Lejos de tratarse de un día festivo en el que regalar flores a las mujeres, como aún ocurre, el 8 de marzo se enmarca en un contexto histórico e ideológico determinado por profundas desigualdades de género.

Niñas, adolescentes y mujeres somos víctimas de la discriminación y la violencia en todos los lugares del mundo. En nuestro país, según cifras de la Procuraduría General de la República, durante el año 2018 se registraron más de 80 feminicidios, casi 7 mujeres fueron asesinadas al mes.  Más de 176 mujeres murieron durante el parto o por consecuencias relacionadas con el mismo. Seguimos estando a la cabeza de los países del Caribe con la mayor tasa de embarazo adolescente, y somos el país de la Región con la mayor tasa de niñas y adolescentes casadas o en unión temprana.

A esto se puede añadir la baja participación política de la mujer dominicana o el desigual acceso a empleo o al mercado laboral (45,6% para las mujeres y 73.7% para los hombres).

Todas estas cifras tienen nombre y apellido, el de los miles de niñas, adolescentes y mujeres que llenan las estadísticas, pero también el de los miles de niñas, adolescentes y mujeres que somos testigos pasivos de nuestra propia desigualdad.

Las normas sociales y los roles de género que ubican a niñas, adolescentes y mujeres fuera de los espacios de poder y toma de decisiones dentro de la sociedad dominicana, son una constante normalizada e interiorizada, que prioriza el rol de la mujer en la familia y la maternidad. Estas normas y roles se reproducen en todas las instituciones organizadas de la sociedad, Estado, Justicia, Fuerzas Armadas, Escuelas, Iglesias, Clubes o Medios de Comunicación.

Nuestro país solo alcanzará el cambio que necesita con niñas, adolescentes y mujeres libres y sin miedo. Libres del acoso en la escuela, la calle o el trabajo, la explotación sexual, la trata de personas, el matrimonio forzado, la violencia de género, o la trivialización con la que somos tratadas a diario.

Este cambio y el camino hacia la igualdad no está limitado a mejoras legislativas y su completa aplicación, sino que conlleva un cambio social en la ubicación que tradicionalmente se nos ha dado en la sociedad y que hemos asumido, a veces con resistencia, otras con complicidad.

Como sociedad también debemos actuar, pero primero debemos actuar como niñas, adolescentes y mujeres. Con cada niña casada, cada adolescente embarazada, cada mujer explotada sexualmente o abusa en una relación de pareja, perdemos nosotras, todas y cada una de nosotras.

No sigamos retrocediendo, hagámoslo por nosotras.