La semana pasada expresé mi opinión sobre la Sentencia 168-13. No tengo más que agregar al respecto que no esté ya contenido en diversos estudios hechos por entidades independientes, ni más de lo que ya pueden contarnos los propios protagonistas creados por esta situación. Sin embargo, el tema de los desnacionalizados se entrelaza con otro de igual importancia que gravita sobre cielo dominicano y haitiano, que por cierto, es uno solo: El inmigrante haitiano.

Sobre cualquier tipo de problema, es importante conocer todos los ángulos, o al menos los más importantes, a los fines de emitir una opinión lo más objetiva que se pueda y con el menor sesgo posible. Sin embargo, también es bastante simple instalar en un colectivo cualquier tipo de idea, siempre que se utilicen los canales adecuados. La prensa es un medio-recurso perfecto para ambos fines, porque ella puede tanto desmantelar como tejer una tela de araña sobre cualquier realidad en particular. Todo depende de los intereses y valores (o su ausencia) envueltos. Muchos lectores se quedan en titulares de prensa, no leen el cuerpo de la noticia y mucho menos la confirman o confrontan con otras fuentes. En los casos más atrevidos, el titular es muy distinto a su desarrollo páginas adentro. Así las cosas, las personas se forman el juicio que puedan en base a su propio sistema de valores, educación y la poca información disponible.

Para muchos de mis compatriotas, sin importar el nivel de educación o de recursos materiales, actualmente se está gestando una invasión por parte de Haití hacia la República Dominicana. Muchos dicen que “ellos” siempre han querido adueñarse de esta parte, como una especie de materia pendiente. A pesar de las diferencias culturales entre ambos pueblos, más los vínculos históricos que nos unen, contra todo pronóstico, la idea de invasión es considerada cierta por un grupo que se dice nacionalista, llegando a preferir la República Dominicana “primero destruida” antes que invadida por Haití. Pero, ¿realmente conoce el dominicano la realidad de Haití?

Haití y todo el tema de la migración de haitianos en general me recuerda mucho a Chimamanda Adichie(1) y su charla sobre “el peligro de la historia única”, porque puedo jurar que esa gran masa convencida de la invasión ignora mucho sobre Haití y su gente, y se alimenta solo de lo que le ponen ante los ojos. No someten a la duda la información que puedan recibir y cuando sí el resultado no llega a ser distinto. Basta conocer unos pocos detalles sobre esa parte de la isla y su población para concluir que tal invasión tiene de verdad lo que yo de astronauta.

La excusa: solo hay que ver la enorme cantidad de haitianos y haitianas que caminan por nuestras calles, unos vendiendo plátanos, o frutas y algunas golosinas y galletas, otros en la construcción y en la agricultura. Amén de los que cruzan con poca o ninguna regulación migratoria por parte de nuestras autoridades, y del evidente tráfico de entrada y salida. Para muchos lo anterior es más que evidencia obvia. Por cierto, una bastante pendeja, porque no sé cuál sería la estrategia entre tanto plátano, aguacate y frutas. Como ingrediente adicional, los nacionales ultramegasuper patrióticos no reconocen como dominicanos y dominicanas a las personas afectadas con la Sentencia 163-13 y los consideran parte del “plan”. ¿Se ha preguntado usted qué tipo de haitiano y haitiana viene a República Dominicana y porqué lo hace?

No tengo intenciones de insultar ni ofender a un pueblo que respeto y admiro, mi único propósito es presentar una realidad de la que pocos o nadie habla. Haití es un misterio para una la mayoría de nosotros, y un gran negocio para unos cuantos de aquí, de allá y de mucho más allá. El Poder se ha encargado de que solo escuchando la palabra Haití(2), lo primero que nos venga a la mente sean los términos pobreza, vudú, machete, quema de banderas, hacinamiento, delincuencia, gente mala, sucia y sin costumbres. Nos muestran un rostro de pobreza extrema, que no explican y no exponen las capas de poder entretejidas bajo esa realidad –hacerlo iría contra poderosos intereses-, y además alteran la realidad extrapolando lo particular a lo general, fomentando así el odio, el rechazo y hasta el miedo hacia estas personas, que no son más que seres humanos tratando de hacer lo mejor que pueden con lo poco que tienen.

