirar. En Haití el último aliento de alivio se ha convertido -nueva vez- en grito. La imposibilidad de ver transformado en diálogo el silencio de las metralletas, de oler, por fin, el aroma de un futuro menos tétrico, menos humanamente impúdico, sigue tan vigente como antes.

Como si de perpetuar conjuros ancestrales se tratara, los actores del drama lavalasiano continúan con la legendaria tradición política haitiana de nunca ponerse de acuerdo. Rosny Smarth, el renunciante primer ministro, ya habla con una ligereza no exenta de pesadumbre, de “reciclar” su vida profesional. Y no lo dice en su casa de Pacot, el bellísimo barrio de casas victorianas que allá se llaman “gingerbread”; se expresa de esa manera en nuestro aeropuerto de Herrera. En efecto, ya por necesidad, ya por fatalismo, ha renunciado también a la posibilidad de contribuir con sus conocimientos de experto en agronomía a la exhausta tierra de sus antecesores.

Atrocidades

En este contexto de trabazón institucional, Haití confirma su estatus como territorio, es decir, como un conjunto de excepcionales contradicciones en donde habitan un puñado de sobrevivientes de las más inocentes monstruosidades. Por un lado, el discurso institucionalizado de la OPL (Organización Política Lavalas) hace un despliegue de brillantez retórica en la voz del incomparable Gerard Pierre-Charles, dice que lo que ha separado su organización de Aristide y su Familia Lavalas, es una orgánica “axiomación de tendencias políticas”. Por su lado, el ex-presidente menos ex-presidente, en una entrevista de principios del mes de diciembre publicada en el periódico haitiano, “Le Nouvelliste”, afirma: “La oposición que le he hecho a la política económica del primer ministro es reflejo de una inteligencia que manifiesta las actitudes de un hombre político responsable. En el ámbito de la economía las fuerzas políticas defienden sus intereses. En Haití, tenemos el deber de defender los intereses haitianos”. Y todos a sonar más bonitos y convincentes que el mejor merengue haitiano (Kompa). Mientras tanto: el impasse. Que no es lo mismo que malpasar, sino muchísimo peor. Porque hay tanto que decidir en Haití, tanto que hacer eficiente, que se hace inconcebible tanta verborrea exquisita ante tanta miseria impensable.

Logros

Lesly Delatour, director del Banco Central de Haití desde el regreso del ex-presidente Aristide, afirma al LISTÍN DIARIO, que a pesar de este tremebundo panorama, “se han logrado cosas”. Entre estos logros cita la baja en el nivel inflacionario de la economía que al momento es de un 15%, diferenciándose de la inflación de los tres años anteriores a su gestión que era de un 50%. Aún así, hoy día muchos residentes de Puerto Príncipe añoran los días de baratura del Embargo, cuando los productos nacionales debían ser consumidos localmente y la carestía de la gasolina garantizaba una agradable circulación por las calles huérfanas de acera de la ciudad.

Ahora el tráfico es tan intenso y la actividad económica tan pujante, que de nuevo hay que suspirar para adelantarse a cualquier conclusión generalizadora sobre el origen financiero de las deslumbrantes gasolineras -iguales que las de aquí, con supermercadito y todo- y la proliferación de sucursales bancarias de una arquitectura contemporánea envidiable. Ver para creer que en medio de tanto desastre, no haya cemento, ni ebanistas suficientes para abastecer la demanda de las decenas de proyectos habitacionales, edificios y casas que está pariendo la urbanística demoledora y caótica de Haití. La pobreza de (espíritu) de la riqueza es mucho más fácil de explicar que la riqueza en medio de la pobreza, por eso las inquisitivas en este sentido encuentran por lo general respuestas similares a la que dio Aristide en la entrevista citada anteriormente: “Yo no soy un hombre rico, quien diga eso lo único que intenta es asesinarme políticamente”.

