Ahora más que nunca, República Dominicana necesita del compromiso de los países del Norte para restablecer la democracia, el orden público y la seguridad nacional en Haití de manera sostenible.

Cuando Bill Clinton pasó de gobernador de Arkansas a la Casa Blanca en 1993, no tenía experiencia en política exterior, ni era su prioridad al inicio de su presidencia.

Joe Biden, por el contrario, tiene experiencia: fue miembro del Comité de Relaciones Exteriores del Senado y, por supuesto, su posición de vicepresidente en la administración Obama, le puso en la palestra internacional.

Durante los primeros meses de la administración Clinton, Haití, junto con Somalia y la Guerra de los Balcanes ocupaban la atención del secretario Warren Christopher en el Departamento de Estado. La crisis de Haití presentaba algunos aspectos similares a la actual. En aquella ocasión, el presidente Jean-Bertrand Aristide, primer gobernante electo democráticamente después de la destitución de Jean Claude Duvalier, fue derrocado por Raoul Cedras en un golpe de estado. Además, el estado haitiano había perdido el monopolio del ejercicio de la fuerza y control del orden público. Haití estaba sumido en el caos y una violencia atroz.

Ante tal escenario, el presidente Clinton le dio vueltas a la situación hasta que finalmente entendió la gravedad de un Haití inestable y, decidió enviar tropas al país caribeño para reestablecer la paz y la vuelta al poder de Aristide. Con el retorno del derrocado presidente en 1994, se anotaría Clinton una victoria en materia de política exterior al restaurar la democracia.

Más que restablecer el orden en Haití, Clinton estaba previniendo que miles migrantes haitianos llegaran a las costas de la Florida, generándoles una crisis migratoria en sus fronteras. En este caso, los norteamericanos no pensaron en la ‘seguridad hemisférica ni en socios regionales ni estratégicos’. Se trataba más bien de proteger el interés nacional de los Estados Unidos.

En lo concerniente a la administración de Biden, coincidencialmente, se encuentra en los primeros meses de su gobierno y con crisis en Nicaragua, Venezuela y Haití también, pero esta vez agravada por el magnicidio del presidente Jovenel Moïse en julio. Peor aún, Haití está en manos de actores no estatales violentos. Las pandillas controlan gran parte del territorio haitiano, la ‘industrialización’ del secuestro, escases de alimentos y combustibles. Consecuentemente, los migrantes haitianos huyen hacia todos los lados dentro de la región, pero sobre todo hacia la vecina República Dominicana. Hasta la fecha, Biden no ha tomado decisiones contundentes al respecto. Como si Haití ya no representara ‘objetivos e intereses’ norteamericanos.

Podríamos especular que, las condiciones están dadas para tomar una decisión similar a la de Bill Clinton. Pero los tiempos han cambiado y, los líderes de la región no ven con buenos ojos la presencia de tropas norteamericanas en el hemisferio occidental, ni siquiera en aquellos países que no parecerían ir por senderos muy democráticos. Es decir, las intervenciones militares en las Américas han pasado de moda…

La realidad haitiana puede ser reorientada. Pero la patria de Jacques Roumain no puede con su propia carga, ni tampoco la República Dominicana debe ser la solución única y definitiva. Es tiempo para los Estados Unidos de pasar del descuido a la atención, de la intromisión paternalista al diálogo y, de la donación (dádivas) a la cooperación. Pero, para ello hay que sumar más voces a la dominicana. Porque el estado haitiano ha colapsado. Lo cual deja a la República Dominicana y al resto de la comunidad internacional sin interlocutores efectivos.

Por eso, el presidente Luis Abinader no ha parado de clamar por su vecino. No por inmiscuirse o interferir, sino por el interés nacional dominicano. Porque ahora más que nunca, República Dominicana necesita del compromiso de los países del Norte para restablecer la democracia, el orden público y la seguridad nacional en Haití de manera sostenible.

La República Dominicana, como cohabitante de La Hispaniola, y con condiciones político-económicas más favorables, también esta compelida-en la medida de lo posible- a contribuir a un Haití estable, próspero y ‘más’ democrático. Porque a la República Dominicana no le conviene que su ‘socio económico’ más cercano siga siendo un estado fallido. Por las repercusiones inmediatas que esto suele tener en materias comercial y migratoria en la parte oriental de la isla.

Evidentemente la situación haitiana no se resuelve tan fácil como nos gustaría. Porque la crisis de Haití es un problema complejo y crónico que requiere de una respuesta exhaustiva, contundente y simultánea que debe incluir por lo menos a las instituciones Breton Woods, la Unión Europea, Naciones Unidas y organismos regionales y subregionales,[1] pero siempre con y para el pueblo haitiano.

Si le perdonasen a Haití su proceso de independencia, y los países en ‘deuda’ con los haitianos y los llamados amigos de Haití suman voluntades y recursos para cooperar y acompañarlos en la reconstrucción de un estado funcional, en el cual el próximo mandatario gobierne efectiva y democráticamente. Entonces, este país se enrrumbaría definitivamente por el sendero del ‘inevitable progreso humano.’

En lo que concierne a la República Dominicana, siempre ha jugado su rol de hermano y buen vecino. Pero hasta la generosidad de un estado pequeño, con recursos limitados y en vías de desarrollo, tiene límites. Por tanto, República Dominicana no puede sin la colaboración de los grandes.

Finalmente, es propicia la ocasión para que el presidente Biden reconecte con América Latina y el Caribe a través de una política exterior hacia Haití sostenible, sincera, humana, y responsable, tal como imaginamos muchos latinoamericanos a los gobiernos demócratas… Asimismo, un éxito restaurando la democracia en Haití ayudaría a olvidar el sabor amargo que ha dejado Afganistán en la política exterior norteamericana.

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Sobre el autor: Graciano Gaillard

Consultor internacional. Abogado especializado en derecho de la propiedad Intelectual & derecho deportivo. Aspirante a un mundo más justo y sostenible. Ferviente seguidor y fanático de las Estrellas Orientales y el Manchester United.

[1] Gaillard, G. (2015). ¿Un plan Blair Para Haití? Acento. Consultado noviembre 13, 2021, disponible en https://acento.com.do/opinion/un-plan-blair-para-haiti-8299423.html.