En Haití hay una sutil manifestación de racismo que se muestra, sin duda posible, en sus clases sociales. -miles de colores y clases sociales, cita uno de mis amigos-. Hay residenciales muy parecidos a los nuestros de cualquier sector de la capital, casas suntuosas con majestuosos jardines y portones. Yo tengo amistad con un haitiano que ejerce la medicina y es dueño de una policlínica; él pertenece a la clase media, pero afirma que jamás podría inscribir a su hija en los colegios donde todo es en Inglés y que solo los de clase media alta y alta pueden hacerlo. De hecho, él me dice que muchos haitianos de clase media han abandonado el país con destino a Bahamas, Canadá, Chile, y a nuestro país. Se sienten desesperanzados.

En mis años de estudiante en la universidad hice amistad con dos hermanos de nacionalidad haitiana. Eran mulatos, igual que mi amigo dueño de la policlínica, quien por cierto, también me cuenta del racismo que existe entre mulatos y negros -más allá de la diversidad de colores que puedes encontrarte- ya que los primeros tienen el control de los negocios y productos de consumo masivo, además de que controlan el uso y circulación del dólar norteamericano, moneda con la que se realizan la gran mayoría de transacciones. Mis amigos de universidad, en ese entonces, pertenecían a la clase media alta y junto a mí, estudiaban en una universidad privada; sus padres vivían en Haití y ellos aquí. Si todo está como la última vez que supe de ellos, imagino que siguen en Santo Domingo. También comparto desde hace algunos años con un profesional y traductor certificado, escribe poesía y se dedica a traducir documentos oficiales a organismos del Estado haitiano.

También está la otra parte de la historia. Los haitianos negros que no tienen acceso fácil a la compra de productos, a visitar lugares dentro de su propio país si no tienen dinero, o sea, dólares y a lo más importante: acceso a educación. Esta gente la pasa realmente mal. No todos cruzan la frontera, pero quien puede lo hace. La mayor parte de las veces la familia queda allá y solo viaja una persona: la madre o el padre. Las opciones de educación técnica o profesional son escasas, cuando no inexistentes; eso lo pueden hacer aquí, aunque con la poca formación con la que llegan a esta parte, solo pueden optar por los trabajos de menor jerarquía y salario: vigilancia de edificios (en condiciones penosas), construcción, venta de víveres; las mujeres realizan limpieza y lavado de ropa en casas de familia. Agregue usted los abusos y violaciones legales que se comenten contra ellos.

El haitiano que viaja a RD quiere, más que todo, trabajar y enviar dinero a su familia, pero hasta esto es un problema en su país. En mi edificio está este joven cubriendo las vacaciones de otro que partió a Haití para estar con su familia. Hemos hablado mucho, por horas, y me ha contado cosas que me permiten comprender mejor el cuadro completo. Luego de partirse el lomo trabajando y ganar sus chelitos, el drama no termina, porque allá, en esas zonas empobrecidas donde viven sus familiares, hay grupos de delincuentes comunes dedicados a quitarles lo ganado para garantizarles pasar hacia tal o cual sitio, incluso a herirlos o matarlos si llegan a identificarlos.

Los documentos de identidad se retrasan en su expedición, o bien se vencen sin poder solicitar a tiempo una actualización, ya sea por deficiencias técnicas u otras razones que ahora no he podido corroborar. pero la clase más marginada no siempre puede pagar por estos servicios, que también se gestionan en moneda extranjera. Las autoridades, aprovechando el éxodo de nacionales de clase media han triplicado el precio de los pasaportes y otros servicios oficiales. Insisto. Haití es una mina de oro para algunos, y un hoyo negro para muchos.