Ahora bien, el que trabaja convencionalmente, ya sea en un negocio propio o como empleado privado, no sólo corre el riesgo de ser “asesinado”, económicamente, sino también en el más usual sentido de la palabra: físicamente. El grito al cielo (o al infierno) lo tiene la clase media haitiana, víctima de este impasse institucional que, entre otras dificultades, tiene que enfrentarse a las “novedades” cotidianas de los atracos, los robos, además de las veteranas oscuridades eléctricas que parecen haberle tomado un cariño entrañable e incondicional a esta isla entera. El caso del corredor de bienes raíces, Serge Klang, (sí, sobrino de Doña Renée*), es penosamente ilustrativo. Ya está completamente restablecido del impacto de una bala que muy afortunadamente le atravesó el muslo izquierdo. Esta extraña suerte tiene que ver con que el objetivo original del disparo era la cabeza de su hija de diecisiete años, con quien había salido a tomar el trago de despedida una noche de lluvia, en la víspera del regreso de ella a la vida universitaria de París. Quien no tiene un nutrido repertorio de guardaespaldas o un arsenal de buenas razones para no coger la calle así como así, -como el ex-presidente- tendrá que hacer uso de un revólver calibre 38, como ya lo ha hecho Klang, en permanente estado de alerta entre el muslo ileso y uno baleado pero agradecido. A este ciudadano de clase media alta, lo que más le fastidia del lamentable episodio donde fue encañonado simultáneamente por dos individuos responsablemente parados a ambos lados de su automóvil, y sosteniendo cada quien su pistolón, es que ocurrió en una calle del barrio donde su familia vive desde hace más de cincuenta años.

Raúl Recio. Sin Título, de la serie "Yo estoy aquí pero no soy yo" (1986-2000)

La Policía

Y bueno, ¿qué hace mientras tanto el flamante nuevo cuerpo policial haitiano, en el que el gobierno de los Estados Unidos ha invertido la friolera de 65 millones de dólares en entrenar, y que continúa subsidiando consistentemente? Pues además de competir por la portada de la revista Time, o protagonizar un mega-re-portaje del New York Times en torno a sus abusos de poder y violaciones a los derechos humanos, también están comprometidos en mantener el orden público de una población de siete millones de individuos vistiendo uniformes pagados por ellos mismos.

Sus críticos más benévolos -como el señor Klang, a quien le hubiera caído muy bien que cualquier polizonte abusador hubiera andado un poco cerca de su casa la noche del atraco – le conceden el don de la duda ante la inmensidad de sus tareas y lo magro de sus recursos (tampoco tienen seguro de vida). Basta citar la cifra total de la policía actual: 5,500 para todo Haití, es decir, que hay un policía por cada 2,000 ciudadanos. Añadiéndole que estas primeras dos generaciones policiales fueron entrenadas en tan sólo cuatro meses, respectivamente. Una formación que por su brevedad ha traído serias consecuencias: 200 uniformados han sido despedidos por abusos y corrupción en los dos años en que ha transcurrido su nueva presencia en la vida pública haitiana (por cierto, ninguno de los despedidos es mujer). Las mujeres policías -otro fenómeno sin precedentes- han resultado ser mejores oficiales que sus contrapartes masculinos.

Los observadores más optimistas admiten que por primera vez un cuerpo policial haitiano tiene una oficina de “Asuntos Internos”, o lo que es lo mismo, una “policía” interna, encargada de investigar violaciones a la ley y actos de corrupción, bajo la dirección de Pierre Denizé, quien es a su vez primo del Jefe del Departamento de la Policía y Encargado de Seguridad del Estado, Bob Manuel. Otro componente singular de esta nueva experiencia es el comando “Swatt” haitiano -conformado por 62 policías- que ya se ha anotado un par de episodios espectaculares como la liquidación, en la segunda semana de diciembre, de uno de los “intocables” de Aristide, un “agente de seguridad”, Eddy Arbouet, que en un clásico giro de intereses de 360 grados, pasó de ser duvalierista acérrimo a “protector” físico del ex-presidente.

Aristide

Esta misma transmutación de pasiones políticas se observa en la apretada agenda de actividades de la bien resguardada mansión del ex-sacerdote salesiano consagrado en República Dominicana, en Tabarre, en donde se dan cita los ricos y poderosos, aquellos para quienes hace tan poco tiempo recetaba la fórmula letal del neumático quemado en el pescuezo: el “Pére Lebrum”. Brillan por su ausencia en tales reuniones los aliados políticos que lo llevaron al poder. Pero como no sólo de pan vivirán los haitianos, sino también del oxígeno de los árboles y del agua de los ríos, en fin, de todo eso de lo que les queda tan poco, cabría preguntarse qué es lo que están esperando los demócratas haitianos para confirmar el nuevo primer ministro, Hervé Denis, en su puesto. Lo preguntó el experto en asuntos haitianos, Rubén Silié, en la presentación del último libro de Gerard Pierre-Charles: “Haití, a pesar de todo, la utopía”. Si ya no hay duvalieristas, ni militares, se pregunta Silié, (nos preguntamos todos): ¿Cuál es la excusa para este inhumano atentado contra la esperanza?

