Haití, afirma el politólogo y sociólogo haitiano Joseph Harold Pierre, “más que un Estado fallido es prácticamente un Estado inexistente”. La incapacidad de sus ciudadanos de conformar una nación civilizada fue descrita por la ONU a mediados del siglo veinte. Ese conglomerado anárquico de seres humano que se tocan la piel a diario con nosotros no tiene quien responda por ellos. Su gobierno oficial, que exhibe primer ministro y funcionarios nominales, no representa nada ni a nadie.

El último presidente electo con respaldo popular diariamente cruzaba cuatro o cinco barricadas de bandidos antes de llegar a su residencia. Tuvo que pagarles para mantener cierto orden. Finalmente lo asesinaron, iniciándose una anarquía sin precedentes. El empresariado, que antes era dueño del poder, ahora limpia sus santuarios en Paris, Nueva York y Miami, mientras intenta negociar con los bandidos. No han tenido éxito. Ellos, luego de ordeñar desaprensivamente la vaca negra, ahora no pueden con esos toros enloquecidos del corral.

Con apenas ocho o diez mil policías, sin ejército, y el narcotráfico adueñándose de sus costas, la población solo ve esperanzas en la huida. Huyen hacia a todas partes, prefiriendo el corto viaje a nuestra tierra. En la actualidad, esa huida se vislumbra de proporciones bíblicas. Así las cosas, en estos momentos no tienen sentido las discusiones sobre inmigración, control de fronteras, naturalizaciones justas e injustas, corrupción empresarial y militar. Los jueguitos de tratados y negociaciones resultan irrelevantes. Esta situación no tiene precedentes y debe tratarse como tal.

Es irritante ser testigo de políticos y analistas insinuando, incluso acusando, al gobierno de utilizar la crisis haitiana para desviar la atención sobre problemas nacionales.  Otros piden que el presidente negocie con “las autoridades haitianas”.  ¿Negociar con quién?  Ni siquiera existe un intermediario valido como lo fueron en un tiempo la ONU o Estados Unidos. Este ultimo de vocación y regusto intervencionista, afirma ahora que hará poco por Haiti. El supuesto aliado del norte, nuestro imperio amigo, sin ningún sonrojo  se hecha a un lado.

El subsecretario norteamericano Todd D. Robinson, declaró que el problema lo tienen que resolver los propios haitianos; para eso anunció una donación de 60 vehículos y de 200 equipos de protección a la Policía Nacional de Haití. Y de pasada dijo: “Al final de cuentas, no va a ser la comunidad internacional la que venga al rescate de Haití. Van a ser los haitianos, las autoridades haitianas, va a ser la Policía haitiana quienes van a ser responsables de la seguridad en el país”.

En otra palabras, el subsecretario Robinson y Washington consideran que un “Estado inexistente”, un desastre descomunal, puede ser resuelto por  ocho mil policías, 60 vehículos de refuerzo  y 200 equipos de protección.  Si eso no es cinismo de mal gusto nada lo es.

Sin embargo, puede que otras cosas estén tramándose. Quizás se preparan para aplicar otra de sus viejas soluciones suramericanas: colocar un antisocial como dictador. El gordito “barbecue” pudiera ser el preferido. Se dice que negocia con los gringos, la inservible clase política y los aterrados empresarios. ¿Otro dictador obeso en Haiti?   Un indicador de que eso ocurre sería la “prueba de vida “dada por los secuestrados norteamericanos y el canadiense. ¿Qué  estarán negociando?

Otro misterio a resolver seria la aparente ignorancia de Washington acerca del  tándem entre narcotraficantes y  las pandillas;  las droga   llegan a  las costas haitianas por camionadas. ¿Al gobierno de Biden no le importa ? Eso no cuadra, algo se trama tras bambalinas.

En el supuesto, cada vez menos supuesto y más realidad, de que por designios de  las potencias seamos utilizados como  amortiguadores del “ problema haitiano”, ellos tendrían que  seguir lidiando con esa tragedia humanitaria  y política  a   unas horas de sus costas, y a minutos de una Cuba a punto de estallar. Si hay algo claro en todo esto es que nada está claro. No obedece a una lógica geopolítica. Incluso, a largo plazo, estarían fomentando una desestabilización en la Republica Dominicana. Claro, la inmediatez y la coyuntura prevalecen en la política internacional norteamericana, y quizás es en el absurdo de sus sinrazones donde se encuentra la respuesta.

Nos hemos quedado solos frente al bandidaje haitiano y no queda más remedio que la drasticidad. El gobierno deberá ser rígido, cumplir estrictamente    las leyes migratorias, y dejar atrás medias tintas y contemplaciones. Por supuesto, dentro de rigurosas consideraciones humánanos y legales. Sin abusos. De aparecerse por nuestro territorio grupos armados, los militares tendrán que dar cuenta de ellos de inmediato.

El gobierno no tiene interlocutores haitianos ni internacionales, ahora actúa junto a los dominicanos para intentar resolver una crisis sin precedentes. Aquí no cabe otra cosa que apoyar militantemente las medidas del presidente. Dejémonos de tonterías. Las antiguas discusiones no tienen sentido.