Usted va a Haití y verá un país normal; se adentra un poco y chocará con más de una realidad entremezclada; cada una con su carencia, con su crisis, con su abuso y con su corrupción. Todo esto ante los ojos quietos de las autoridades. A mi amigo que ejerce de traductor una vez le pregunté qué tan factible sería para mí instalarme en Haití y trabajar con las comunidades más pobres. El respiró hondo, y me dijo que sería bastante difícil, pues todo está controlado por poderes y que mi vida estaría prácticamente en peligro. No quiso darme muchos detalles.

El pueblo de Haití, luego de 22 años, está creando o más bien llamando al interés para crear un cuerpo militar. Al mismo tiempo está sitiada por entidades internacionales que, junto a los gobiernos que ha tenido, han limitado su desarrollo de una o de otra forma, y sobre este particular hay estudios y evidencia. ¿Figuras de importancia de esas clases sociales han mostrado interés particular de invadir nuestro país? No estoy informada al respecto. Quienes hablan de invasión deberán indicar los peligros reales que aluden y dar prueba de ello, si acaso.

No abogo por que República Dominicana asuma compromisos que corresponden al Estado haitiano, como la regularización de sus nacionales indocumentados allá -los que entran aquí sí, la regulación es mandatoria para los que transitan aqui -, o sostener en nuestros brazos una miseria pensada, sostenida y mantenida por las capas de poder a las que me refiero más arriba. Nosotros tenemos ya demasiado con tanto ladrón e impunidad, pero de ahí a que nos metan en la cabeza el cuento de la invasión, alimentando el odio racial en base a un supuesto nacionalismo, eso solo tiene un propósito: Distracción, entretención.

Y sí, estamos invadidos, por la mentira, la manipulación, la instalación de pensamientos de odio y la fabricación de información. Todo con tal de que usted no se dé cuenta que el país está cayéndose a pedazos y que de seguir así, este trozo de tierra será invivible. Evidente sí es el tráfico y el relajo que hay con los mercados en la frontera, amén del descuido y abandono que nuestro propio país mantiene en las regiones fronterizas que bien pudieran ser de una riqueza en la que ambas naciones saldrían beneficiadas, evitando así el gran tráfico que hoy por hoy se mantiene, en perjuicio, como siempre, de los más pobres.

Entonces, volviendo a la invasión, ¿los aguacates traen granadas en vez de semillas? ¿En cada cuartito del tamaño de un vestidor de tienda de ropas donde duerme y “vive” un vigilante haitiano se están guardando armas y tanques de guerra? ¿Las chinolas traen semillas que revientan y causan la muerte mil kilómetros a la redonda? No puedo seguir, no le veo sentido… No reparan en el hecho de que nosotros sí tenemos cuerpos militares, y bastante caros que nos salen. Además, ¿contra quién atacar? ¿contra uno de los países más empobrecidos del mundo?

Haití sigue pagando un altísimo precio por haber sido el primer pueblo negro en conseguir su independencia, eso es difícil de olvidar por poderes de otras latitudes del planeta. Cuando la historia se escribe, no lo hace quien la gana, sino aquel que desea que se crea una cosa, y no otra. Mi pueblo ignora la suya, ignora el potencial de su relación con Haití, no se interesa en saber lo productiva que puede ser la misma, de existir; y lo más triste, mi pueblo se presta gratuitamente para el montaje de una agenda de odio que solo enferma y hace hace daño, mientras otros propósitos, mucho peores, están tomando forma ante nuestros distraídos ojos.

(Imágenes suministradas por mis amigos y conocidos de Haití)

(1) Chimamanda Ngozi Adichie es una escritora, novelista y dramaturga feminista nigeriana.

(2) En la lengua de los taínos, los primitivos pobladores de las Antillas, la isla que los conquistadores denominaron Hispaniola y, más tarde, Santo Domingo, se llamaba Ayití, que significaba "tierra de las altas montañas", o también "la montaña sobre el mar".