Según Guy Alexandre, las mismas explicaciones las están exigiendo los diferentes sectores de la vida haitiana. El ex-embajador tuvo palabras bastante optimistas en este sentido. Al presentar el libro de Gerard Pierre-Charles en la Biblioteca Nacional en noviembre pasado, se hizo eco de las críticas a la división lavalasiana y aseguró que a la presente crisis institucional, el impasse, que ha traído como consecuencia la invalidación de las elecciones congresionales, y la renuncia no sólo de Smarth sino también de unos seis secretarios de estado, se le está tratando de dar salida a través del diálogo. Todavía ninguna de las partes ha dado por terminada esta prolongada conversación -el país no tiene primer ministro y, por lo tanto, la gestión gubernamental está prácticamente paralizada desde hace más de seis meses.

La ONU

El retiro de las tropas de seguridad de las Naciones Unidas comenzó el 31 de noviembre. Los únicos refuerzos que permanecerán en Haití son 659 policías canadienses, 1,500 pakistaníes y 300 miembros de la Policía Especial Argentina, que actuarán como refuerzo en el Departamento de Asuntos Internos. Todos ellos, para complacer a los nacionalistas haitianos, actuarán como fuerzas policiales, no militares. Ni sombra de los 16,000 marines estadounidenses que desembarcaron hace tres años y en quienes los haitianos depositaron la confianza de que les traerían tiempos mejores. Ni ellos, ni los centenares de millones de dólares de ayuda internacional le han enseñado a las indigentes masas haitianas a vestir, o comer, o vivir mejor. En su reporte final ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas del 31 de octubre pasado, el Secretario General Kofi Annan expresó su frustración ante la incapacidad de la misión de las Naciones Unidas para enfrentar una salida a corto plazo para mejorar el nivel de vida del pueblo haitiano. Puntualizó que este sentimiento de  insatisfacción general -compartido tanto por los ocupantes como por los ocupados- había sido aumentado significativamente por el impasse.

Las terribles repercusiones de este impasse se hacen sentir en todo el territorio haitiano. Hay obreros que no reciben su paga hasta que el contrato de la obra en la que trabaja no se renueve. Como las obras públicas se realizan con financiamiento internacional, si no hay quien firme el acuerdo o la prórroga del mismo, pues más bocas hambrientas. El que tiene una casa en alquiler (en dólares, por supuesto) tiene que esperar a que la ONG confirme el candidato a inquilino, y si la ONG tampoco tiene con quien finalizar trámites, pues ahí está en aspirante a holgado con una deuda en dólares bebiendo las mieles amargas del impasse. 500 Millones de dólares anuales de subsidio internacional mantienen a Haití a la vanguardia de los países dependientes de la generosidad de las economías del “Primer Mundo”; 500 Millones que se atragantan en las vías de distribución de un “sistema” político prolijo en retóricas exquisitas y nula capacidad de concertación. ¿Por qué tanto absurdo en tan pequeño, tan sobrepoblado y languideciente territorio? Habría que hablar de la voluntad de hacerse el más irascible, para no caer en la vulgaridad de recalcitrar sobre la insoportable claridad de lo obvio.

La Iglesia

Como para tanto sin sentido la religión ofrece un merecido descanso, los católicos practicantes manifiestan con la misma vehemencia de siempre su devoción a la Virgen de la Altagracia, a quien consideran patrona de Haití y de la isla entera. La publicidad de los las excursiones a Higüey para el próximo 21 de enero ya están a la orden del día en los principales medios de comunicación.

En la Iglesia de Nuestra Señora de La Altagracia, de amplias dimensiones y con una fachada casi idéntica a la de la Basílica de Higüey, docenas de feligreses se congregan cada domingo. Entre ellos, una pareja de esposos, Emmanuel y Rosalie Voltaire, sonríen cuando hablan del milagro que les concedió la Virgen: la bebé Nowaralha, de cuatro meses. Parecería que en un lugar con tan alto índice de sobrepoblación este tipo de milagros no “debería” ocurrir, pero en Haití sigue ocurriendo lo que en cualquier cálculo histórico o sociológico se calificaría como improbable: Después del desastre: (siempre) más desastre.

(*) Renée Klang de Guzmán, viuda del ex-presidente dominicano Antonio Guzmán Fernández (1978-1982).

LÍSTIN DIARIO, VIERNES 26 DE DICIEMBRE DE 1997.

http://alannalockward.wordpress.com/un-haiti-dominicano/